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Valeria Vegas: «El activismo en este país se empezó a hacer desde el escenario, desde las revistas, desde la contracultura»

Quitar el polvo al pasado cuesta, pero quitarle la caspa cuesta mucho más. Valeria Vegas lleva años haciendo ambas cosas, con libros que reivindican el legado de artistas patrios y referentes LGTB. Rescata historias que están en peligro de extinción y las cuenta desde una óptica moderna y refrescante, libre de los prejuicios que nos han hecho ver caspa donde había arte, chabacanísmo donde solo había verdad.

Lo hizo en su libro ¡Digo! Ni puta ni Santa. Las memorias de La Veneno, una pequeña autoedición que hoy triunfa en forma de aclamada serie (adaptada por Los Javis, estrenada en Atresplayer y exportada a medio mundo a través de HBOMax). Lo volvió a hacer con Vestidas de azul: Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición española. Ahora vuelve a la carga, de forma mucho más exhaustiva y coral, en su último libro: Libérate: La cultura LGTBQ que abrió camino en España

Hay que entender este como un ameno diccionario de la cultura LGTB nacional. Un libro que se puede disfrutar a sorbitos, aunque las historias que atesora son tan potentes (y en ocasiones tan amargas) que se diría más bien que se bebe a modo de chupitos. Un vistazo al índice hará que el lector medio repare en ciertos nombres más mediáticos (están Sara Montiel, Rocío Jurado o Bibiana Fernández), pero también que tuerza el morro ante personajes que hoy pertenecen a un pasado underground y poco reivindicado.

Valeria Vegas defiende que el activismo en este país se ha ejercido desde los escenarios. Por eso cree que trazar una historia de lo que ha acontecido sobre ellos puede poner en contexto mucho de lo que hemos conseguido. Ella no se considera una activista, pero lleva años dedicada a la causa. Rescatando, ordenando y reivindicando la historia cultural del activismo LGTB español. Una historia que languidece en viejas revistas, en videos VHS y en escenarios polvorientos. Una historia que Valeria Vegas se ha propuesto dignificar en sus libros y documentales. 

Debes de ser de las pocas personas en España que no ha terminado de ver la serie Veneno, ¿por qué? 

Me falta el último capítulo. Es que es una sensación muy extraña. El penúltimo capítulo me ha gustado mucho, pero me pega un pellizco… Es que es algo muy reciente. El mundo del cine y la televisión es mágico. Y la música, los efectos, las actuaciones… Hacen todo aún más intenso, más fuerte. Por eso creo que me va a dar un pellizco, pero estoy preparada. No es como hace dos meses, cuando se estrenó la serie.

Entonces recibí una avalancha de mensajes de gente preguntándome si esto fue así o asá, dándome el pésame. Fue como si se hubiera vuelto a morir La Veneno. Me pareció muy fuerte y pensé que verlo de golpe me podía dejar tocada. La serie es preciosa, pero tener que ver el funeral y eso… Si leyendo el guión ya me puse mal, me entró sofoco, me puse a llorar… y digo, qué necesidad. Pero bueno, me he propuesto que antes de que acabe el año la tengo que ver.

La serie ha magnificado el mensaje de tu libro. Ha reivindicado la figura de La Veneno traspasando fronteras, ¿cómo vives tú esta carrera internacional?

Claro, cuando yo la reivindico, que fue un poco como la primera piedra en el camino, no llegó a todo el mundo. Estamos hablando de una autoedición, de un esfuerzo personal, del apoyo de los fans de Cristina. Pero ahora, gracias a la serie, creo que no hay ninguna mujer trans en Europa que haya tenido esta reivindicación tan global. Bueno, quizá  La Chica Danesa… Es muy bonito todo lo que está sucediendo con la serie. 

Normalmente, cuando una autora vende los derechos de su libro, lo hace con el material que aparece estrictamente en el libro. Pero en este caso, la serie te ha convertido en un personaje más, incluyendo en la trama el proceso de creación del libro y tu historia personal. ¿Tuviste alguna duda con ello? 

