Nos ha ocurrido a todos. En algún momento de nuestra vida, en el transcurso de algún hecho social, de esos en los que todos están pendiente de uno, la hemos cagado sin remisión. Eso, aunque aún no haya sido encontrado por los genetistas, está en el ADN humano. En cualquier caso, como es mucho más divertido reirse de lo que le ocurre a otros que de lo que le pasa a uno mismo, repasaremos unos cuanto hechos (alguno de ellos luctuoso) que llevaron a alguien a desear que la tierra se lo tragase.
El origen de toda esta ocurrencia está en el pueblo llano. No hay nada más llano ni nada más pueblo que un camarero. Como no sabemos su nombre, llamaremos al camarero Manolo y le asignaremos el rol de involuntario invitado a esta historia.
Corría el año 1989 cuando William Sokolin, un vinatero neoyorquino, puso en subasta una botella de Chateau Margaux de 1787 que, para entendernos, es un vino bastante mejor que el Borsao de Mercadona. Sokolin pedía medio millón de dólares por dicho vino, lo que vienen a ser, pavo arriba, pavo abajo, 500.000 machacantes. Nadie compró la botella porque, supongo, no hay nadie tan idiota. Sin embargo, el bueno de Sokolin consiguió asegurarla por 225.000 dólares.
Quiso la casualidad que Sokolin llevase la botella al restaurante Four Seasons, donde iba a cenar esa noche. Y quiso la casualidad que, al final de la cena, cuando el vinatero se disponía a salir, nuestro Manolo, el del pueblo llano, tirara la botella de Chateau Margaux con una bandeja de café. Manolo, por supuesto, quiso que la tierra le tragase en ese momento aunque solo hasta que supo que la botella estaba asegurada.
No tenemos material gráfico que documentase el trágico momento, pero hemos hecho el esfuerzo de tratar de reconstruir la escena para vosotros. Fue algo así.
El entrenador que echó a Jordan del equipo de sus instituto lo niega todo. Faltaría más. Pero nosotros nos quedaremos con la historia más truculenta, aunque no sea del todo cierta, qué diablos. Lo que afirma Clifton Herring es que colocó a Jordan en el Junior Varsity Team, lo que viene a ser el equipo de los pringados, los gafotas y los asmáticos.
Herring siempre podrá decir que el tuvo los santos pinreles de poner a Michael Jordan, seis veces campeón de la NBA, en el equipo «B». Lo que vino después de aquello ya es sabido por todos.
Mientras Michael Jordan se hacía de oro jugando al baloncesto y haciendo anuncios de McDonalds con Larry Bird, Burger King hacía cosas raras con un rey que parecía un cabezudo de las fiestas de moros y cristianos. ¿Estuvieron Crispin Porter y Boguski, creativos responsables de la campaña, deseando que se los tragara la tierra o, por el contrario, se descojonaban en casa cada vez que veían el anuncio?
Por algún motivo, a Burger King le parecía bien que cuando te despertabas por las mañanas, esta cara inexpresiva e incómoda te mirara fijamente.
Seguimos con el rey. No con el de verdad, con Elvis, sino con el rey Juan Carlos. Lo bueno de no tener vergüenza -ojo, nadie habla de ser un sinvergüenza sino de de haberla perdido a causa de la exposición pública en actos- es que nunca terminas de alcanzar un estado en el que deseas que la tierra te trague.
Si hay un especialista en saltos en este país, ese es nuestro querido exrey titular.
– ¿Cómo se encuentra, Majestad?
– Contrariado. Solo he obtenido un 7 en ejecución y un 6 en técnica.
– Hemos de seguir practicando, Alteza.
– Hemos.
– ¡Cuerpo a tierra!
– ¿Mejora la cosa?
– No, llame a mi hijo y dígale que le regalo el cargo.
– Ahora mismo, Majestad.
Y aquí andamos, a la espera del primer salto del nuevo monarca.
Al otro lado del Atlántico también hacen sus pinitos. Un jefe de estado que maneja chándal no puede ser otra cosa que un atleta consumado. Tampoco creo que Castro haya sufrido mucha vergüenza por haber hincado el diente en público. Total, si ve a alguien reírse de él, lo enchirona y aquí primero paz y después gloria. O pide la vuelta de Carromero.
