No es la primera vez que se habla del papel de la mujer en el séptimo arte y la visión que se ofrece de ella. Normalmente, el análisis se centra en el cine clásico, pero Sandra Miret, divulgadora cultural y analista fílmica feminista, nos invita a poner el foco en el cine de los 90 y de los 2000 en su ensayo Damas, villanas y lolitas. Una mirada feminista al cine con el que crecimos (Bruguera, 2025).
Desde aquellas películas en blanco y negro hasta ese cine más reciente, las cosas han cambiado, lógicamente; sin embargo, la mirada hacia la mujer sigue reproduciendo todavía estereotipos aún no superados, aunque es cierto que esos arquetipos y tramas están tratadas también de otra manera, y se ve una intención de cambiar las cosas que no estaba presente en otras épocas.
Miret ha querido hablar del cine con el que creció desde una mirada fresca, pero también centrándose en las cosas que se pueden analizar ahora. «Todo lo que digo y sobre lo que pongo la lupa son cosas que ahora, en el 2025, también podemos analizar. Por eso hablo del tema de la gordofobia, de las mujeres racializadas, etc. Temas que en los 90 y en los 2000 ni importaban ni se ponía el foco en ellos».

Estos estereotipos, ¿se dan solo en el cine mainstream o también en el cine de autor?
Sí, pero no. Sí porque, al final, la ficción se repite. ¿Se sigue viendo en el cine más de autor el amor romántico? Sí, pero le da una vuelta de tuerca o se reflexiona sobre el amor romántico desde otro lugar. ¿Se sigue viendo la femme fatale? Sí, pero quizá tiene otra personalidad o tiene un objetivo más claro. ¿Se sigue viendo la rivalidad femenina? Sí, pero quizá está justificada.
Es decir, esos arquetipos que son tan claros, como la femme fatale, la lolita —en el cine de autor hay muchas niñas sexualizadas—, siguen estando en el cine de autor, pero se les da una vuelta y no es tan mainstream ni están tan vacíos de significado. Y tampoco digo que todo el cine mainstream esté vacío de significado, ni mucho menos, pero sí que es verdad que en las películas independientes suele haber un montón de capas de temas que analizar.
Quizá, si me pongo a separar un cine y otro, en el de autor se está empezando a dar más vuelta a esos arquetipos. Creo que la narrativa del amor romántico está cambiando más en el cine de autor que en el mainstream. En este último parece que también, pero en verdad no. Nos siguen colando el amor romántico, aunque no lo parezca, solo que ya no es tan tóxico. Mientras que en el cine independiente le están dando una vuelta a ese tema, a toda esta insatisfacción de las relaciones, a toda esta idealización del amor, de la monogamia, de la intersexualidad…
Pero igualmente los arquetipos se están repitiendo, porque también necesitamos arquetipos para crear ficción. A mí lo que me molesta es que a las mujeres los arquetipos nos hayan limitado mucho y hayan estado muy vacíos de significado.
Una de las cosas que dices es que el cine moldea la sociedad, y eso es peligroso, ¿no?
Sí, el cine y la ficción. Sí que es verdad que en el libro me centro en el cine, pero, en verdad, toda la ficción moldea la sociedad, porque somos quienes somos por las cosas que nos hemos contado, por los cuentos que han ido sobreviviendo durante generaciones. La propia historia que contamos tiene parte de ficción, porque ¿quién la cuenta?, los conquistadores; no sabemos realmente cómo fueron las cosas. Todo es ficción, al final. O autoficción.
Y lo que nos contamos es muy importante, sobre todo si se repite mucho. La monogamia es ficción, no es nada natural, pero nos lo hemos creído porque toda la ficción gira en torno a la monogamia, a esto de encontrar tu media naranja, a eso de encontrar a la persona que te va a acompañar hasta que te mueras, que va muy acompañado del miedo a estar solo, a no pertenecer a un grupo.