Eso no estaba pensado ni entraba en la idea de ellos [Los Javis, showrunners de la serie]. Pero en las primeras semanas de documentarse me dijeron, «bueno, igual deberíamos incluir tu historia». Y a mi me sorprendió. De hecho mi reacción fue decir, «por aquí la vais a cagar». Yo pensaba que nadie podría interesarse por mi personaje, pero ellos, muy acertadamente, me convencieron de que hacía falta una persona que aportara cierta neutralidad. No  todo el mundo puede identificarse con La Veneno. Es más fácil relacionarse con esa chica de 21 años, que resulta más cercana. 

Al final les dije que adelante, pero que no se llamara como yo. No es que yo tuviera nada de lo que avergonzarme, pero no quería esa sobreexposición. A lo mejor alguien cuando lee esto dice, «chica, pero si tienes que estar encantada». Y bueno, en parte sí, estoy encantada. Pero me he dado cuenta de que tengo un ego muy calmado, verme a mí me crea sopor. 

El capítulo que más me gusta a mí es el cinco, porque no tiene nada que ver conmigo, es el capítulo en el que es el flashback de La Veneno en el Mississippi y yo no salgo. Ese lo he disfrutado de verdad, porque me abstraigo de mi vida, de comprar si esto fue así, si no fue así… 

No me gusta estar a ese lado de la cámara, prefiero estar al otro lado, contarlo. Quiero decir, que el día que yo no haga tele [en la actualidad es tertuliana en La hora de la 1, de TVE1] no me voy a deprimir. Que lo disfruto, oye. Y que lo manejo porque tengo referentes, pero me da igual estar delante o detrás de la cámara.

En anteriores trabajos como el que mencionamos de La Veneno o tu documental sobre Manolita Chen cerrabas el foco sobre un personaje concreto, hasta desvelar a la persona. En Libérate has ampliado el enfoque y has contado la historia a través de 94 historias, personas y personajes de la cultura española LGTB, ¿cómo es el estudio, la aproximación a un trabajo tan coral?

Es más fácil centrarte en una sola persona, porque te enfocas en conocerla a fondo, en rescatar momentos y lo cuentas todo. En libros como este tienes que filtrar. Yo me puse límites. Tenía muy claro que no era un libro de outing. Es decir, no te voy a poner una actriz lesbiana o a un actor gay que no se haya posicionado.

Que me parece muy bien, es muy lícito que alguien no quiera hacer pública su vida privada. Pero yo quería hacer un libro en el que la vida privada se convirtiera en pública. Al final el modo de filtrar era todo aquello que hubiera supuesto un paso para el colectivo, un granito de arena. Quizá por eso más de la mitad, te diría el 70% del libro, es ahora mismo cultura sumergida, contracultura. 

De hecho llama la atención que en el libro no haya tantas divas actuales, mucho más reconocibles por el gran público, y que haya nombres como el de Anacorma, el primer personaje trans del cómic o Rambal, Violeta la Burra, Yeda Brown… No ha sido un movimiento muy comercial que digamos

Ya. Habría sido mejor poner a Monica Naranjo o a Marta Sánchez, que están vinculadas al movimiento LGTB. Pero es que lo están, sobre todo, desde la visión del colectivo, no tanto desde el posicionamiento de ellas. E igualmente, cuando se posicionan, en los noventa, ya hay muchas piedras puestas antes, ya no era tan rompedor. Para mi tiene más peso una Esperanza Roy, aunque no sea conocida por el público joven, que Mónica Naranjo. Porque cuando ella hacía esas declaraciones, en los setenta, hacían más falta, era un posicionamiento mucho más polémico y necesario. El posicionamiento siempre es bienvenido, pero claro, el 97 comparado con el 77…

Mira, por ejemplo me plantee si incluir o no a Isabel Pantoja. Pero que tenga fans dentro del colectivo, que nos encante su historia, su música, todo… Eso no justifica su inclusión. No puedo señalar un posicionamiento suyo claro, como si puedo hacerlo con Rocío Jurado, que ya hablaba del colectivo hace mucho. Quizá lo hacía de forma políticamente incorrecta, [llamaba a sus fans gais «mis niñas de pelo corto»]. Quizá confundía género, identidad sexual, condición sexual… Pero lo hacía desde la buena intención en una época en la que no había mucha información.

