No es de extrañar que a ese aparato que en principio llamaron teléfono móvil se le haya caído el teléfono y se esté quedando en móvil a secas. No solo porque agota la boca pronunciar dos palabras cuando dice lo mismo una sola; también porque a muchas personas les bastan los canales escritos de su móvil para hablar con otros.
Desde que las redes sociales y el chat se apoderaron de la conversación, el teléfono se ha convertido en una molestia. El soniquete de una llamada empieza a resultar tan arcaico y perturbador como el chiflido irritante y estridente del abuelo del correo electrónico: el fax.
Y desde que el teléfono móvil comenzó a ser cada vez menos teléfono y cada vez más móvil, las palabras quedaron estupefactas. Estaban acostumbradas a volar por el aire; a vestirse de acentos, de gritos y susurros, de entonación. Pero cuando, a principios del siglo XXI, empezaron a verse impresas en artefactos eléctricos, entendieron que a partir de entonces la apariencia, la honra o el desprecio del hablante tendría más que ver con la letra escrita que con la voz.
Las palabras y los signos de puntuación visten a un individuo en su parloteo del móvil igual que el traje y el peinado modela la figura del que pasea por la calle. Antes se salía a pasear a la plaza mayor del pueblo para ver y ser visto. Hoy hacemos lo mismo en las redes sociales: uno de los escaparates donde nos asomamos a ver y dejarnos ver.
Porque somos lo que escribimos y escribimos lo que pensamos. Pero para convertir un pensamiento en un discurso hay que tomar muchas decisiones. ¿Soltar la idea como un estallido de palabras que se desparramaran, sin orden ni concierto, sobre un globo de chat? ¿Poner los puntos y las comas como un policía que ordena el tráfico o escupir vocablos como si fueran los coches que colapsan las caóticas calles de El Cairo?
El modo de escribir descubre quién hay detrás de esas letras. La ortografía y la gramática esbozan la imagen del personaje que escribe. El que abre una pregunta con el signo de interrogación en un chat es tan detallista como el que al abrir una puerta hace el ademán para ceder el paso al que viene detrás. El que acaba todas las frases con un punto es tan preciso, minucioso y puntilloso como un matemático. El que escribe como dicta la RAE es un clásico, quizá un elitista; el que pega el cambiazo a las ces para colar una ka es un punky, quizá un anarka.
Escribir tanto hace que surjan cientos de dudas. Escribir en canales nuevos pone al hablante en la misma tesitura que un conductor que agarra el volante por primera vez en el desierto. ¿Regirán las mismas normas de tráfico que en la ciudad?
El filólogo Juan Romeu lleva años despejando estas dudas. Lo hace desde su blog Sinfaltas.com y desde el departamento de «Español al día» de la RAE. Hay jornadas que atiende más de cien preguntas desde la cuenta de Twitter de la Academia; hay días que reflexiona sobre el lenguaje y escribe artículos sobre «las diez mejores comas de la poesía en español» o «los tesoros gramaticales del Quijote».
—¿Qué dice de una persona su forma de escribir?
—Quien es cuidadoso con la ortografía y la gramática acaba siendo cuidadoso con todo —responde el poeta y autor de dos novelas lingüísticas, en una cafetería llena de jamones junto a uno de los edificios de la RAE—.
«Escribir bien muestra fuerza de voluntad», asevera Romeu con la misma contundencia que Thomas de Quincey, el ensayista inglés comedor de opio, escribió: «Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le dará importancia a robar. Del robo pasará a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y entonces acabará por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente».
Importa la ortografía: se clava como un alfiler en los ojos un cojer con jota en vez del coger con ge. Importa la gramática: un delante mío suena más codicioso que un delante de mí. E importa la sintaxis: una coma mal colocada puede armar la marimorena. Pisar este freno lleva a un significado; conducir a lo loco, sin pausas, puede hacernos derrapar.
No, te quiero.
No te quiero.
—Lo que más me gusta es la sintaxis. La puntuación demuestra que la sintaxis sirve para algo —comenta el lingüista que, después de poner las tildes en el lugar acertado, se aparta a escribir versos que piden «no me beses, que llevo alma. Es una de esas frases tontas, sí, pero no me beses, que llevo alma»—.
