Un domingo de 1925, Alfonso XIII canceló su visita a San Sebastián, donde le esperaba su familia. Aquella mañana recibió en audiencia a Serge Voronoff, que venía de Andalucía. El rey, muy interesado, quiso saber más sobre los injertos que el doctor de origen ruso venía realizando. Lo que tan célebre hizo a aquel médico fue su idea de que la fuente de la eterna juventud se hallaba en las gónadas, que culminó con implantes de testículos de mono en humanos. Y de eso hablaron en una entrevista que La Vanguardia calificó de «en extremo interesante».
Desde aquel día y hasta avanzados los años 40, el mismo periódico siguió definiendo al doctor como «célebre» y «afamado». El rey de España no fue el único que se rindió a sus encantos. Gracias a una potente campaña publicitaria y sus viajes dando conferencias y demostrando los efectos de sus operaciones, el público empezó a desestimar las posibilidades de que fuera poco más que un charlatán. El 9 de octubre de 1922, The New York Times titulaba: «Los nuevos tests de Voronoff ganan el apoyo de la prensa».
Voronoff llegó a Francia para estudiar medicina a finales del siglo XIX. Empezó a trabajar con Brown-Séquard y se mudó a El Cairo, donde trabajó en un hospital durante más de una década. De allí volvió convencido de que la calvicie, obesidad, flacidez, envejecimiento prematuro y problemas de memoria que padecían los eunucos no eran síntomas aislados ni casuales. Si todos compartían achaques, concluyó, era porque todos compartían carencias. La juventud, por tanto, tendría que hallarse en los testículos.
La pérdida masiva de jóvenes durante la Primera Guerra Mundial creó la necesidad en los hombres de mantener la juventud física y mental. Así surgieron ideas que trataron de arrojar luz sobre las causas del envejecimiento. La teoría endocrina, a la que se adscriben Brown-Séquard y Voronoff, señala que el envejecimiento viene cuando cesan las secreciones de hormonas y, en concreto, de las glándulas sexuales. Varios médicos creyeron haber hallado la causa de la vejez en los testículos y cada uno inventó su técnica rejuvenecedora.
Brown-Séquard planteó la posibilidad de inyectar semen en el flujo sanguíneo. Probó con cobayas y acabó inyectándose un jugo a base de testículo y sangre de los vasos espermáticos. No pocos le imitaron, incluido Voronoff, poniendo de moda la opoterapia.
El doctor Steinech, por su parte, trató de devolver el vigor a los hombres reconduciendo el esperma hacia el flujo sanguíneo. El premio Nobel de Literatura William Butler Yeats, el también Nobel Knut Hamson y hasta Sigmund Freud pasaron por sus manos en busca de la eternidad.
Antes de llegar a utilizar glándula de mono, el trabajo de Voronoff pasó por otras fases que conforman un proceso más largo, aunque no por ello más lógico. Tras varios años estudiando las glándulas, empezó haciendo injertos entre animales de la misma especie y de distintas edades para demostrar que, con ello, podía frenar el envejecimiento.
Cuando pasó a los humanos, comenzó implantando tejido de testículos de criminales ejecutados en millonarios. Pero la demanda aumentó vertiginosamente, a pesar del alto precio de la operación, y no había tantos ajusticiados a su disposición. Entonces Voronoff recordó que, cuando trabajó como cirujano durante la I Guerra Mundial, trasplantó un hueso de chimpancé a un soldado herido. En los simios, a los que consideraba los mejores donantes para los humanos, encontró la solución.
En 1920 realizó el primer xenotrasplante de mono a humano. Aunque con ello no consiguió abaratar la operación, en solo una década, unos mil hombres le prestaron sus testículos. Entre ellos, hubo al menos un premio Nobel: Anatole France. Se estima que unos 2000 recurrieron a operaciones de este tipo entre 1920 y 1940. Voronoff se enriqueció (más) y compró un castillo en Grimaldi (Italia).