Y la que había era muchas veces errónea o sesgada. En tu libro incluyes reseñas de periódicos y revistas de la época que leídos ahora suenan fatal. ¿De dónde has sacado esas fuentes y qué te ha parecido leerlas desde la distancia?

La verdad es que he tenido que recurrir a una prensa ya desaparecida. Revistas como Party, las revistas de la Transición, que estaban más a favor de la causa, Interviú… Este libro tiene una labor de hemeroteca increíble porque para rascar de ahí tienes que ver mucho, leer mucho. Toda esa información no está en las revistas actuales sino en las antiguas.

¿Y de dónde sacas tú una revista Party ahora mismo?

Bueno, eso es porque las he coleccionado durante años. Mi diógenes ordenado, mi coleccionismo de prensa, me ha servido mucho para este libro. No era algo premeditado, yo las tenía por gusto desde hace años, y me he dado cuenta de que podía sacarles partido con este libro.

Por otro lado soy una rata de biblioteca. Si me preguntas por un lugar de Madrid en el que confinarme, te diría la Biblioteca Nacional, en Recoletos. Allí, en la sección de la hemeroteca, me conocen, saben cual es mi mesa favorita, pido el tomo del dominical de nosequé y soy feliz. Allí me he tirado yo días y días. Bueno, este año no, con la pandemia, pero este libro ha tenido mucho trabajo previo. Y allí había tirado mucho de Fotogramas, porque en el libro se recurre mucho al cine y fotogramas lleva publicándose desde el año 75.

No hay en tu libro escritores, no hay políticos ni filósofos. Igual es porque el activismo LGTB no se ha ejercido en este país tanto desde los púlpitos como desde los escenarios.

Completamente. El verdadero  activismo en este país empezó en los escenarios y eso lo defenderé hasta la muerte. En los ochenta ni siquiera la política de izquierdas se posicionaba en los temas LGTB. Los políticos empezaron a posicionarse en los noventa, cuando la competencia ya era feroz y la izquierda veía que perdía su lugar. Y esto es una realidad que puedes constatar tirando de hemeroteca. Un periódico como El País, que a mi me gusta, ¿eh? pero en los ochenta cometía errores garrafales. Que a veces no era desde la mala intención, sino desde la desinformación. 

Entonces era en el escenario donde se decían las verdades. Y no lo hemos vivido, es una pena porque no se han recogido estos espectáculos. Yo tengo videos que me han pasado amigos de amigos, que no es que estén en Youtube, sino que son heredados y digitalizados. Son vídeos de Juanito el Golosina, de Pierrot, de Paco España.

Ves esas actuaciones sobre un escenario en el año 83, y como empiezan a soltar verdades e indirectas y mensajes… Y ves el público y son matrimonios. No era un lugar de ambiente, no era lo que es hoy Chueca. No, eran luagres donde iba el público cis hetero y ellos aprovechaban no para hacer activismo, porque tampoco se entendía el activismo como hoy, pero sí para lanzar sus mensajes. Carla Antonelli, que hoy es política pero entonces era actriz, tuvo sus películas clasificadas S. Pero aprovechaba las entrevistas para lanzar su mensaje mucho antes de que lo hiciera desde el escaño. El verdadero  activismo en este país se empezó a hacer desde el escenario, desde las revistas, desde la contracultura. 

Y sin embargo mucha gente lo sigue viendo como algo cutre

Totalmente. El transformista que hacía de Juanita Reina es cutre, y cuando llegan los dosmiles y a ese transformista y lo llaman drag queen y el playback que hace es de Lady Gaga es lo más cool. Ojo, que es maravilloso y a mí también me gusta, pero las dos cosas son válidas. El problema es que en España estamos muy acomplejados con lo nuestro. Nos hemos convertido en jueces patrios de la forma más peyorativa. Cuando se anuncia que se va a hacer Drag Race España la gente empieza a comentar que si va a ser lo peor, que si va a estar Lolita de jurado… Pues puede ser, y sería estupendo, ¿o es que cuando Pamela Anderson hace de jurado allí no es lo mismo?

