Recordaba Kenney Jones, batería de Small Faces, el día en que Steve Marriott apareció corriendo por el pasillo del hotel de Leeds en el que se alojaban. La banda estaba de gira y Marriott, con 19 años, llegó gritando; «¡Lo tengo! ¡Acabo de escribir nuestro próximo hit!»
No había pasado ni un año desde que editasen su primer single, pero los chicos ya habían saboreado las mieles del éxito. Tres de los cuatro singles que tenían en el mercado habían sido top 20. Y habían llegado al pódium de las listas con Sha-la-la-la-lee, un tema impuesto por la discográfica, sonido pop totalmente comercial y alejado de sus raíces rhythm’n’blues soul. Odiaban esa canción.
En aquel momento Small Faces parecían los últimos en llegar al gran circo del Swinging London. La escena mod británica más genuina, absolutamente minoritaria hasta 1962, había pasado a convertirse en algo masivo y mediático. Si bien es cierto que algo diferenciaba a los referenciales The Kinks o The Who de los Small Faces: estos ya eran mods antes de ser músicos, lo que les convirtió en el arquetipo de las bandas modernistas y a Steve Marriott en un icono juvenil. Tenían reputación y respeto, derrochaban talento, actuaban constantemente y se movían en la zona alta de las listas. Les faltaba solo un empujón para colarse en los puestos de cabeza de la primera división.
Editada en agosto de 1966, All or nothing poseía los ingredientes necesarios. Tenía ese componente pop que funcionaría a nivel comercial y al mismo tiempo la fuerza desgarradora del soul que desprendía la poderosa y envidiada voz de Marriott. El single fue directo a lo más alto, el único top 1 que consiguieron los Small Faces.
Fue un antes y un después. Tras esta canción los miembros del grupo probaron el LSD y comenzaron a adentrarse en nuevos territorios, acordes a los cambiantes tiempos musicales que vivían. Hay quien dice que la letra estaba inspirada en la ruptura con su novia del momento, Sue Oliver, pero muchos más dedos señalan a que esta canción se la dedicó a otra mujer, la modelo Jenny Rylance. Marriott la conoció en el 66, un flechazo a primera vista.
Pero Jenny era la novia de Rod Stewart, así que solo podían ser buenos amigos. «Todo o nada», pensaría el joven mod. Le funcionó. Jenny rompió con Rod y acabó casándose con él en mayo del 68. Marriott se llevaba la chica y la canción. Y dijo que recordaba el día de su boda como el momento más feliz de su vida.
Mariott, desde niño, había sido un tipo muy espabilado e inteligente. Con claras dotes para el canto y la interpretación, llegó a actuar en el musical Oliver con solo 13 años. Las chicas siempre se le dieron bien, poseía un carisma muy atractivo y no le faltaron ligues y parejas. Su personalidad parecía fuerte y natural, la de un tipo que sabía lo que quería. Pero los que le conocieron afirman que era una persona con mucha inseguridad sobre su talento y acomplejada por su baja estatura, y que ese carácter decidido era solo una fachada protectora muy bien interpretada.
Poco después de la boda comenzaría su consumo de cocaína y el abuso del alcohol, además de un incremento violento de su personalidad. Jenny se divorció de él en 1973 y Marriott no lo encajó. La llamaba continuamente mientras se adentraba en una espiral autodestructiva que derivó en esquizofrenia. Su aventura con el grupo Humble Pie arrancó bien y terminó fatal.
Finalmente sus actuaciones en solitario quedaron relegadas al circuito de pubs londinenses, mostrándose cada vez más demacrado. Se casó otras dos veces por el camino y tuvo tres hijos, pero nunca volvió a ser el mismo. Finalmente, el 20 de abril de 1991, se acostó borracho con un cigarrillo encendido y falleció en el incendio que provocó. Tenía 44 años, estaba casi arruinado. Habían pasado 25 desde la canción que tipificó una era, la canción que lo llevó a lo más alto, la canción que sonó como réquiem en su funeral. Todo o nada.
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