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Un cazador de imágenes en la tierra del tigre siberiano

Corría el año 1997. En el Primorje, un territorio enclavado en el Extremo Oriental de Rusia, entre Siberia y el mar de Japón, un cazador furtivo encuentra el rastro de un gigantesco tigre del Amur. Cualquier otro se hubiera dado la vuelta, porque el amba, nombre que en la lengua udegé significa ‘espíritu del bosque’, es conocido por ser un tigre vengativo y muy feroz. Sin embargo, el cazador vio la oportunidad de atraparlo y venderlo en el mercado negro.
Vladimir Markov se armó de valor y disparó al tigre siberiano, con tan mala pata que solo logró herirlo, desatando la furia del animal. Fue así que el amba comenzó una caza humana de 48 horas hasta dar con el responsable de los disparos y matarlo. El tigre se ensañó tanto, que apenas dejó unos pocos restos del hombre que se había atrevido a atacarlo.

Esta historia, recogida en el libro El tigre del periodista John Vaillant, es el punto de partida para El cazador, el último trabajo de Álvaro Laiz, un fotógrafo de León que en septiembre de 2014 viajó hasta el Primorje en busca del tigre siberiano. «En realidad, era la excusa para visitar esta región. Viajé hasta allí para documentar uno de los últimos reductos del chamanismo», cuenta Álvaro, que visitó dos veces el Primorje, en otoño del año pasado y en invierno de este año.
Álvaro confiesa que se quedó muy impresionado por la actuación del felino. «El tigre rastreó al cazador, y de acuerdo a investigaciones posteriores, lo hizo con una estrategia y una claridad de propósito espeluznantes. El animal estaba buscando activamente un encuentro con el cazador que le disparó, o en otras palabras, estaba buscando venganza». Tras leer el libro, Laiz decide conocer de cerca la tierra del amba, un lugar peculiar en el que ocurren cosas inusuales, como que un tigre cace a un hombre.

A finales de septiembre, el fotógrafo leonés llega al Primorje, el hogar de los Udegé, una etnia de cazadores indígenas milenaria. Se encuentra con un paisaje áspero, la taiga: un lugar inhóspito y duro en plena jungla boreal, infestado por los mosquitos y cercado por animales salvajes. Allí la naturaleza todavía mantiene un control férreo sobre la vida del ser humano.
«La gente puede recibirte con los brazos abiertos, pero también es capaz de desollarte sin planteárselo dos veces. La jungla boreal es uno de los pocos lugares en los que el hombre es quien debe adaptarse a la naturaleza para sobrevivir y no al revés. El fallo penaliza mucho», asegura Álvaro.
Con una mezcla de curiosidad y respecto, y con la ayuda de una intérprete, Marilia, una francesa de 30 años casada con un cazador udegé, Álvaro comienza a explorar el Primorje casi palmo a palmo para preparar el terreno para su segundo viaje, en el frío invierno, cuando empieza la época de caza. Su proyecto fotográfico es acompañado por un blog y una cuenta de Instagram, donde relata parte de sus aventuras.

Álvaro Laiz en su cuenta de Instagram
Su fin es mucho más ambicioso que ceñirse a la venganza del tigre siberiano. Fiel a su trayectoria artística, este fotógrafo leonés quiere explorar las creencias animistas de un pueblo casi desconocido en Occidente y de su tierra, que hace un siglo fue inmortalizada por el escritor y naturalista Vladimir Arseniev en su libro de culto Dersu Uzala.
«En la época soviética, el chamanismo fue erradicado de esta zona. Hoy no queda más reducto que la caza, un proceso muy peculiar en el que el cazador se convierte en la presa para comprenderla y poderla cazar», explica Álvaro.

Los Udegé tienen un contacto muy directo con la naturaleza y eso impregna su cultura. «Sus creencias están plagadas de referencias a fuerzas sobrenaturales y animales con poderes excepcionales. Entre todos ellos, el que más respeto infunde es el Amba, el tigre come-hombres», cuenta Laiz. «Ellos creen que el equilibrio con la naturaleza tiene que ser respetado. En el momento en el que el cazador Markov rompe ese equilibrio, todas estas creencias, que se basaban en la superstición, cobran un sentido y se vuelven muy reales», añade.

