Hace unas semanas entré en la galería Slowtrack en Madrid empujado más por el azar que por otra cosa, sin imaginar, no ya saber, el viaje que me esperaba en la planta de abajo. Un viaje, al estilo madriguera de Alicia en el País de las Maravillas, originado en la sorpresa de mi pupila dilatada y con destino a los recovecos del Parque Natural del Barranco del río Dulce, en Guadalajara. Un trayecto de espejos y espejismos y susurros de río. Una reivindicación de la belleza de nuestro patrimonio natural frente a la mitificación de la colosal naturaleza norteamericana a través de su cultura. El vehículo, la instalación ‘Río Dulce’ del artista visual Guillermo Trapiello. Hemos hablado con él.
La primera toma de contacto de Guillermo con este bello paraje fue en el invierno de 2012 cuando un buen amigo y propietario de un alojamiento rural en Pelegrina (pedanía de Sigüenza) le ofreció su casa para que fuera allí a dibujar y a desarrollar proyectos nuevos. Al llegar chocó frontalmente con el diciembre manchego. «Nada más bajar del coche y asomarme al barranco, aparecieron ante mí decenas de buitres volando en círculos sobre el río, choperas infinitas, gigantescas formaciones kársticas y ¡hasta una catarata helada!».
Trapiello enseguida sintió la necesidad de registrar aquel lugar a través de la mejor herramienta de la que dispone: la imagen. El resultado es ‘Río Dulce’, una bitácora visual de aquellos viajes a Pelegrina, al río Dulce, cristalizada en dos formatos: una instalación en el espacio Slowtrack y un libro que consta de dos ediciones, una de 400 ejemplares y otra de 100.
La instalación está sumida en la oscuridad. Enseguida escuchamos el murmullo del río procedente de una pieza audiovisual. Nos montamos en una hoja a la deriva constante. Las imágenes del río cambian, los susurros cambian, pero el río sigue siendo el mismo. En las paredes brillan diferentes trocitos del Barranco del río Dulce; unas láminas paisajísticas en papel translúcido sobre cajitas de madera de haya iluminadas por dentro con leds. Estos paisajes, pese a su enormidad, parecen cómodos dentro de sus cajitas. Su color se funde con las sombras en un ejercicio de sintetismo y delicadeza. Tienen cosas de cómic, de videojuego en 2D, pero también de Nebraska y Montana omnipotente.
Estas representaciones del paisaje manchego coquetean con la estética idealizada de sus homólogos norteamericanos buscando su propia mitificación. Ante la falta de patrimonio histórico, fueron los estadounidenses de los primeros en proteger grandes superficies de territorio y en entender la naturaleza como patrimonio común. Después han exportado muy bien su atractivo a través de la fotografía, el cartelismo, los cómics, la televisión o el cine.
Despierto del ensimismamiento y me pregunto dónde ha quedado el río. «El río Dulce es el elemento conductor de todas las imágenes, como una costura invisible, detrás de unas choperas o helado detrás de un risco», afirma Trapiello. «Juego con una forma de representar el horizonte magnificándolo y en esa lejanía, el río es imperceptible. Por eso incluí en la instalación de Slowtrack una pequeña pieza audiovisual que reproduce esos reflejos y murmullos del río».
Me tumbo sobre mi hoja a la deriva. Escucho el piar de los pájaros y el silbido del viento. La corriente me lleva a otra parte distinta del mismo río. Para completar el viaje tendré que visitar Pelegrina y el Parque Natural del Barranco del río Dulce. Mientras tanto, la exposición de Guillermo seguirá abierta hasta el 18 de julio.