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Lo que Einstein nos ocultó

Posiblemente entre nosotros hay agentes temporales, es decir, personas que han logrado soslayar las limitaciones de la Física para efectuar breves trayectos al futuro de ida y vuelta, y adquirir sobre los demás increíbles ventajas. Son todos genios y millonarios, como Richard Branson, Bill Gates, Steve Wozniack o Ray Kurzwell, que podrían haber adquirido su inspiración en el futuro y haber regresado para fundar sus inmensas fortunas basadas en sus invenciones y aciertos.
Se ha dado la curiosa coincidencia de que estas semanas han compartido cartelera dos blockbusters americanos cuyo eje principal gira en torno a los viajes en el tiempo. Se trata de X Men Días del futuro pasado (Bryan Singer) y El filo del mañana (Doug Liman). Pero son muchas las películas que han explorado esto, desde la saga de Regreso al futuro (Robert Zemeckis). Por ejemplo, Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993) con Bill Murray y su día de la marmota, que consigue ligarse a Andy McDowell a fuerza de ir mejorando su táctica con la información acumulada.
Pero si usted pregunta a la gente a qué época querría viajar, prácticamente nadie diría un tiempo futuro, por ejemplo, al año 2.230. La incertidumbre de si seguiremos existiendo o de si habrá un lugar para nosotros frena nuestra curiosidad. Ya saben el refrán, «Más vale lo malo conocido… ».
En 1889, Mark Twain publicaba la divertida novela Un yanqui en la corte del rey Arturo, en la que el viaje en el tiempo también se produce en sentido retrógrado. Un americano ilustrado y extremadamente ingenioso (más de lo que sería cualquiera de nosotros) se las tiene que ver con el oscurantismo de los ingleses de la época, pero sus conocimientos del futuro, incluyendo la predicción de eclipses, le otorgan un poder impensable.
En Doce monos (1995) Terry Gilliam explora esta paradoja con valentía, aunque el final nos deje llenos de dudas existenciales.
Viajar al pasado es un deseo irresistible para evitar algún acontecimiento que sabemos fatal en la Historia, por ejemplo, cargarse a Hitler cuando todavía es un niño, como en este famoso falso spot de Mercedes, o en Terminator (James Cameron, 1984 ), cuando John Connor retrocede en el tiempo para evitar que Skynet fabrique los prototipos que acabarán con el ser humano siglos después.
Menos épico pero más práctico es viajar al pasado inmediato, por ejemplo a la semana anterior, pero sabiendo qué número saldrá premiado en el Euromillón… aunque nada nos garantiza que en ese nuevo universo, la combinación ganadora sea la misma. Y por supuesto también hay aspiraciones menos frívolas, como salvar la vida de un ser querido evitando un accidente del que sabemos la hora, el lugar y las circunstancias.
Pero el jarro de agua fría para estos delirios espacio temporales procede del CERN (Centro Europeo de la Investigación de Partículas) y de otros nodos científicos similares. La Teoría de la Relatividad Especial descarta la posibilidad de viajar hacia atrás en el tiempo… pero no hacia el futuro, y Einstein lo sabía y probablemente lo puso en práctica. La única incursión del cine en esta posibilidad es la de Primer dirigida en 2004 por el matemático Shane Carruth, en la que unos emprendedores montan una start-up para desplazarse hacia adelante en el tiempo apenas unas centésimas de segundo, con todas las implicaciones que ello tiene.
Para ver lo que nos puede pasar en un futuro que no conocemos, nada como revisitar El dormilón, de Woody Allen (1973), aunque en ese caso el viaje en el tiempo no violenta ninguna ley física, puesto que se trata de despertar a alguien hibernado siglos atrás.
La máquina del tiempo de H.G.Wells, llevada al cine varias veces, es una simplificación deliciosa pero totalmente inviable de ese ansia humana por conocer en primera persona sucesos pasados o futuros.
Lo cierto es que no hay un solo ser humano que, si pudiera hacerlo, no viajara a su propio pasado a corregir algún pequeño o gran acontecimiento de su existencia. Todos cometemos errores, y la tentación de enmendarlos sería demasiado grande, aunque el lío cuántico y las paradojas que se crearían serían monumentales.
Pero tiene que haber algún modo, y Richard Branson y los otros millonarios lo han encontrado… Aunque fue Einstein quien descubrió la manera de ir y volver, y nos la ocultó por nuestro bien.
Foto: Bokic Bojan – Shutterstock

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