Hay muchas formas estúpidas y grotescas de morir, como ya referimos aquí hace unos años pero la de palmarla por hacernos un selfi es una de las más novedosas.
Este año una decena de rusos han muerto con el móvil en la mano y hay más de 100 heridos, algunos de ellos muy graves o con daños irreversibles. Eso sí, en la mayoría de los casos lograron hacerse la foto.
El diario británico The Times se hizo eco hace algunos días de la campaña que el Kremlin ha lanzado para prevenir a los ciudadanos de los males que puede acarrearles intentar hacer un selfi de alto riesgo.
Selficidio rima con suicidio y con homicidio, y es que puede implicar ambas cosas. Un suicidio social puede ser hacerse una foto comprometida, por ejemplo haciendo el saludo nazi, y publicarla.
Hemos visto en los San Fermines a los mozos acariciar el asta de un toro mientras corre, y sujetando con la otra mano un iPhone6, eso sí que es un selficidio en grado de tentativa, porque el pinche móvil vale un dineral, y el morlaco podría pisotearlo. Eso no te lo cubre la garantía de Apple.
El famoso selfi de Barak Obama junto a la sexy y risueña primera ministra danesa, Helle Thorning-Schmidt durante el funeral de Nelson Mandela, le costó una bronca conyugal con Michelle que hubiera podido devenir en crisis geopolítica.
[pullquote class=»left»]Un suicidio social puede ser hacerse una foto comprometida, por ejemplo haciendo el saludo nazi, y publicarla[/pullquote]
En The Guardian se hacen eco de Lily, un nuevo tipo de dron especial para selfis que cuesta 500 dólares. El aparato sobrevuela al sujeto a una distancia, altura y encuadres programables, y la cámara filma todos sus movimientos. Las posibilidades para la producción de documentales tipo Wild Frank, o para seguridad y vigilancia, son enormes. Y por supuesto para el postureo 3.0. Curiosamente esto se recogía ya en la novela visionaria de Bruce Sterling, Chico Artificial (Edaf, 1991). En aquel caso quienes llevaban esos drones filmando todos sus movimientos eran luchadores profesionales que emitían en directo todas sus peleas, y competían por el share de la audiencia. Si el share bajaba, sus vidas corrían peligro, por lo que debían ejecutar escaramuzas y golpes cada vez más elaborados en directo para sobrevivir…
Hacerse un selfi mientras se efectúa algo escatológico o indecoroso puede costar caro. Es fácil equivocarse con el Whatsapp o con otras redes y dar al botón equivocado de compartir, y lo que fue concebido como una broma privada se convierte en un suicidio viral muy difícil de reparar, como suelen ser los suicidios en general.
Las páginas de contactos son el caldo de cultivo natural para los selfis genitales. El problema surge cuando el imprudente sujeto (o sujeta) no ha reparado en un reflejo de sus facciones o de cualquier otro rasgo delator, como incluso una dirección en el membrete de una carta, aparece en la foto, y debido a todos los megapíxeles de resolución de que disponen nuestros móviles hoy día, la foto puede ampliarse y ampliarse… hasta permitir identificar al dueño del cuerpo en cuestión.
La tecnología va dos pasos por delante de nuestros deseos.
Karen Danczuk, esposa del diputado laborista Simon Danczuk, confesó hace unas semanas a los medios británicos, que la razón de su sonada y mediática ruptura matrimonial era la adicción a hacerse selfis. Por su parte, Charlotte Michaels, una chica de 23 años, admite su gran simpatía por Karen y relata con pelos y señales en The Sun que no puede mantener una relación sentimental porque se hace una media de doscientos selfis diarios. Sufre insomnio, está perdiendo sus amistades, y por supuesto ha sido abandonada por su novio.
[pullquote class=»right»]Las páginas de contactos son el caldo de cultivo natural para los selfis genitales[/pullquote]
La chiquilla revela al controvertido tabloide de Rupert Murdoch perlas como estas:
«Mis selfis son lo primero, y si los tíos no pueden asumirlo, es su problema».
«Simplemente, en mi vida no hay suficiente espacio para mis selfis y para una relación».
«Vivo en un constante estado de pánico ante la posibilidad de perder el móvil».
«Me despierto en medio de la noche con la urgencia de probar nuevas poses».
Pero si hay una artista que se anticipó décadas a esta moda invasora es Cindy Sherman. Su obra es un torrente de magníficas fotografías de la propia Sherman en toda clase de actitudes y actividades, algunas de ellas también de alto riesgo. La diferencia es que ella ha edificado su carrera a partir de su propio rostro y cuerpo, pero todo ello bajo control. Echen un vistazo.
Hay multitud de sitios web que recopilan accidentes fatales provocados por un selfi; por ejemplo, aquí podemos ver los 10 selfis más peligrosos jamás tomados, según el New York Post. Uno de mis favoritos es este en el que un idiota sufre una terrible mordedura de camello en la cabeza.
El caso de la chica rumana de 18 años Anna Ursu, que posó con un amigo en el techo de un tren en marcha, cuando su pierna rozó los cables de alta tensión y le cayeron 27.000 voltios conmocionó a la comunidad virtual, pero nada comparable a la desgraciada peripecia de James Crowlett, de 34 años. En su luna de miel, pocas horas antes de tomar el vuelo de regreso a casa, decidió hacer una última inmersión submarina, y hacerse un selfi que se publicó de manera automática en las redes sociales (es lo que tienen esos Sony Xperia). Pero en la foto aparecía un tiburón con las fauces abiertas tras él. El tiburón era real. Tanto que James murió caminó del hospital por la pérdida masiva de sangre que le provocó el ataque del escualo.
El funesto selfi dio la vuelta al mundo; basta con poner en Google el nombre de la víctima y la palabra shark para sentir un escalofrío.
Hacerse un selfi mientras nos hacemos un selfi es una de las últimas tendencias, para la que necesitamos dos teléfonos móviles y por supuesto las dos manos, lo que nos convierte todavía en más vulnerables.
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