El interés del fotógrafo por el chamanismo y la visión mágica de la realidad viene de lejos, desde su primer trabajo en Mongolia. Allí conoce la teoría sobre los transgéneros de algunos pueblos nómadas, por la que algunos chamanes son considerados espiritualmente superiores al tener los dos géneros y compartir dos espíritus en el mismo cuerpo. El resultado es su pluripremiado Transmongolian.
Su investigación sigue en Venezuela, donde Laiz realiza su siguiente trabajo, Wonderland, en el que retrata la vida de algunos transgéneros pertenecientes a la tribu de los Warao en el delta del Orinoco.

Pero El Cazador tiene otra vertiente documental. Porque en los últimos años, con la aparición de los cazadores furtivos, seducidos por los enormes lucros que pueden conseguir, algo ha cambiado. «El ser humano ha pasado de venerar al tigre del Amur a cazarlo clandestinamente por su cotización en el mercado negro. La caza furtiva de tigres es el síntoma más visible de un problema medioambiental mucho más amplio. La destrucción de gran parte de su ecosistema ha puesto en peligro la supervivencia no solamente del tigre, sino también la del propio pueblo Udegé. En aquellos entornos donde los grandes depredadores han sido exterminados, la alteración de la cascada trófica ha provocado la desaparición de otras especies y aumentado la conflictividad y el empobrecimiento de las comunidades humanas asociadas al lugar», escribe Laiz en su blog.

En su primer viaje le acompaña José Bautista, músico, compositor, fotógrafo y autor de los multimedia de muchos fotógrafos prestigiosos, con los que han conseguido algún que otro premio World Press.
«El proyecto que estamos preparando podría ser llamado transmedia, porque el contenido visual y sonoro se desplegará a través de diversas plataformas de comunicación y exposición, y las diferentes piezas creativas que compondrán el proyecto – ya sean fotografías, vídeos, audio, música, multimedias, textos, libro… – tendrán una entidad propia, pero íntimamente ligadas unas con otras, con el fin de alcanzar una sincronía narrativa entre ellas», explica Bautista.
José Bautista es el alquimista del sonido, un artista capaz de sentir, describir y recrear el son del mundo con una sensibilidad que roza la poesía. Así define el Primorje: «Era un sonido que parecía una lluvia fina provocada por la caída de las hojas, el repiqueteo del rocío cayendo sobre las ramas y el rumor de los millones de habitantes vivos del bosque. Utilicé microfonía de alta sensibilidad para recoger el sonido del bosque a nivel de suelo. Después de una larga escucha, puedes llegar a apreciar cómo crece y se desarrolla la vida vegetal y animal».

Podríamos decir que Bautista hace fotografías sonoras para después preparar una edición multimedia. «En este sentido, los planos generales del viento recorriendo las copas de los innumerables árboles que habitan esa lejana región del este de Rusia son como un arrullo sosegado y misterioso, que se torna amenazador cuando menos te lo esperas… Tal vez como el tigre en su transformación al Amba. Los planos detalle de las pisadas descalzas de los Udegé en el suelo de madera de sus casas por la noche suenan acogedores, cercanos, como un refugio adicional a las paredes y techo que nos protegían del frío», explica José, que ya colaboró con Álvaro en Venezuela para realizar Wonderland.

José Bautista retratado por Álvaro Laiz
El Primorje ha dejado un rastro muy fuerte en su memoria visual y auditiva. «Cuando llegas y contemplas ese bosque tan espeso que parece no tener fin, la sensación que te invade es, simplemente, abrumadora… Yo necesité un tiempo para que esa sensación se transformara en la convicción de que me encontraba en uno de los lugares más impactantes y bellos de la tierra desde el punto de vista de biodiversidad», asegura Bautista, quien reconoce que adoraría volver a la taiga.