¿Hay algo más mágico que ver cómo el conocimiento humano espolea su desarrollo hasta hacer que la vida de las personas mejore y se alargue de manera sostenible? ¿Hay algo más mágico que asomarse al cosmos y ver con gozo cómo somos parte de un mecanismo universal perfecto? ¿Hay algo más poderoso que ver cómo avanzamos en nuestra tecnología hasta el punto de que cualquier comportamiento humano es mejorado por las máquinas que creamos? Sin ir más lejos, el creador del robot Asimo disfruta mucho cada vez que ve a su vástago de silicio y metal desenvolverse con la soltura propia de un bailarín del Bolshoi.
Más chocante tiene que ser ver cómo el puñetero Asimo es un poco cabroncete y te vacila sin dudar.
Pasemos a deportes. Hace algunas décadas, la selección española era un equipo de competitividad dudosa. Exactamente como ahora. Uno de los grandes villanos nacionales fue Julio Cardeñosa, el autor del Gol de Cardeñosa, un gol que, como el gol de Pelé, no fue gol. Eso es todo lo que le emparejaba con el astro brasileño.
Julio Cardeñosa, jugador del Betis, era el delantero (¡INTERIOR IZQUIERDA!) de la selección en el mundial de Argentina, en 1978. España jugaba contra Brasil y, tras darse el jarpazo contra Austria en el primer partido, necesitaba una victoria para seguir adelante. En el minuto 74, Cardeñosa tuvo esa vitoria en sus pies. E hizo historia como luego la hicieron Julio Salinas, Eloy Olalla o Tasotti Cabrón.
Peor fue lo de Andrés Escobar, defensa de la selección colombiana. Él no deseaba que la tierra lo tragase pero así lo hizo. Yace bajo ella desde hace veinte años después de haber sido asesinado. Su pecado no fue marcar un gol en su propia portería que supuso la eliminación de su país, sino encontrarse con Humberto Muñoz en el aparcamiento de una discoteca.
Mundial de Estados Unidos, en 1994. Colombia se juega la clasificación a la segunda fase contra la selección anfitriona y su ridícula camiseta. El estadounidense Caligiuri centra al área amarilla y Andrés Escobar, central colombiano, introduce el balón en su puerta. Colombia, eliminada.
Algunos días después, ya en casa, el tal Humberto Muñoz comenzó a insultar a Escobar en un parking hasta que este le pidió que le dejara en paz. En ese momento, Humberto Muñoz sacó una pistola y le disparó seis veces causándole la muerte.
Como es mucho más graciosa la frivolidad que la muerte, seguimos con algo de cultura. Cada vez que Justin Bieber vomita es trending topic. Literalemente. Primero vomita. Luego es trending topic. Mirad.
Para finalizar, una de esas anécdotas que conducen a muchas personas a elegir una vida de retiro anacoreta. Eres una supermodelo. O, al menos, ‘aspirante a’. Te presentas a Australia´s Next Top Model, el paso lógico si quieres conseguir ese objetivo. Llegas a la final y ganas. O no. Oh, no. Oh, qué vergüenza y qué lamentable error. Lo explicamos con una secuencia de gestos.
La cosa ocurrió así en la edición de 2010. La presentadora Sarah Murdoch anunció la ganadora del certamen. ¡Kelsey Martinovich!
Eso, claro, desató la incontenible alegría de Marinovich que gritó, lloró e hizo todas esas cosas que se supone que hay que hacer cuando uno gana un coche y una pasta.
Pero. ¡Pero! La cara de la presentadora cambia de color y hasta de estación. Miraditas nerviosas, caras de pánfilo y ¡el horror! Sarah Murdoch se había equivocado de nombre y había anunciado a la ganadora equivocada. La verdadera ganadora no era Kelsey Marinovich sino su rival en la final, Amanda Ware. Más risas nerviosas, más caras de pánfilo y mucha vergüenza propia y ajena. Dos de las tres partcipantes de la escena desearon que se las tragase la tierra. Eso es un porcentaje mejor que el de Pau Gasol en tiros de campo.
Finalmente, una ganadora que no tenía ni maldita idea de cómo celebrar su éxito.
La secuencia completa es tan jugosa que merece la pena ser disfrutada con el Chateau Margaux de más arriba.
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