Aunque nació en EE UU, la niñez de la artista Sheida Soleimani transcurrió entre historias de la revolución que llevó a los ayatolás al poder en Irán en 1979. Hija de refugiados, aprendió a hablar inglés a los seis años y, aunque dice que no notó racismo por parte de la sociedad estadounidense, si qué se sintió diferente al ser de una minoría étnica. Pese a nunca haber pisado la antigua Persia, su país de origen juega un papel muy importante en su serie de collages National Anthem, en la que las referencias a la historia de Irán se mezclan con su estilo estético y sus sentimientos.
«En cada fotografía hay un léxico visual y simbólico que debe ser descifrado y que se repite en toda la serie, como un hilo», explica Soleimani por correo electrónico. «Los colores llevan a revoluciones, los elementos de fiesta [party en inglés] se refieren a partidos políticos [parties] y los bienes de agricultura son una referencia al Producto Interior Bruto». Otros objetos hablan de la «pacificación», como los terrones de azúcar, que en Irán «se ponen en la boca de los animales cuando van a ser sacrificados».
Untitled (Sacriface)
Esta serie, formada por 20 obras, el verde y el morado son los colores predominantes, mezclados entre elementos como Coca-Colas, pezuñas y cráneos de corderos, cigarros, carne de kebab y, por supuesto, terrones de azúcar. Sus títulos remiten a La revolución verde, La corte revolucionaria, Halal o Reformista. Soleimi reconoce como influencias tanto los posters de propaganda como a los collages dadas. En los primeros «se usaban símbolos específicos que eran atribuidos a izquierda o derecha», mientras que en los segundos, «las caras de los políticos y dictadores estaban normalmente yuxtapuestas con engranajes para representarlos como robots y deshumanizarlos».
Con esto, resulta evidente que le gustaría visitar su tierra de origen, pero dado que habla «tan fuerte sobre sus puntos de vista políticos», no cree que vaya a pasar en el corto plazo. «La situación allí es corrupta, solo los poderosos están satisfechos y la case trabajadora sufre», arranca su discurso, «es como vivir en una realidad orwelliana, sin libertad de expresión ni pensamiento». Tiene esperanzas de que algún día cambie, pero no esperanzas en un futuro cercano. Quizá en ese mañana distante viaje por el país de sus padres y haga otra serie de collages.
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