Quién sí ha regresado es Álvaro, que en febrero pasa otro mes en el Primorje, en plena época de caza, cuando los Udegé recorren los ríos helados en trineo y moto de nieve para cazar osos, jabalíes, cibelinas y linces. «El tigre en teoría no se puede, porque está muy penado, pero alguno que otro sí se caza», revela Laiz.
El paisaje en febrero es muy diferente. El clima, con temperaturas que llegan a los 35º bajo cero, condiciona la vida y los movimientos de los cazadores. «Yo tuve suerte porque solo hacía 25º bajo cero. No pasé un frío brutal. Cuando estás en movimiento, cazando, lo último que tienes es frío», reconoce Álvaro.

Aun así, después de viajar dos días por la taiga helada bajo una tempestad de nieve, el fotógrafo llegó a su destino con los pies azules. «Para que te hagas una idea, aquellas plaquitas que partes en dos para que te den calor se congelaban en el acto. No pude usarlas», cuenta.
Otra dificultad son las placas de hielo, que se derriten en cuanto sube la temperatura. «En el camino de vuelta, en más de una ocasión tuvimos que elegir una senda diferente por esa razón», recuerda Álvaro. «Un día, mientras dibujábamos una senda, me adelanté un poco a la moto de nieve y me caí en un agujero. El suelo me tragó hasta el cuello. Suerte que estaba fuera del río y no me mojé», continúa.

Otro aspecto que el fotógrafo destaca es el repunte del alcoholismo, que en esta época es muy fuerte y en ocasiones puede representar un problema. «Hay que tener mucho cuidado con los cazadores porque las borracheras en la taiga son muy largas, pueden durar hasta cinco o seis días. Cuando están borrachos, todo se complica. Imagina cómo debes de estar de borracho para caerte redondo encima de la hoguera, perder tres dedos y despertarte solo al día siguiente. Igual que acontece que los cazadores están en una cabaña bebiendo, que uno de ellos sale y por lo que sea, no vuelve, se quede dormido y se muere congelado», cuenta Laiz.

Para llevar a cabo su trabajo, Álvaro ha tenido que enfrentar todo tipo de dificultades. Por absurdo que parezca, lo primero que cita es el caos circulatorio de las carreteras rusas. «Los adelantamientos se convierten en un ejercicio de fe porque los rusos suelen comprar los coches en Japón y tienen el volante cambiado. Además, en carretera hay agujeros del tamaño de la M-30. En invierno todo eso lo cubre la nieve, pero en verano y en otoño no. La circulación es muy farragosa», asegura Laiz.

A pesar de las temperaturas siberianas y las otras complicaciones, el fotógrafo reconoce que ha sido bien recibido. «La gente te abre las puertas de su casa porque la hospitalidad funciona como un mecanismo de supervivencia. Ayudas al otro esperando que un día te ayude. Siempre te van a poner un plato de comida. Otra cosa es pasar a otro nivel de intimidad», relata.

¿Al final consiguió ver al tigre? No, pero estuvo muy cerca. «Una noche el perro estuvo ladrando sin parar de una forma muy bestia. Claro que ladraba por algo, porque había un tigre a 100 metros. Al día siguiente comprobamos que el tigre había estado rondando. La pregunta es automática: ¿No os da miedo tener al tigre tan cerca? Pero ellos siempre te contestan lo mismo: si tú no te metes con el tigre, él no se mete contigo», cuenta Laiz.

El próximo mes de julio 2015, El Cazador será expuesto en la Fundación Cerezales, en León. También está prevista una exposición en Madrid para 2016. Mientras, Álvaro y José siguen trabajando en el multimedia. «El primer paso será la preparación de la instalación audiovisual en León, donde integraremos la exposición fotográfica con videoretratos y escenas de vídeo de archivo donde aparece el tigre siberiano, así como un diseño sonoro de audio y música, que recorrerá los diferentes espacios del lugar expositivo. Tenemos también entrevistas realizadas a personas ligadas a la historia de El Cazador. Más adelante crearemos un multimedia contado de forma lineal», cuenta Bautista.




Fotos: Álvaro Laiz (fuentes: trabajo documental, blog e Instagram)
 

Por Valeria Saccone

Periodista, fotógrafa y políglota. Mis dos pasiones: Brasil y Rusia.
Tengo dos blogs: Historias de la pacificación y Viaje al Corazón de Rusia

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