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La serie ‘El día de mañana’ muestra las muchas caras del fascismo

Catetos violentos, amigos de las amenazas a gritos, los palos y las pistolas. Así solemos imaginar a los simpatizantes de la ultraderecha. Son imágenes fáciles de asimilar, pero imprecisas.

El nobel de literatura Knut Hamsun envío el galardón a su admirado Goebbels, que tampoco era cateto; la mano derecha de Hitler era doctor en Filosofía por la Universidad de Heidelberg. En España, otro nobel delató a sus colegas de letras al franquismo: Cela, y acabó como censor del Régimen. (El autor de La familia de Pascual Duarte, no escondió lo segundo).

«El fascismo se cura leyendo», es una frase llamativa, pero desafortunada.

Los catetos violentos son ciegos guiados por tuertos ilustrados, doctores en ciencias y humanidades. Porque una cosa es la lectura y otra, muy diferente, la empatía por los semejantes.

El mayor éxito de los ideólogos de ultraderecha, su mejor truco, es hacer creer que el fascismo no existe, como el diablo. La palabra fascista no tardó en desaparecer del lenguaje de los ganadores de la Guerra civil, pero la ideología siguió infectando las distintas capas de la sociedad como un virus… hasta nuestros días.

El guion de la miniserie El día de mañana (Movistar) es inteligente al exponer como ese virus tomó —y toma— distintas formas: el facha culto; el imbécil violento; quien no sabe que lo es; el oportunista y quien lo es porque está solo en el mundo. No falta en la serie quien parece ajeno a todo, pero introduce en su lenguaje prejuicios, ni los hijos de ricos y altos cargos de Franco, hedonistas que presumen de modernidad a la vez que cierran los ojos a la represión del pueblo.

Frente a la decadente sociedad, hay personajes humildes, pero orgullosos, que exponen su reputación e incluso sus vidas para acabar con la dictadura. Entre estos personajes destaca Carme/Aura Garrido, que de sencilla dependienta pasa a actriz de teatro comprometida con las aspiraciones de libertad del pueblo.

Y todo bajo la apariencia de un thriller oscuro y de ritmo trepidante, gracias al guion de Alejandro Hernández y Mariano Barroso, también director de la miniserie, tomando como base la novela homónima de Ignacio Martínez Pisón.

Justo Gil. Oriol Pla en ‘El día de mañana’.

El oportunista

El hilo conductor entre los distintos mundos es el estafador Justo Gil/Oriol Pla, prototipo del canalla simpático. El personaje parte de la nada en los años de la agonía del franquismo; alcanza los círculos del poder y la burguesía catalana, y acaba formando parte de la resistencia comunista contra Franco; tras la muerte del dictador es miembro de un grupo terrorista de ultraderecha.

Justo es un personaje sin ideología. Representa al pícaro español, Lazarillo de Tormes de los 70, sin escrúpulos para perjudicar a otras personas con tal de salirse con la suya y enriquecerse. Una figura que no cuesta ver en personajes de nuestro tiempo.

El complejo retrato de Justo se compone con testimonios de personas que lo conocieron a la manera de True Detective (temporada 1), The Affair o Big Little Lies. Para unos, un honesto y devoto hijo; para otros, un canalla. La verdad sobre quién es el personaje está en breves momentos donde expone a otros la fragilidad de su alma, y lamenta, para sí mismo, haberse convertido en un monstruo.

Inspector Mateo. Jesús Carroza en ‘El día de mañana’.

El facha que no sabe que lo es

Un ejemplo de la invisibilidad del fascismo es el inspector de policía Mateo/Jesús Carroza. Este personaje de gracejo sevillano, amigo de todos, tortura a comunistas en los interrogatorios, pero no con el ahínco de un inquisidor. Apalizar para obtener confesiones lo considera parte de su trabajo.

Realmente no actúa de manera diferente de Jack Bauer (24) o Sayid (Lost). Lo que repugna es que sea bajo la bandera con la siniestra águila negra. Aun así, el personaje despierta más pena que rechazo. Conocemos su desarraigo como huérfano, como Justo, con el que se siente identificado.

