Cuando un juego se describe a sí mismo como un ‘simulador’ está haciendo una importante declaración de intenciones: nos está diciendo que su objetivo es parecerse todo lo posible a la realidad. Los Sims intentan trasladar fielmente la vida familiar al videojuego; SimCity, la gestión de una ciudad; Farming Simulator, el manejo de una granja; los Gran Turismo, la conducción; y los FIFA, los ritmos y las tácticas del fútbol. Según esto, Goat Simulator debería hacer un retrato preciso de la vida de una cabra. Por suerte, no lo consigue.
El escenario de Goat Simulator es una zona rural a las afueras de una gran ciudad yanqui donde la ‘white trash’ monta barbacoas en el patio, va por la calle en chándal, organiza peleas ilegales de cabras y hace drifting entre la alfalfa. Podría colar como paisaje de la América profunda, pero el engaño no dura mucho tiempo. Este pueblo no se rige por las mismas reglas que el resto del mundo. Goat Simulator es el retrato de un universo paralelo, muy parecido al nuestro, pero que funciona muy diferente.
Creo que no existe ninguna ley científica que dicte que cuando una cabra cornea un coche, el vehículo debe explotar haciendo que todo salte por los aires. Aun así, una de las primeras cosas que hice cuando empecé a explorar Goat Simulator fue acercarme a un turismo aparcado para arrearle un cabezazo. Y voló. Y me hizo volar. Y yo volé de él. Pero volé de él, pero acá por la arbolada. Y él voló y se estrelló acá por la pared y se reventó todito.
Es como si la ciencia se hubiera roto. En esta ‘Tierra 2’ el cabezado de una cabra es un arma de destrucción masiva, la jirafa y el avestruz pertenecen a la misma familia que el chivo, los cuellos son de goma, las leyes de la gravedad son bastante laxas y no hace falta una chispa para para reventar una gasolinera. Jugar a Goat Simulator es un paseo absolutamente disparatado, surrealista y politoxicómano. Es una caída por la madriguera del conejo hasta un País de las Maravillas quinqui. Es un viaje astral en el que tu espíritu animal es una cabra con superpoderes. Es un chiste en formato de mundo abierto que deja que lo cuentes y lo expliques de un millón de formas diferentes.
La clave de este mundo disparatado que nos propone Goat Simulator son los ‘bugs’, los errores del juego. Estos fallos existen en todos los juegos, pero en los simuladores resultan más cómicos porque introducen locura y desmadre de forma inesperada en lo que se supone que debería ser un calco de la realidad. Por este motivo, los ‘glitches’ de Skate 3 (una franquicia de juegos de ‘skate’ que en sus primeras dos entregas destacó por lo bien que dibujaba este deporte a través de los controles) son un absoluto descojone: monopatines voladores, volteretas imposibles, tablas perforadoras y físicas trambólicas proponían un universo en el que patinar se convertía en algo impredecible. Lo mismo sucede con algunas ediciones de FIFA en las que la inteligencia artificial y búsqueda del realismo en cada detalle provoca de vez en cuando situaciones y deformidades impensables.
La diferencia es que Goat Simulator no quiere arreglar esos fallos. El mundo que quiere enseñarnos es así.
Cliff Bleszinski, fundador del estudio Epic Games y responsable de sagas como Unreal Tournament o Gears of War, estuvo hace unos años en el Gamelab de Barcelona y dando una charla sobre cómo lograr que un videojuego sea un éxito comercial. Cliffy se esmeró especialmente al contar la importancia de las redes sociales y se explayó hablando de que los ‘glitches’ son una poderosa herramienta para que un juego sea ‘viral’. Por entonces teníamos muy reciente el ejemplo de Red Dead Redemption y sus descacharrantes vídeos de personas que se creían caballo. No llegó a decir que esos errores se crearan a propósito, pero sí dijo que si detectabas alguno gracioso que no fuera muy grave y lo dejabas ahí, tampoco pasaba nada. Tenía sentido.
En poco tiempo, esta idea que soltaba Belszinski ante una audiencia llena de periodistas y aspirantes a desarrollador se ha llevado hasta el extremo del que estamos hablando hoy. Coffee Stain Studios no solo ha dejado sin arreglar la mayoría de los ‘bugs’ de su Goat Simulator, sino que los han convertido en los cimientos del juego y en su principal argumento de venta.
(Me despido con este guiño al folclore español capturado en el propio juego)
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