Se nos ha creado una ficción tan sólida que nos hemos creído que eso es natural. Cuando te paras a pensar que todo es mentira y que todo es verdad al mismo tiempo, dices, vale, qué me gusta realmente, qué creo del amor realmente, qué creo de las relaciones, qué creo de la jerarquía en la familia, qué hay de realidad y qué hay de ficción. Cuánto de lo que sé es un invento de la sociedad para que podamos seguir ciertos patrones para no enloquecer… Pero este es un discurso mucho más filosófico que no quería incluir en el libro porque daría para escribir tres libros más.
Lo que sí quería era reactivar un poquito estas ganas de pensar en cuánto de lo que he visto en las películas me ha hecho ser quien soy, y cuántos de los anhelos y de las fantasías y los deseos que tengo en la vida, tanto de trabajo, de amigas, de pareja, de familia…, son naturales —que casi nada de lo que tenemos ahora mismo es natural— y cuánto lo he recogido de la ficción. Y cuánto me gustaría deconstruir, porque también luego hay anhelos que dices pues yo lo quiero, no hace daño a nadie y me lo quedo.
Pero hay muchas cosas como el amor romántico que hay que parar y decir igual esto me conviene deconstruirlo; igual yo no quiero a un Hache de Tres metros sobre el cielo, quizá esto a mí me va a hacer daño.
Hablas de la male gaze, la mirada masculina, y ese es el problema, que también nos faltan miradas desde otro lado, ¿no? Es decir, que no nos lo cuenten siempre hombres o mujeres que asumimos el relato de los hombres simplemente porque estamos empapadas de esa mirada. Ya no solo nos faltan referentes, sino que también nos falta ese otro relato…
Sí, al final vivimos en una sociedad androcentrista donde el relato del hombre predomina y es el central, y nos hemos creído la realidad a partir de esa mirada masculina. Las mujeres también estamos construidas bajo esa mirada masculina, como, por ejemplo, el tema de la belleza.
Ahora está siendo un momento más interesante porque hay mujeres directoras, directoras de fotografía, guionistas… que están creando más historias. Siempre hemos creado historias, obviamente, pero muchas veces se nos ha quitado ese espacio. Queda mucho por hacer todavía, pero me gusta que esté llegando más ese discurso, porque estamos viendo nuevas narrativas… bueno, no nuevas, pero quizá tapadas.
Por ejemplo, pienso en el tema de la maternidad, que muchas veces se ha tratado desde la mirada masculina de qué es una madre, qué debería ser… Y ahora están saliendo muchas historias no solamente de qué es ser madre, sino también de qué pasa cuando no quieres serlo. O qué pasa cuando eres madre y no va bien. Todas estas narrativas que, como mujeres, al menos a mí, me han faltado mucho porque, si yo no sentía el reloj biológico, estaba rota, pasaba algo malo en mí; o me llevaban a calificar de mala madre a aquella mujer que no encajara con ese canon tradicional. Me gusta que nos estemos apropiando de historias que se han contado y las estemos contando ahora nosotras.
Pienso también, por ejemplo, en el colectivo trans, que se ha contado siempre desde una mirada muy cis y desde personas cis. Que ahora las personas trans estén contando sus propias historias, que no sean tan dramáticas, que se estén centrando en decir que somos personas como tú y como tú, que tenemos nuestro trabajo y nuestra familia estructurada, nuestra pareja que nos quiere y con objetivos de vida mucho más allá de ser trans, es bueno.
Por lo menos, estamos empezando a ver eso, solo que estas narrativas muy independientes, muy pequeñas, no llegan al cine mainstream, que, a nuestro pesar, sigue siendo el cine que predomina. Es el cine que más ve la gente, pero yo quiero que estas películas lleguen a los Óscar, no porque me importe que ganen uno, sino porque significará que mucha gente las está viendo.
Estas repeticiones de arquetipos, ¿no denotan una gran falta de imaginación? ¿Tiene que ver con una cuestión económica de éxitos en taquilla?
No sé si es falta de imaginación. Yo creo que es el miedo a arriesgar, sobre todo en cuanto a inclusión. Tenemos un pensamiento muy casposo, muy cerrado, muy tradicional, muy ciego, que sigue apostando por un cine muy blanco, muy heterosexual, convencional y cómodo.
