‘Respect’: la canción que Aretha Franklin ‘robó’ a Otis Redding

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Es cierto, esta canción no es de Aretha. Pero cuando la primera dama del soul reescribió la letra y grabó su versión, se apoderó de ella. Y no lo digo yo. El autor, Otis Redding, comentó más de una vez en tono admirativo: «Esta chica me ha robado mi canción».

Si escribiésemos desde el punto de vista de Otis, podríamos decir que la «ladrona» era una de las cuatro hijas del reverendo C. L. Franklin, ministro de la Iglesia baptista y figura líder en el movimiento por los derechos civiles. Un célebre orador conocido como «la voz del millón de dólares».

Cobraba un elevado caché por sus apariciones públicas y algunos de sus fogosos sermones fueron editados en disco. Pero también con un lado truculento; como esa quinta hija que tuvo con una niña de doce años de su congregación.

Aretha tenía seis cuando su madre abandonó el hogar, por lo que creció en el ambiente en que se movía su padre; sermones religiosos, música espiritual y marchas en contra de la discriminación racial. Martin Luther King o los grandes nombres del gospel –Mahalia Jackson, The Soul Stirrers, The Staple Singers…– eran caras habituales en el hogar familiar.

En 1960, a los 18 años y alentada por el influyente Sam Cooke, Aretha decidió abandonar el circuito gospel y abrazar la música secular. Así comenzó una trayectoria de sonidos pop, jazz vocal y rhythm n’ blues que, aunque interesante, solo obtuvo éxitos moderados y careció de trascendencia mediática.

A comienzos de 1967 el activismo social alcanzó un momento incandescente, con continuas marchas y protestas en favor de los derechos de negros y mujeres. Por otro lado, un estilo llamado soul estaba acercándose a su apogeo. Era el momento perfecto para un alegato reivindicativo y con alma; y si buscas un buen botín, qué mejor que las arcas del rey del soul.

Otis Redding había lanzado en 1965 el pegadizo single Respect, en cuya letra pedía a la mujer más atención y menos recriminaciones cuando el hombre volvía a casa después de un duro día de trabajo.

Desde que Aretha escuchó la canción pensó en grabar una versión, pero acabó dándole la vuelta a la tortilla. Cambió la perspectiva y reescribió un nuevo mensaje en boca de esa mujer que espera en casa, encargándose de todo, y que lo único que espera cuando su marido vuelve es un poco de atención.

Esa mujer no pedía, sino que exigía: «Sock it to me!», repetía –¡dámelo!, ¡dame lo mejor de ti!–.

Para dar un buen palo necesitas un equipo de profesionales. Aretha lo tenía. Acababa de saltar al sello Atlantic, la gran escudería de la música negra en EEUU. El productor Jerry Wexler tenía uno de los mejores olfatos del mercado –por algo había inventado él el término rhythm n’ blues, mucho más comercial que el de racial music–.

Wexler se trajo a Nueva York a los músicos de los estudios Muscle Shoals de Alabama, una de las mecas del soul sureño. Otra jugada maestra fue fichar como ingeniero de sonido a Tom Dowd, ¡el mismo que había grabado este tema con Otis!

Y como arma secreta, el saxo de King Curtis, bestia parda de los estudios neoyorquinos, que en pleno proceso de grabación le levantó el solo a Charlie Chalmers, el saxofonista que iba a grabarlo en primera instancia. A

retha, cuyo matrimonio o el de sus padres podrían servir de inspiración a la letra que tenía en mente, se llevó a sus hermanas, Carolyn y Erma, para que le hicieran los coros; ellas «estaban en el ajo» y sabían de qué iba el tema.

La culpable actuó con alevosía. Sabía lo que hacía y no dejó opciones a la defensa. Aunque si hubo algún tipo de pena, seguro que el damnificado la llevó mejor con el cheque de royalties en derechos de autor que le cayó por el millón largo de singles vendidos.

Otis Redding quedó rendido ante lo que aquella mujer había hecho con su canción y fue él quién coronó a Aretha como reina del soul. Y hasta el fin de sus días, cada vez que la cantó en directo la presentó diciendo; «voy a cantar una canción que una chica me robó». Y lo hizo con sumo respeto.

 

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