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‘Vegasexual’: a dieta sexual con los que comen carne y pescado

Andaba una investigadora neozelandesa preguntando a veganos por formas cruentas de vivir y, de pronto, ¡zup!, algunas respuestas le asaltaron como el que, al paso, pilla un tomatazo.

Halló el horror de una mujer que decía: «No puedo imaginar besar unos labios por donde han pasado trozos de animales muertos». Sintió la repugnancia de otra que afirmaba: «El cuerpo de las personas que comen carne huele distinto. Al fin y al cabo, están compuestos, literalmente, por cadáveres. Por carne asesinada de otros seres vivos».

Fue nota común ver asco y repelús. Algunas veganas aseguraban que los carnívoros desprenden un olor fiero y que sus fluidos son más plúmbeos y pegajosos. A otras les bastaba la ética para negarse a amar a alguien capaz de echarse al cuerpo un pedazo de pollo, vaca, cerdo, cabra, conejo, canguro, caballo o pez acuchillado, estrangulado o desnucado. Y fueran reparos de piel o apuros de pensamiento, la consecuencia era siempre la misma: estas mujeres no tenían ningún interés en revolcarse con quien mata a un bicho para zampárselo.

La investigadora de la Universidad de Canterbury y directora del Centro para estudios humanos y animales de Nueva Zelanda, Annie Potts, dedujo entonces que hay personas que no están dispuestas a tener relaciones sexuales con omnívoros y, en aquellos inicios de 2007, decidió darles identidad y visibilidad con una nueva palabra: vegasexuales.

Poco ha rodado el término desde entonces (no llega a 8.500 búsquedas en Google) pero eso no impide que esté en Urban Dictionary y tenga incluso dos acepciones. Una más histriónica («alguien que tiene relaciones sexuales con verduras») y otra más atinada («persona vegana que jamás en su vida se iría a la cama con alguien que come carne»).

Que apenas se oiga en la calle tampoco ha privado a esta voz de formar familia. Le ha salido un sexetariano de sinónimo y una prima ecosexual, que enamorada de los mares y los bosques, de los vientos y los bichos, asegura que es capaz de hacer el amor con la mismísima naturaleza.

Pero el caso es que ahí está la palabra, e intrigados, decidimos preguntar a un traductor que estudió en los escolapios y que acabó convirtiéndose en showman de la divulgación lingüística, Xosé Castro.

—A ver, hombre de Dios (aunque la Wikipedia dice que la Orden de los Clérigos Regulares pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías no ha dejado rastro en tu alma pecadora), ¿te gusta la palabra vegasexual? ¿te parece acertada?

—A mí me gusta vegasexual. Si fuera vegano, me parecería una opción relativamente connatural, porque no se trata de una opción simplemente alimentaria, sino un modo de vida y de concebir nuestra relación con la naturaleza y los animales. Sentarte a la mesa con alguien que, casi a diario, ha permitido que se sacrifiquen animales estabulados que no viven en libertad, disfrutando de su inherente joie de vivre, no es algo fácil.

Y entonces, Xosé Castro salta al pasado y empieza a hablar como una carretilla: «Recordando mi infancia, cuando los mozos del pueblo de mi abuela fornicaban con gallinas y mulas (para mi sorpresa y escándalo, por ser zagal de ciudad), me entra la duda de si existirán vegasexuales zoófilos y si, en ese caso, harán sus prácticas sexuales solo con herbívoros (quedarían descartados los depredadores, perros y perras, incluso las gallinas, que comen gusanos e insectos que se encuentran)».

«Dentro de la vegasexualidad, también imagino que ciertas de esas actividades que Freud denominaba parafilias, tendrían el mismo regusto. Habida cuenta de la ingesta de alcachofas, espárragos y demás, la lluvia dorada quizá no sea lo más apetecible. Otra duda que me asalta es la que, de nuevo, me evoca a mi abuela, que siempre repetía lo de «Con la comida no se juega». ¿Jugarán los vegasexuales con ciertas hortalizas fálicas o esto se considerará un malgasto de producto y una combinación sórdida de actividades?».

No hay quien pare a este hombre:

«Vegasexual, ya que estamos, creo que debe definirse bien, porque (llámame raro) me hace pensar en la práctica del sexo en:

1) las vegas de los ríos, donde crece la hierba alta y se oye el agradable murmullo del agua y el frufrú de las hojas de los olmos, como titilando con la brisa (haz, envés, haz, envés, verde oscuro, claro, verde oscuro, claro) o…

2) Las Vegas, ciudad conocida por ser una suerte de Gomorra del siglo XX, donde no abundan las opciones veganas.

De hecho, imagino que entre los pecadores vegasexuales (manzanas podridas, que también habrá), el pecado más prohibido y, por tanto, más morboso, será follar con un carnívoro. Las Vegas se me antoja la mejor ciudad para hacerlo y una suerte de incongruencia nominal, pero ya se sabe que lo que pasa en Las Vegas…

Los vegasexuales recelosos, antes de alinearse los chakras y tumbarse para practicar el sexo (supongo que tántrico en no pocos casos), le pedirán a su pareja formal u ocasional cosas como «Échame el aliento», y habrá acusaciones del tipo:

—¡Hueles a Donut, hijo de puta!

—Cariño, pero si ya estamos en bolas…

—Cómo voy a ponerme cachonda pensando que has contribuido a la muerte de sabe Shiva cuántos orangutanes para que Monsanto pudieran regar bien de aceite de palma esa mierda redonda que te has comido.

—Te juro que solo fue un bocado.

—Pues vuelve con la zorra que te invitó a comerle a ella el resto.

Las conversaciones entre vegasexuales podrían tomar derroteros curiosos:

—Buf, tía, se lo estaba comiendo y, joder, sabía, olía y tenía la forma de brécol. Me puse cachondísima. No podía dejar de chupar aquello.

—¿No sería una verruga grande?

Además, para los vegasexuales, follar en mitad de un sembrado es como para un carnívoro echar un polvo encima del bufé de un hotel.

En México y en Estados Unidos (que yo haya visto y oído) hay un pacto tácito para no mirar a una chica mientras come un plátano, chupa un helado o se come un corndog. ¿Habrá algo así para vegasexuales cuando ingieren zanahorias, pepinos y similares? Si una chica muerde obscenamente una penca de apio mientras te mira, ¿es que quiere lío?».

«Como ves, me gusta mucho esa palabra», concluye el experto en lenguaje, especializado en traducciones técnicas y tecnológicas, y cierra así un círculo vicioso que empezó con un rotundo: «A mí me gusta vegasexual».

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