Sopa de Neón

La historia de amor entre el neón y el capitalismo sigue más viva que nunca. Pocos elementos están tan cargados de simbolismo como estas tipografías iluminadas que dominan los centros de ciudades en Tokio, Londres o Nueva York. Presenciarlos desde la distancia es un elemento inequívoco de que estás llegando a la ciudad. Sus destellos de luz ejercen un poder hipnótico y suponen la primera inmersión en la sociedad de consumo para los recién llegados a las grandes urbes.

Pero esto es solo una parte de la historia de estas estructuras luminosas. Lo que es menos sabido es que, durante la época soviética, Polonia elevó el neón a una cuestión de estado. A partir de los años 60, en el apogeo de esa fascinación por este arte, se llegaron a instalar más de un millar de letreros a lo largo y ancho del país. Detrás de esta fiebre por las tipografías alumbradas había una serie de planteamientos estéticos y funcionales. Se empleaban para informar e iluminar las calles, pero también representaban elementos decorativos e identitarios que ayudaron a reavivar Varsovia tras las épocas oscuras del estalinismo.

“Era normal ver señales de neón que, simplemente, decían: Pan, Papel, Biblioteca o Restaurante. El tamaño de estos neones, muchos de ellos gigantescos, no reflejaba necesariamente la envergadura de la tienda, la importancia del negocio, su popularidad o su nivel de ingresos”, explica Ilona Karwinska, creadora de la fundación Neon, que ha convertido la preservación de estas reliquias del comunismo en su principal cometido en la vida.

Detrás de cada trabajo había un respeto por el criterio de profesionales del diseño gráfico, la arquitectura, artistas y artesanos que labraban estas letras iluminadas con exquisita atención al detalle. En el centro de este proceso estaba la figura del jefe de diseño que velaba por la calidad y coherencia de cada trabajo.

“Solo se contrataban los mejores diseñadores y artistas para realizarlos. En la mayor parte de los casos tardaban unos tres años en completar un proyecto de este tipo, desde los bocetos iniciales hasta la instalación final del neón. Había que tomar en consideración no solo el diseño y la tipografía, sino también su viabilidad y seguridad, dado el gigantesco tamaño de algunas de estas letras. Si un neón se instalaba en un edificio histórico, tenía que contar con el permiso de la oficina de protección del patrimonio. Las autoridades, con todo sus controles burocráticos, querían que estos añadidos arquitectónicos tuvieran coherencia con las comunidades donde se instalaban”, añade Karwinska.

La modernidad sucumbe a la modernidad

Al poco tiempo de terminar la carrera, esta joven fotógrafa se dio cuenta que muchos letreros estaban desapareciendo engullidos por la modernización de Polonia. La existencia de este patrimonio pasaba desapercibida para la mayor parte de la población, más preocupada por mirar adelante que por proteger los vestigios del pasado.

Ante esta situación, Karwinska acabó convirtiéndose en una cazadora de neones en peligro de extinción, llegando en más de una ocasión a rescatar letreros a punto de ser enviados al vertedero. Aunque su labor, insiste, no se limita a la restauración y preservación de las letras. “Se trata de generar conciencia sobre su valor histórico. En mayo nos invitaron a participar en una exposición en Varsovia durante el día europeo del museo. Mostramos las mejores piezas de nuestra colección y cuál fue nuestra sorpresa cuando se acercaron más de 7.000 personas a ver la exposición en una noche”, dice con orgullo.

El éxito fue una constatación para ella de que existía un interés real por las luces de neón comunistas. No es que a la gente no le importara su desaparición; simplemente, muchos no se habían parado a pensar en ello. Próximamente, quiere alojar su colección en un lugar permanente siguiendo el ejemplo de Buchstaben en Berlín, que expone neones antiguos alemanes.

¿Pero el futuro de estos neones estará reservado exclusivamente a las vitrinas de un museo o hay sitio para que tengan su lugar en las ciudades polacas?

La creadora está convencida de que existen oportunidades para crear un revival. “No sería difícil. Todavía quedan bastantes empresas que se dedican a la fabricación de neón en Polonia”. Existen, incluso, casos recientes de marcas occidentales adaptando sus letreros al estilo polaco. “En la plaza de Konstytucji algunas compañías han escogido neones adaptados al estilo local”.

Pero que esta pasión por los neones comunistas no lleve a equívocos. No se trata de un movimiento nostálgico en honor a una época que vivió Karwinska en su infancia. Más bien, representa un cuestión de identidad y orgullo por proteger unas piezas únicas en un mundo cada vez más homogéneo. “Las señales de neón se han despojado de sus connotaciones políticas. Por fin, se empiezan a reconocer como arte. Esto no significa que la batalla para salvarlas haya terminado”.

Polish Cold War Neon

La recuperación de neones en peligro de extinción por parte de Ilona Karwinska ha ido acompañado de una necesidad de documentar todos los neones que aún siguen ‘vivos’. Su libro Polish Neon: Cold War Typography contiene más de 200 páginas de fotografías, bocetos y entrevistas con algunos de los protagonistas de esta época dorada del diseño polaco. “Llevo desde 2005 retratando los neones polacos. El libro es mi forma de llevar la historia de este arte casi desconocido al resto del mundo”, explica.

Este artículo fue publicado en el número de enero de Yorokobu.

 

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