En el cuento ¿Te gusta lo que ves?, el escritor Ted Chiang despliega el siguiente planteamiento: ¿Te someterías a una operación quirúrgica, la caliagnosia, para eliminar tu capacidad de percibir la belleza facial de los demás?
El cuento es un continuo debate sobre los pros y contras de esa decisión. Los pros son, básicamente, que dejaríamos de juzgar a los demás por su cara bonita. Que la discriminación por aspecto físico sería cosa del pasado. Que la superficialidad sería sustituida por la profundidad.
De algún modo, con la actual pandemia, nos hemos aproximado un poco a esa situación: al estar obligados a llevar mascarilla, nos vemos más atractivos frente a los demás porque se borran las pistas faciales y la atención se dirige mucho más a los ojos, tal y como reveló un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Cardiff que fue publicado en enero de 2022 en Cognitive Research: Principles and Implications.
Estatura elevada, simetría facial, dermis exenta de impurezas, ojos expresivos, dientes blancos y bien alineados… Quienes no se ajusten a tales cánones están condenados. Porque la fealdad es la mayor fuente de discriminación social: brecha salarial, mayor probabilidad de entrar en la cárcel, exclusión social, rechazo infantil, menor probabilidad de que te ayuden, mayor propensión a cometer delitos… Por esa razón, tendemos a considerar la deformidad física, la enfermedad y las lesiones como el precio del karma por los pecados que uno ha cometido. Bello es igual a bueno. Feo es igual a malo.
Una revisión integrativa a propósito de las ventajas del atractivo físico en el trabajo, publicada en agosto de 2020 en Academy of Management Annals por Kelly A. Nault, concluyó que «las personas altamente atractivas ganan aproximadamente un 20% más y son recomendadas para una promoción con más frecuencia». En el caso de la estatura, entonces a mayor estatura (solo en hombres), mayor salario.
[pullquote]La fealdad es la mayor fuente de discriminación social: brecha salarial, mayor probabilidad de entrar en la cárcel, exclusión social, rechazo infantil, menor probabilidad de que te ayuden, mayor propensión a cometer delitos…[/pullquote]
Estas tendencias son alimentadas probablemente por un sesgo de nuestro cerebro, el efecto Halo. Es decir, la inclinación a extrapolar un rasgo positivo del resto de rasgos. Si una persona es atractiva (rasgo positivo), deducimos que es buena persona, buena trabajadora, responsable, aseada, simpática, etc. Mutatis mutandis, si una persona es fea o presenta defectos en la cara, como una cicatriz, psoriasis o un acné muy agresivo, entonces pensamos lo contrario.
Por eso no es extraño constatar que hay más personas feas en las cárceles que personas atractivas. Hasta el punto de que hay programas piloto para sustituir a los encausados en los juicios populares por actores con rostro neutro, para que la belleza o la fealdad no influya en el veredicto.
El paradigma de esta situación lo protagonizó Friné, la bella y astuta hetaira de la antigua Grecia que fue acusada de realizar una imperdonable parodia de los misterios de la diosa Deméter. Cuando estaba a punto de ser condenada a muerte, finalmente fue absuelta porque enseñó su cuerpo desnudo al jurado, y su abogado defensor, el talentoso Hipérides, alegó que alguien tan bello no podía causar el mal a nadie.
El jurado quedó convencido. Sobre todo, porque estamos en una época donde resonaba con más fuerza que nunca la idea aristotélica de que el alma es la que da forma a la materia, determina esas características físicas; lo que más tarde inspiraría a Cicerón a expresar que «la cara es el espejo del alma». Si uno era bueno, su rostro debía de estar en consonancia.
Tanto es así que la proverbial fealdad de Sócrates originó no pocos debates: ¿cómo podía ser tan sabio un hombre tan contrahecho? Un debate que naturalmente no se produjo con su alumno más aventajado, Platón. Porque Platón se llamaba Aristocles. Platón es un apodo que significa «que tiene anchas espaldas». El apodo se lo puso su profesor de gimnasia porque Aristocles, al parecer, estaba mazado.