Te voy a poner un ejemplo muy cercano y muy evidente. Ahora RuPaul y las actrices de Pose y Janet Mock están reivindicando la serie de La Veneno. Claro, pero es que ellas no la están viendo con los ojos nuestros, tienen la mirada más limpia.

Sí, pero es eso mismo que comentas. Tenemos la necesidad de reivindicar una serie buena a través de las críticas que llegan de fuera. Es como el síndrome Rosalía, que tenemos que estar explicando que una cosa nuestra tiene valor porque lo dicen en EEUU

Toda la razón.  Necesitamos muchas veces que nos avalen fuera, que si no nos lo dicen nos parece cutre. Por ejemplo, parece que una película española no es buena hasta que no se ha llevado un Oscar. Que está muy bien pero, ¿cuántas películas buenas hay que no se lo han llevado? Mi querida señorita es del año 72, de los últimos estertores de la dictadura,  y es una película que habla de la intersexualidad, de lo que se llamaba entonces el hermafroditismo. Es una película rompedora y está casi olvidada. Y estuvo nominada al Oscar, pero no se lo llevó. Si se lo hubiera llevado la tendríamos mejor valorada.

Eres periodista pero durante toda tu carrera has tratado temas que te afectan personalmente al ser una mujer trans. ¿Dirías que también eres activista? ¿Cómo se conjuga el equilibrio entre estas dos facetas?

No me considero activista por respeto a la gran labor que hacen los activistas. Y no digo solo dentro del colectivo sino a todos los niveles, los animalistas, los ecologistas… viven 24 horas, cual Seven Eleven, por una causa. Creo que sería mucho morro por mi parte decir que soy activista. Conozco mucha gente que lo hace, pero mira, no.  Las medallas te las ponen otros. Eso es como lo de los himnos LGTB. Cuando sale un cantante diciendo «he compuesto el himno LGTB de este año».

En himno lo convierte la gente, no tu publicista. Ser activista es igual, es algo que te viene de implicarte en una causa día tras día, semana tras semana, lustro tras lustro. Carla Antonelli no es activista porque un día en el 81 dijera, «voy a hacerme activista», sino porque lleva desde entonces posicionándose, desmarcándose y han pasado los años y sigue ahí, es activista por derecho.

Sí, pero, enlazando con esa idea de que el activismo en este país se ha ejercido desde la cultura y tú estás rescatando, ordenando esa cultura… Igual un poquito activista sí que eres

Bueno, tengo amigas que me dicen que lo que hago es una forma de activismo, y ahí quizá hay un pequeño punto en el que te puedo dar la razón. Que sí, que hago libros, que Libérate va a estar en la Biblioteca Nacional y eso quizá hace que alguien pueda conocer a todos estos referentes… Aún así, no siento que sea una activista LGTB, las medallas que me las pongan otros.

Escuchándote me surge una duda a la hora de editar esta entrevista. Hablas de cultura LGTB. Tu libro se llama Libérate. La cultura LGTBQ que abrió camino en España. El otro día, en la entrevista de Vogue, Mario Ximénez hablaba del libro como el Rayuela de la cultura LGTBIQ+… Como persona que escribe sobre estos temas, no sé si te has planteado la forma de etiquetar al colectivo. Porque hay mil ideas, tendencias, reivindicaciones sobre el orden o la inclusión de ciertas letras en este acrónimo… 

¿Sabes qué ocurre? Que todo este debate sobre el género es algo tan nuevo… De tres años a esta parte han llegado a España un montón de cambios en el lenguaje. Yo no sé ponerme al día con todos estos cambios, como tampoco sé ponerme al día con los filtros de Instagram.

