Fue una tarde al comienzo del verano de 1956. Un par de adolescentes deciden acercarse al cine de su pueblo, Lubbock, Texas. Las películas del Oeste todavía resisten en la gran pantalla y ese día echan un estreno reciente, The searchers –en España, Centauros del desierto–, dirigida por John Ford y protagonizada por John Wayne. A lo largo del film el personaje interpretado por El Duque repite en varias ocasiones la frase «That will be the day» cada vez que alguien se aventura a predecir que algo va a suceder. Wayne, incrédulo, siempre contesta: «Ese será el día».
Aquellos dos chavales son Charles Hardin Holley (al que ya llaman Buddy Holly) y Jerry Allison. Tienen 19 y 16 años respectivamente y tocan juntos en una banda. Buddy lleva actuando desde crío. A los 15 salió en un programa de televisión con su dúo, Buddy & Bob, con el que tocaba música country & western, y así habría seguido de no haberse topado con Elvis Presley. Cuando Elvis llegó a Lubbock en 1955 sacudió a la juventud local como un terremoto, y buena parte de aquellos hillbillies se convirtieron en jóvenes rockers.
Hasta cinco veces actuó ese año Elvis en el pueblo de Buddy Holly, y este fue a ver todos los conciertos. Habían puesto balas de paja para proteger al cantante de sus fans y Buddy alucinaba viendo como las chicas más guapas de Lubbock trepaban por encima para alcanzar a la estrella. «Sin Elvis, ninguno estaríamos aquí», dijo tiempo después. Al salir del cine, Buddy y Jerry se fueron a casa de este con las guitarras. Buddy le dijo que sería fabuloso si pudieran componer una canción que fuese un hit. Jerry, imitando a John Wayne, le respondió: «That will be the day».
Apenas un mes más tarde los chicos han firmado por una filial del sello Decca y entran a un estudio en Nashville para grabar su canción That will be the day. La primera grabación, realizada como Buddy Holly and the Three Tunes, no satisfizo a la discográfica y pasaron a archivarla. Pero entonces se toparon con el productor Norman Petty, que insiste en llevarlos a grabar a su estudio en Clovis, Nuevo México.
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Cuando le enseñan la canción de marras, Petty insiste en volver a intentarlo. La regraban con nuevos arreglos, añadiendo coros y con un sonido menos Elvis y mucho más pop. Por contrato, Buddy Holly tenía prohibido editar esta nueva grabación bajo su nombre. Pero el productor Petty, astuto perro viejo, acreditó el tema a la banda The Crickets –añadiéndose él como autor– y les consiguió un nuevo contrato ¡con otra filial de Decca!
Ese single produjo una detonación sísmica, no igualable a la de Elvis, aunque también de magnitud extraordinaria. Se edita en mayo de 1957 y va directo al número 1 de las listas blancas y el 2 de las negras. Pero fue mucho más que un hit.
La aparición de Buddy Holly en televisión se podría señalar como la creación del arquetipo de grupo de rock’n’roll tal y como lo conocemos; dos guitarras, bajo y batería. Su pose con la guitarra Fender Stratocaster y sus gafas de pasta se volvería una imagen icónica y Holly, posiblemente, en el primer «no guaperas» que se convertía en icono sexual. Su alcance fue imponderable y basta como ejemplo señalar que esta fue la primera canción que John Lennon aprendió a la guitarra.
Como John Wayne en Centauros del desierto, el protagonista de esta letra escucha a su chica decirle que le va a dejar, pero no se lo cree. Porque piensa que si un día le deja, él se morirá. Alguno vería una premonición en esa frase. El 3 de febrero de 1959, Buddy Holly falleció a los 22 años en un trágico accidente de avioneta cuando se dirigía a un concierto junto a The Big Bopper y el prometedor Ritchie Valens. El día que la música murió, diría Don Mclean en su American pie.
La música no murió ese día, aunque se perdió un genio de alcance inescrutable. Su reinado fue breve, pero durante esos 20 meses de trayectoria Buddy Holly fue el indiscutible rey del pop.
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