Me encantaría que todo lo que se está creando en el cine independiente llegase a lo mainstream, pero va a costar muchísimo porque el mainstream llega a más gente, con lo cual llega a más personas que no quieren ver lo que se está contando en el cine independiente.
Es lo que hemos visto, por ejemplo, cuando Disney o Marvel han arriesgado un poco. Así que no sé si es falta de imaginación. Creo que la gente creativa, y más ahora, que tenemos un montón de imputs y un montón de lugares donde encontrar nuevas narrativas y queda tanto por contar, sí que está. Pero el riesgo de contarlo y de perder es tan grande que no se toma, sobre todo con el tema de las plataformas de streaming, que ahora se tiene que producir y emitir rápidamente, y van a algo asegurado.
Yo creo que hay muchísimas historias que están en los cajones con ganas de ser contadas, pero que dicen quién nos las va a producir, quién las va a querer ver, si ahora con una serie como Élite tenemos a toda la audiencia mirándola y es un éxito y ganamos mucho dinero… El tema de las plataformas es todo un tema.
El feminismo nos ha limpiado la mirada y nos ha obligado a abrir los ojos. Ese feminismo y el Mee Too, ¿han supuesto una catarsis o fue solo un bum pasajero?
No, sigue, sigue. Sin el feminismo y el Mee Too, una chica de 20 años, creadora de contenido, antigua actriz, no podría ir a la Academia de Cine a comentar algo como Tres metros sobre el cielo como voy a hacer yo. Como mucho, habría podido comentar algo mucho más de culto. El reivindicar el cine que las mujeres hemos visto y que nos ha afectado es gracias al feminismo.
El tema del Mee Too explotó, y cada vez que explota algo, cualquier tipo de movimiento, cuando lo hace es enorme. Lo que pasa es que ahora estamos un poco con la metralla de esa explosión. Nos falta volver a crear otra bomba, pero seguimos ahí.
Por ejemplo, cuando salió lo de Eduard Cortés o lo de Carlos Vermut, salimos todas. Sí que es verdad que no salimos a las calles como cuando pasó lo de la Manada o el Mee Too en EEUU, pero ya no toleramos según qué cosas. Lo que ha pasado con Karla Sofía Gascón también es gracias al Mee Too, es decir, ya no separo obra y artista y no voy a permitir que una persona que sea xenófoba gane un Óscar. También falta por ver si un hombre hubiera hecho lo que ella, si habríamos reaccionado de la misma forma.
En cuanto al Mee Too en España, que parece más tímido, si los medios de comunicación no sacan la lista, las activistas ya podemos hacer de todo, que no vamos a poder parar este show. Mientras se quede en lo que siempre se han quedado las conversaciones de las mujeres, que nos han privado de espacios públicos; mientras se quede en el espacio privado, no vamos a poder cambiar nada. Se tiene que llevar a lo público.
¿Hemos mejorado en algo? ¿Cómo está el cine ahora? ¿Qué se está haciendo bien?
Pues te diría que incluso en el cine de los 90 y de los 2000 se hicieron cosas maravillosas. Empezamos con Blancanieves y tuvimos a Mulán. Evolucionar, hemos evolucionado muchísimo. Hemos tenido Sexo en Nueva York, que tenía cosas horribles, pero era un grupo de cuatro mujeres que hablaban de sexo, de menstruación, de los estereotipos de género y de ser o no ser madre. Hemos tenido Embrujadas, tres hermanas poderosísimas.
Hemos tenido cosas maravillosas, lo que pasa es que estaban rodeadas de unos arquetipos, unos tropos, unos argumentos y una construcción de personajes tan tristones, tan vacíos, tan poco fuertes a veces que yo, cuando miraba hacia atrás para hacer el libro, decía ¡qué lástima!, porque la esencia, como en Mulán, es tan buena… Y qué lástima que esté rodeada de la mirada masculina, qué lástima que tenga, por una parte, tanta fuerza, y luego sea un personaje tan débil y tan vacío.