Este retrato es atrevido en la ficción española. El torturador facha no es un monstruo, es un tipo corriente y por momentos frágil. De alguna manera, es un personaje berlangiano: el Pepe Isbert en El verdugo pasado por el filtro del cinismo. (No conviene confundir este complejo retrato, con distintas capas, con el blanqueamiento de la ultraderecha en tertulias mañaneras de la televisión en España. La ficción diagnostica un mal dentro de la sociedad; las tertulias hacen propaganda, eludiendo preguntas incómodas al invitado y resaltando solo la parte humana que, por fuerza, toda persona tiene).

Mateo se declara franquista pero no fascista, de la misma manera que había españoles, hasta hace poco, que decían: «Yo no soy monárquico, soy juancarlista». Franquista porque, como declara: «Franco es como mi padre… me dio ropa, me dio comida…».

Por esto, cuando es invitado a pertenecer a la CEDADE (asociación pronazi) para cortar cabezas, lo rechaza con temor a recibir represalias:

«Eso es donde los nazis, ¿verdad? (…) Eso del fascismo como que no lo entiendo mucho, yo creo que es por mí porque soy un poco bruto y eso… a mí, el tema este de las ideologías como que me superan».

Mateo representa al español carente de formación e ideología que por llevarse los garbanzos a casa, hoy apoya a unos y mañana a otros. No es raro que simpatice con el PSOE al poco de su legalización (1977). En el bar que regenta Mateo, destaca en la pared la bandera del partido liderado por Felipe González. El detalle es otro acierto y atrevimiento de El día de mañana. Sugiere que el veneno del fascismo se introdujo en los nuevos partidos.

Comisario Landa. Karra Elejalde en ‘El día de mañana’.

El facha culto

El comisario Landa/Karra Elejalde se presenta a su subordinados con una pila de discos de Mozart bajo el brazo:

«Amante de la buena mesa. Servidor del caudillo. Me encanta Mozart y leer. Leer a Shelley, a Proust, Mishima. Ay, Mishima. ¿Quién coño diría eso de que el fascismo se cura leyendo?».

Landa mezcla al proto-anarquista Shelley, al homosexual burgués Proust y a Yukio Mishima, filósofo y novelista japonés, enemigo de la democracia, que encabezó una sublevación militar para restaurar el poder del emperador.

Tras la presentación, Landa pide a sus subordinados que aceleren las detenciones de comunistas, y remata:

«Y si en una España que se cae a trozos les sobra tiempo, lean, lean a Henry Miller y háganse pajas, pero pajas cultas».

Henry Miller, anarquista literario, que proponía tomar como referente de vida a Thoreau. No es raro que Landa pertenezca a CEDADE (Círculo Español de Amigos de Europa), asociación pronazi presentada como centro cultural. Aunque disuelta en 1993 por quiebra económica, sus últimos miembros están en la política y escriben columnas en ABC, El Mundo y La Razón, entre otros medios.

Landa representa a la vieja guardia fascista, que escucha ópera y usa Smith & Wesson sin reparos contra los enemigos. No reflexiona sobre los textos de Proust, Miller o Shelley. Tan solo leer por el placer de la lectura y para conocer el pensamiento disidente.

Uno de los objetivos de Landa es atraer a Mateo a la CEDADE. Landa no espera la respuesta del joven inspector: «Donde los nazis».  Landa replica que están haciendo muchas cosas por España. El «no somos fachas, somos españoles» estaba allí.

La trama policial es adictiva pero solo por esta galería de fascistas, El día de mañana se convierte en una obra necesaria. Ahora más que nunca. Muestra que la bestia del fascismo puede seducir a gente corriente y a gente sin esperanza.

Por Javier Meléndez Martín

Soy guionista desde 1998. He trabajado en producciones de ficción y programas para Canal Sur, ETB y TV3.

Co-escribí el largometraje para televisión Violetas (Violetes), una película para Televisió de Catalunya, Canal Sur Televisión y Canal 9. (2009).Violetas consiguió dos premios y dos menciones.

Imparto talleres de guion desde 2010.  Ahora, en Portal del escritor.

Puedes leer mi blog La solución elegante (recomendado por la Universidad Carlos III de Madrid para estudiantes de guion).

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