LAS VENTAJAS DE LA BELLEZA NO NORMATIVA
La belleza también deslumbra y molesta, incluso cansa, y poco o nada invita a buscar más allá, como explica Luis Landero en Una historia ridícula: «A mí no me gustan las mujeres ostensiblemente hermosas por la misma razón que no me gustan las obviedades. La belleza ostensible es como esos grandes monumentos que, al pronto, te dejan sobrecogido, pero que, pasado el impacto inicial, uno los mira ya con escepticismo, con frialdad y hasta con apatía».
El exceso de belleza puede llevar también aparejado un mayor grado de exigencia, y algunos deslices, en vez de perdonarse, pueden juzgarse con mayor severidad: ¿cómo alguien tan puro no tiene un comportamiento intachable?
Incluso las personas particularmente feas, las que presentan asimetrías más evidentes o defectos menos tolerables socialmente, las que jamás serían llamadas por Praxíteles para ser inmortalizadas en una escultura, tienen algunas ventajas respecto a las personas de belleza promedio. Por ejemplo, pueden recibir salarios más altos.
[pullquote]Según un estudio publicado en 2020, «las personas altamente atractivas ganan aproximadamente un 20% más y son recomendadas para una promoción con más frecuencia»[/pullquote]
Es lo que sugiere un estudio longitudinal dirigido por Satoshi Kanazawa en 2017 en el que participaron más de 20.000 jóvenes estadounidenses. ¿Cómo es posible que un feo gane más dinero que alguien que no es ni feo ni guapo, sino simplemente normal?
Seguramente hay muchos factores implicados, pero una conjetura plausible sería la siguiente: la combinación de pasión por un tema y perseverancia frente a las dificultades parece ser un factor común en las personas poco atractivas.
Estas prefieren las rutinas hogareñas y viven un poco más hacia dentro y menos extrovertidamente. Son poco proclives a las experiencias nuevas, y además presentan una gama más estrecha y concentrada de intereses. Estas personas muy poco atractivas, pues, podrían perseguir objetivos de manera mucho más tenaz y sostenida respecto a sus contrapartes promedio.
Es decir, que la fealdad, de algún modo, te obliga a llevar un tipo de vida monacal que te hace más competente en determinadas áreas que podrían ser bien valoradas por un equipo de recursos humanos. La fealdad, entonces, te otorgaría un superpoder similar en intensidad al que proporciona la belleza. Al menos, en lo tocante al salario. La fealdad, en suma, te obliga a ser más interesante. La belleza te hace parecer más interesante. A efectos prácticos, el resultado es el mismo.
¿Qué es preferible? ¿Belleza?, ¿fealdad?, ¿no llamar la atención ni en un sentido ni en el otro? Imposible de saber. Porque cualquier resultado, además, se verá inextricablemente influido por otros factores asociados a nuestra personalidad, nuestros genes, nuestros niveles neuroquímicos, nuestro entorno…
No somos capaces de predecir cómo nos comportaríamos si nuestra belleza se viera alterada para mejor o para peor. Es una entelequia, como «encender la luz lo bastante rápido para ver cómo es la oscuridad», que diría el filósofo y psicólogo William James.
[pullquote]La fealdad, de algún modo, te obliga a llevar un tipo de vida monacal que te hace más competente en determinadas áreas que podrían ser bien valoradas por un equipo de recursos humanos[/pullquote]
Lo que sí ha constatado la psicología es que a todos nos importa lo que piensan los demás de nosotros, al menos determinadas personas a las que no queremos defraudar, y que queremos aparecer bellos frente a ellos, nunca feos, torvos o esquinados.
De hecho, de forma no poco irónica, cada vez que nos obstinamos en expresar que no nos importa lo que los demás digan de nosotros, estamos expresando, implícitamente, cuánto nos importa lo que los demás dicen de nosotros.
Por eso el «dímelo a la cara» convive pacíficamente con el «no me importa lo que los demás piensen de mí». Porque el más importante reflejo no es el que nos devuelve el espejo que cuelga de nuestro baño, sino el que aparece, pequeñito, en los ojos del que nos mira.
La belleza en el mundo, como casi todo, requiere el pago de un tributo. Sin belleza, el mundo sería gris y monótono. Sin altibajos. Justo y estable pero muerto. Equidistante pero desalmado. Con demasiada belleza, todos andaríamos deslumbrados, ciegos, injustos.
¿Caliagnosia sí o caliagnosia no? El mundo ideal se encuentra en algún punto de esos dos extremos. A saber en cuál.