Hemos tenido historias maravillosas, pero el tema de la mirada masculina, la fragmentación del cuerpo, la rivalidad femenina sin ningún tipo de porqué… estaba ahí. Y ahora se está mejorando muchísimo. En la última de Brigdet Jones, por ejemplo, el personaje no tiene nada que ver con el de la primera. Ahora se la caracteriza como a una mujer con hijos que está cansada y no se habla de su cuerpo. No hay un castigo al cuerpo que tienes, el tipo de madre que eres, cómo te vistes… que sí estaba en la primera película.
Podemos ver mucho el cambio cuando vemos secuelas o temporadas, por eso hablo muchísimo de Juego de tronos, porque es una serie que nos ha acompañado en el Mee Too y se ve muchísimo el cambio. Que no quiere decir que lo hayan hecho de la mejor forma posible, porque no, pero sí que se nota que hubo un despertar feminista en el cine. También en películas individuales, pero ahí cuesta más verlo porque es un producto de ahora, nacido en este tiempo y lo normalizamos.
Yo creo que una muy buena forma de ver cómo el cine ha cambiado es ponerte Juego de tronos y La Casa del Dragón. O Bridget Jones, o Star Wars. Ver cómo secuelas y series han ido avanzando. Para mí lo más increíble era no verlo, haber normalizado cosas que eran horribles. La piel que habito, yo que tardé muchísimo en verla, nadie me previno de que había tres violaciones muy desagradables, está totalmente normalizado eso. Y ahora ves películas como esa y te dices esto no se podría hacer ahora mismo. Y menos mal.
Hablas de separar el autor de la obra, pero eso es tremendamente complicado. Pero también dices que, a pesar de ver lo terribles que son como personas, se puede disfrutar de sus obras.
Y se nos olvida que hay grises. Estamos muy acostumbrados a esta cosa tan masculina de o blanco o negro, y no, cariño, también hay grises; y yo me muevo mucho en los grises.
Para mí no hay debate en cuanto separar obra y artista, pero porque no se puede. La única forma de separar obra y artista es mediante la ignorancia y el olvido. Lo incómodo es qué haces tú cuando tienes esa información; cuando recuerdas esa información, cómo miras tú esa obra. Tú puedes seguir mirando esa obra y pensando que es increíble, pero la hizo este hombre que hizo estas cosas.
Sería muy interesante que, en los museos, en las descripciones de las obras, también hubiese una descripción de qué hizo esa persona, porque no podemos anteponer el arte a lo humano; no podemos anteponer un cuadro de Picasso, hecho de una forma maravillosa, cuando ese cuadro lo han hecho las mismas manos que apagaban cigarros en las piernas de sus amantes. No se puede olvidar eso, son las mismas manos.
Mira ese miedo que tiene mucha gente con la IA de decir que no puede hacer obras de arte porque se necesita un humano, y su historia y su mirada… ¡Me estás dando la razón!, la obra es el artista, si no, nos daría igual que la inteligencia artificial crease libros o portadas o cuadros. Si separamos obra y artista, lo único que queremos ver es cosas bonitas o cosas que nos muevan.
Pero no, realmente, lo que nos gusta es que alguien con su historia, con su mirada, con su contexto, sus fantasías, sus anhelos, sus miedos… nos haga, a partir de todo eso, una obra. Porque por eso también empatizamos con esa obra, porque está hecho desde lo humano, desde las carencias, desde las heridas, desde la fantasía de cada persona. Si no, nos faltaría mucha empatía en el arte.
Así que no, para mí no hay debate, porque se necesita un humano para hacer arte, y ese humano es todo. Y creo que tenemos que tener en cuenta todo. Porque, aunque la obra que estemos viendo no sea violenta, hay que saber que esa persona sí lo era, porque esa violencia tiene que ver con el tipo de humano que es y con cómo ve el mundo y cuál es la mirada. Para mí, lo más interesante del arte no es solamente verlo. Por ejemplo, para mí lo interesante de una película de Almodóvar es saber que la ha hecho Almodóvar, por la visión que él tiene del mundo, de las mujeres, de la maternidad… Eso es lo interesante de una obra, si no, qué gracia tiene.