En un artículo académico titulado ‘Dr. Voronoff´s curious glandular xenoimplants’, Ethel Mizrahy escribe que Voronoff nunca tuvo suficientes primates porque muchos morían de camino. «En 1920, se construyeron almacenes comerciales en África para albergar animales y garantizar su suministro en Francia. En Menton, Voronoff tuvo su propio lugar para abastecer y cuidar a sus monos».
Evelyn Bostwick, su asistente de laboratorio y esposa, financió sus experimentos y tradujo al inglés su obra más conocida, ‘Life: A study of the means of restoring vital energy and prolonging life’. En ese libro aseguraba que «el constante conflicto entre el instinto de vida y el horror ante la muerte ha engendrado ese profundo pesimismo que afecta a los grandes pensadores». A Voronoff le preocupaba aquel desánimo generalizado porque, además, era psicólogo. Para alegrar la vida a los hombres, decidió alejarles de la muerte ayudándoles a vivir, decía, hasta 140 años.
Lo que buscaba no era un precursor de la Viagra, aunque se extendió la creencia de que sí tenía esos efectos y con esa finalidad tantos hombres acudieron a él. «El injerto no es de ningún modo un remedio afrodisíaco, pero actúa en todo el organismo estimulando su actividad», escribió.
La teoría de Voronoff se resumía en que la vida de una persona se prolonga tanto como sus glándulas. Por eso, aunque se especializó en testículos, no se olvidó de las mujeres e hizo alguna operación de prueba, implantando ovarios de mona en mujer y viceversa.
Cuando el doctor llegó a Brasil, una mujer de 48 años y residente en São Paulo, acudió a él en busca de la juventud. Su marido acababa de abandonarla y ella creyó que, si lograba rejuvenecerse, podría recuperarlo. Dos años después de la operación, Voronoff supo que la mujer había adelgazado, sus músculos se habían fortalecido y, a pesar de sus cincuenta años, su apariencia era de treinta y cinco. El doctor tenía curiosidad. ¿Habría logrado recuperar a su esposo? Pero la mujer consideró que aquel hombre ya era insuficiente para su recién «restaurada juventud» y no volvió a buscarle.
Voronoff en la literatura y la música
La historia de Voronoff tiene todos los ingredientes de cualquier historia de obsesión por la inmortalidad: un científico extravagante, una teoría cuestionable y poco cuestionada en su momento, acólitos, enemigos y un castillo lejano. La realidad dotó a la ficción de todos los detalles necesarios para escribir varias novelas.
Aunque a su muerte, en 1951, casi nadie se hizo eco de su ausencia, el doctor francés dejó su rastro en la cultura popular, inspirando a escritores, compositores y camareros.
En ‘The great detective: the amazing rise and inmortal life of Sherlock Holmes’, Zach Dundas escribe sobre Conan Doyle: «En Voronoff él pudo haber atisbado un extraño reverso de su propia persona: un hombre resuelto, explicando un conocimiento arcano […]. Conan Doyle luchó por la inmortalidad espiritual. Ambos se oponían y complementaban, como Moriarty y Holmes».
Conan Doyle se inspiró en Voronoff para escribir ‘Aventura del hombre que trepaba’, aludiendo a la idea, bastante extendida entre sus detractores, de que si aquellos hombres tenían en su cuerpo una parte de mono que alteraba su comportamiento sexual, acabarían actuando como animales. En la historia de Conan Doyle, un anciano intenta vigorizarse por amor a cualquier precio. El anciano, que desaparece por las noches, va adoptando cualidades cada vez más simiescas.
‘Corazón de perro’, de Mikhail Bulgákov, es probablemente la obra que más se aproxima a la figura de Voronoff. El profesor Preobrazhenski, dicen, podría estar directamente inspirado en el doctor de origen ruso. En este caso ocurre a a la inversa: es el animal el que acaba humanizado. El profesor implanta testículos de hombre en un perro que va adoptando aptitudes humanas hasta conseguir un trabajo. A pesar de haber estado prohibida durante décadas, la historia de Bulgákov tuvo gran éxito cuando fue llevada a la ópera y al cine.