No es desinterés, es que va muy rápido. No es falta de empatía sino de información. Y no podemos pensar de la noche a la mañana que todo el mundo va a poder asumir estos cambios y a mi me interesa que la lectora y el lector de turno lo entiendan. A mí lo que a veces me falla en ciertos textos y en ciertas reivindicaciones es que no nos hacemos entender, y eso es una realidad. 

Ayer ocurrió una cosa, cuando estaba en el debate de la uno, antes de que entrara, había un rótulo que ponía «Esther, un chico trans que se ha quedado embarazado». Y yo dije,  «Oye, pero si es un chico trans no le llaméis Esther, ¿no?» Y me contestaron que era él quien no se había querido cambiar aún de nombre.

Yo pensaba que estaba haciendo justicia por Esther, que en realidad no tiene necesidad de cambiarse el nombre ni de que yo le defienda… Lo que quiero decir es que con estos temas del lenguaje lo que se necesita es tolerancia. Quien sepa aplicarlo y esté a la última, me parece muy bien. Quien no lo esté, pues tampoco es el fin del mundo porque al final es falta de información, la misma que tenían esas divas bienintencionadas de los setenta o esos diarios de izquierdas en los ochenta.

Hablando de letras, confieso que he leído el libro de forma desordenada, empezando por la M de Miguel de Molina

Eso es lo mejor de todo. No creo que Libérate sea un libro que haya que leer en orden. Vas al índice, dices, tengo curiosidad de ver quién es esa tal Samanta, quién era Miguel de Molina o voy a aprender algo más sobre Carmen de Mairena. Así que me alegro de que lo hayas hecho así. Por eso juega un poco a ser un diccionario LGTB. Lo podría haber hecho de manera cronológica, por décadas desde los sesenta. Pero pensaba que como hay tantos libros que nos llegan desde fuera y lo hacen así, para mi era hacer un símil de estos libros.

Dices en las primeras páginas de Libérate que la historia de nuestra cultura LGTB todavía se está escribiendo y que hay que empezar por ordenar lo que ya ocurrió. No sé si te ves más ordenando esa cultura del pasado, como en este libro, o escribiendo la del futuro…

Pués ojalá escribiendo la del futuro. Porque hay un futuro prometedor. Tenemos artistas muy posicionadas, gente joven como Samantha Hudson o Jedet, con la ventana que supone internet, que favorece mucho más que la ventana de hace 40 años, que podía ser una portada en Interviú. Así que me gustaría escribir sobre ese futuro. Pero creo que ese futuro no tiene que estar desligado del pasado, no se puede olvidar…

Mira, te voy a contar, en la presentación del libro pusimos un vídeo con imágenes de referentes. Y salió Sara Montiel y la chica que estaba a mi lado me preguntó, «¿Quién es esa?». Ahí te das cuenta, y me reafirmo en lo que digo en el prólogo del libro, no hemos ordenado nuestra historia.

La gente joven, conoce a Alaska por lo maravilloso y revulsivo que fue su reality, un lugar donde se hablaba en femenino, y se reía y había una frivolidad bien entendida. Y eso caló entre los adolescentes. Pero esos adolescentes desconocen que en el 96 Alaska hacía giras con drags, con La Prohibida, con La Plástica. Y en las revistas salía Alaska promocionando discos rodeada de drag queens, y las señoras la veían y decían, pero qué bien habla esta chica y qué educada es. Y esto lo tiene que saber los artistas actuales, para que puedan comparar, tener referentes. Hay que tener constancia de nuestro pasado para asentar los cimientos de nuestro futuro.

Por Enrique Alpañés

Periodista. Redactor en Yorokobu y otros proyectos de Brands and Roses. Me formé en El País, seguí aprendiendo en Cadena SER, Onda Cero y Vanity Fair. Independientemente del medio y el formato, me gusta escuchar y contar historias. También me interesan la política, la lucha LGTBI, Stephen King, los dinosaurios, los videojuegos y los monos, no necesariamente por ese orden. Puedes insultarme o decirme cosas bonitas en Twitter.

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