Pero ¿cómo hablar de estos asuntos del lenguaje sin espantar a alguien con tecnicismos malsonantes del pelaje de una corrección ortotipográfica (que suena a tienda ortopédica y tacatacas para abuelos) o un sesquipedalismo (que tintinea como un pedaleo cojo)? Romeu intentó resolverlo cuando, a principios de 2016, fundó la empresa Sinfaltas.com. «La teoría lingüística, en general, aburre y asusta», indica. «Un amigo y yo creamos esta plataforma para resolver dudas y escribir artículos que expliquen las normas del lenguaje de un modo fácil y cercano».
En estas, un día, Romeu iba mirando Facebook en el autobús y, de pronto, paró en la foto que había publicado un amigo. Al fondo aparecía una tabla periódica. En ese mismo instante, el lingüista imaginó que los elementos que aparecían, en vez de explicar el mundo por sus gases y sus metales, lo interpretaran por las normas ortográficas y gramaticales. «De un primer vistazo me salieron unas treinta asociaciones posibles», recuerda.
Trasladó la H del gas más liviano de la naturaleza, el hidrógeno, al mundo de las letras y contó que «la h ante –ue se puso para no confundir la u con la v». Aprovechó el Ti del titanio para contar que este pronombre nunca se acentúa y la K del potasio para decir que es preferible escribir bikini, Irak y kimono con k. Y cuando tuvo 118 normas lingüistas, las llevó a una tabla que intenta explicar la ortografía en el mismo golpe visual que la tabla periódica muestra la química.
Los cientos de horas que Romeu pasa atendiendo consultas le pusieron en bandeja las incógnitas lingüísticas más habituales. De ahí sacó la selección, aunque hoy lamenta que olvidó uno de los grandes interrogantes: ¿se acentúan las mayúsculas? Por supuesto, dice. «Es como si los camiones, por ser más grandes, no tuvieran que pararse ante un semáforo como el resto de los coches».
En diciembre de 2016 publicaron «La tabla periódica de la ortografía» en el blog de Sinfaltas.com. Al instante se hizo viral y Romeu pensó que habría de bajar a la mina y echar a esos elementos más pico y más pala. Empezó a escribir artículos de cada uno en esta web, pero pronto se detuvo y decidió publicarlos en un libro: Ortografía para todos (JdeJ Editores y Sinfaltas.com, 2017). Ahí dedica dos o tres páginas a hablar sobre cada uno porque «si sabes la explicación de una norma, es más fácil recordarla».
En esta obra recoge la voz de la RAE, enigmas lingüísticos que «no están en obras académicas» y su visión sobre algunos asuntos como si el Like de Facebook debería escribirse en español junto («megusta») o separado («me gusta»). Romeu es partidario de hacer de las dos palabras una sola porque, al escribirla en plural, parece tener más consistencia «los megustas» que «los me gustas».
—Y tú, Juan, ¿cómo escribes tus mensajes de WhatsApp?
—Siempre intento abrir la interrogación y hasta uso cursivas.
ALGUNAS RESPUESTAS A DUDAS SOBRE LA ESCRITURA EN WHATSAPP
☞ Las abreviaciones no llevan punto.
Se escribe «q» en vez de «q.».
O «xq» en vez de «porque».
O «tq» por «te quiero».
☞ Se puede omitir el signo de apertura de la interrogación y la exclamación si el mensaje está claro y no plantea dudas.
☞ Se puede utilizar la locura de varios signos de interrogación y exclamación seguidos porque en estos canales, al reproducir el habla coloquial, la expresividad es muy importante. Todos esos signos pueden sustituir a los gestos.
☞ No se pone apóstrofo (‘) ni se acentúan las palabras cuando se cortan por el principio o el final y se convierten en una sílaba. Por ejemplo, «no ta» en vez de «no está» o «pa to» en vez de «para todo». Esto lo hacían como campeones los Toi («estoy») de las pegatinas que incluían los Bollicaos en los años 80.
Una respuesta a «El libro que explica la tabla periódica de la ortografía»
Bien interesante, léalo, coméntelo y apréndalo u olvídelo. Quizá comprendamos la moda de ser breves y la percepción de ser destructores del buen gusto… La moda, la moda y la inutilidad de esta, en muchas situaciones.