Triángulos amorosos, posturas imposibles, besos con lengua… La vida sexual de los astronautas es tan apasionante como un documental de búfalos.
La vida sexual de los astronautas es un secreto envuelto en un misterio dentro de un enigma. ¿Cómo se lo monta un tipo solo en la estación MIR durante 438 largos días, como el cosmonauta Valeri Poliakov? No existen datos sobre la frecuencia ni el modo de los intercambios sexuales entre hombres y mujeres astronautas, en tanto la política de la NASA es: “no es asunto nuestro”. Bien: sí es asunto nuestro.
Es un hecho que en las naves espaciales se desatan pasiones. Y si no que se lo digan al triángulo de amor bizarro que formaron los astronautas Nowak, Shipman (ellas) y Oefelein (él), que estuvo a punto de acabar en el asesinato de la de en medio por parte de la primera.
Un prolijo estudio del Journal de Cosmología ha entrado en harina del escabroso tema, no por capricho ni por morbo, sino con el objetivo expreso de contemplar las opciones reproductivas y placenteras de un viaje a Marte. El asunto no es baladí: si ir de la Tierra a la Luna fuese lo mismo que ir de Bilbao a Donosti, ir a Marte equivaldría a volar de Bilbao a Sydney.
En una supuesta misión a Marte (ya sabéis: billete sólo de ida) que incluyera tres astronautas varones y otras tantas hembras “podemos predecir que los varones experimentarán interés sexual en las astronautas y ellas pueden o no mostrar un interés recíproco en función de su estatus hormonal”, dicta el informe en ese aséptico y un tanto naif lenguaje propio de las publicaciones científicas.
El ejemplo más gráfico de esta disparidad fue el de la astronauta canadiense Judith Lapierre, que participó en un experimento de aislamiento de 110 días con dos cosmonautas rusos. Los rusos acabaron a tortazos (era previsible: eran rusos) y el ganador de la pelea, a la sazón comandante de la nave, “introdujo su lengua con violencia” en la boca de la joven Lapierre, que optó por aislarse en su módulo privado.
La buena noticia es que los astronautas no deberían tener problemas para encontrar pareja. Según el estudio, “igual que las primates no humanas, como los babones y los chimpancés, las hembras humanas tienen preferencia en tener sexo con hombres de alto estatus”, verbigracia, los astronautas.
Otro asunto es el de la procreación. El cuerpo de ellos y ellas se ve sometido a tales dosis de radiación, ingravidez y alteraciones físicas y psíquicas, que existen serias dudas sobre si es viable el embarazo espacial.
Seguro que estás pensando lo mismo que yo: ¿y qué pasa con el acto sexual en sí, el coito, la caidita de Roma? El estudio pasa de puntillas sobre el asunto pero las posibilidades posturales y de insólitos placeres que propicia la ingravidez se me antojan infinitas. Lamentablemente no llegó a realizarse la peli porno El último viaje, que iba a rodarse en la estación MIR. El productor sólo logró reunir 7 de los 23 millones de dólares que exigía la Agencia Rusa del Espacio por alquilar tan singular plató. Si quieres saber cómo montárselo a falta de gravedad tendrás que ver The Uranus Experiment 2, una producción española que incluye la única escena porno grabada en gravedad cero.
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Iñaki Berazaluce es autor del blog Strambotic
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