Otros libros menos populares se inspiraron en Voronoff, así como varias canciones brasileñas. En Brasil, escribe Ethel Mizrahy, «Voronoff fue capturado por la música». ‘Seu Voronoff’, escrita por Lamartine Babo y Joao Rossi, y ‘Minha viola’, de Noel Rosa, fueron algunas de las canciones más conocidas que protagonizó tras su visita a Brasil.
Voronoff acabó desacreditado. Pasó del aplauso a la burla de la noche a la mañana y, en 1930, tuvo que dejar los xenoimplantes por presiones de la comunidad científica. Tras el descubrimiento de la testosterona, sus operaciones se convirtieron en tabú y médicos y pacientes olvidaron que habían defendido sus teorías y que hasta habían prestado sus testículos. Tal fue el desprestigio de Voronoff que derivó incluso en la posterior acusación de haber introducido el virus VIH en la especie humana a través de sus implantes.
Todos sus castillos se vinieron abajo; el de verdad, también. Como si de una metáfora de su vida se tratase, cuando volvió a Italia, tras la II Guerra Mundial, encontró el castillo bombardeado.
César González-Ruano, en un artículo publicado en La Vanguardia cuando ya casi nadie creía en Voronoff, llegó a llamarle «el doctor de los bellos consuelos». Dice: «que en Voronoff hay mucho de cierto, para mí, es evidente. Su simple aparición en Lisboa me trae a mí un circunstancial rejuvenecimiento. Porque me lleva a mi César de hace quince años, en que la fama de Voronoff llenaba el mundo de polémica y esperanza. Entonces uno tenía las mejores glándulas de Madrid, y vamos a dejarnos de historias».
4 respuestas a «Testículos de mono para alcanzar la eterna juventud»
[…] Testículos de mono para la eterna juventud […]
Una pregunta: ¿ cuáles fueron los resultados?. Si el número de transplantados fue tan grande, entonces debería haber información sobre los verdaderos efectos. ¿ Quizá estimulaban al principio y la cosa se venía abajo(…) después?. La lógica me dice que la palmaría alguno que otro. Y sin embargo parece que se corrió como la pólvora la noticia del doctor. A dia de hoy ya no se confirma ni el reverastrol, ni la sirtuína ni la restricción calórica. Ahora han logrado, supuestamente, modificar los telómeros. Lo mismo ni eso valdrá. Pienso que realmente no existe un reset lo suficientemente definitivo. Así que tendríamos que hacer como con la nave de Teseo. El reto debería ser poder cambiar cualquier célula de las 64 billones, mal contadas, ¿ pero cómo?. ¿ Nanoesferas ferromagnéticas?. Entonces… ¿ qué pasó con la terapia vírica?. Me asalta una sospecha: Creo que la mente impide el rejuvenecimiento porque se opone a la vida en sí misma. Partamos de la teoría de que la mente es la propia muerte tripulando un cadáver. Entonces el actor de vivir es el acto de acabarse. Pues acabarse y manifestarse son la misma cosa. ¿ Pero cómo empezó?. Leibniz podría tener la clave: El cuerpo y la mente no tienen nada que ver y somos el alma. El alma sería lo único que existe.
[…] juventud se encontraba en los testículos. En sus experimentos, sometió a unos 2000 hombres a un implante de tejido de testículo de simio para recuperar su vigor y la juventud. Aunque, por suerte, sólo ha quedado en el anecdotario […]
Virginia, me gustó tu artículo sobre todo el hecho de no sentar una opinión paralizada, sino dejar que el lector elabore sus conclusiones, te felicito por la información, un abrazo en la distancia, de esos que se dan las almas, Claudio desde tierra del fuego, Argentina