Los que fueron niños en los noventa seguramente recordarán esas mañanas de sábado viendo un canal de videoclips con la cinta VHS preparada para dar al ‘play’ en el momento justo en el que llegaba la canción esperada, y los posteriores visionados de esos videoclips selectos—siempre parciales, siempre amputados por los extremos debido a ese rudimentario proceso.
Lyona Ivanova ha rodado videoclips para bandas como Love of lesbian, Amaral, Lori Meyers o Sidonie, y es una enamorada del género desde mucho antes de dedicarse a ello. Un día vio el videoclip de Sledgehammer de Peter Gabriel, rodado en stop motion, y se quedó impactada. «No era un playback, no era una historia… era arte», recuerda.
Más tarde tuvo el mismo flechazo con un videoclip muy diferente: Bitter Sweet simphony, de The Verve, en el que el cantante simplemente aparece andando por la calle y chocándose con la gente. «Me cautivó por esa sencillez. La actitud de él te llega y te transmite un magnetismo que hace que la canción te atrape».
Ella cree que esos videoclips de los 90 que esperábamos para grabar en VHS eran un plus a la canción. Ahora que los adolescentes están acostumbrados a ver la música en YouTube, «la canción se encuentra en un espacio en el que necesita de esa imagen». Es decir: pasa de ser una herramienta promocional a ser algo prácticamente obligatorio. «Al cambiarse el lugar de reproducción, ha pasado de ser algo especial a ser un apoyo a la canción», reflexiona.
Existen muchos tipos de videoclips: los que cuentan una historia, los que muestran a la banda tocando en directo o en un falso directo… Ivanova explica que todos estos formatos «siguen conviviendo» pero, si tuviera que destacar una característica común de la época actual, subrayaría la «tendencia al ingenio». Esta tendencia tiene mucho que ver, de nuevo, por el entorno digital donde se consumen esos vídeos: «la gente necesita el primer fotograma para quedarse enganchado. Hay una tendencia a ‘pillarte’ en el primer instante».
Otra influencia del medio está en el modo de consumo: de uno pasivo, en el que los espectadores descubrían los videoclips que iban desfilando por sus ojos, a un consumo a la carta donde cada uno busca el contenido que quiere ver. Este cambio no es a priori negativo ni positivo, según la directora: «A mí me gustaba descubrir videoclips. Me gustaba que me sorprendieran, y ahora es más difícil porque lo que ves depende en gran parte de lo que compartan tus amigos en su muro. Se ha perdido un poco esa tendencia a esperar a ver qué sale. Pero ahora tenemos una puerta abierta a cosas que de otra manera nunca te llegarían. Por ejemplo, grupos independientes sin una multinacional detrás que no podían permitirse estar en la tele y que ahora te llegan porque el videoclip o la canción son buenos».
Si tuviera que quedarse con un videoclip reciente, elegiría el último de David Bowie. «Por todo lo que conlleva. El videoclip en sí ya era como una especie de testamento que dejaba él para nosotros. Los símbolos que esconde ya te iban diciendo lo que iba a pasar. Es él dando todo de sí mismo. Verlo ahora… a mí me cuesta terminarlo», comenta emocionada.
De todos los que ha rodado, el más difícil para ella ha sido uno para el grupo Anna roig i l’ombre de ton chien. «Era un plano secuencia y lo rodamos de noche el día de más frío del año. La cantante iba con un vestido de tirantes. Yo era consciente de que el plano secuencia es complicado, pero con frío, bailarines y tantas acciones a la vez… estuvimos toda la noche rodando», recuerda.
El experimento musical colaborativo
Lyona Ivanova ha sido la encargada de rodar el videoclip de la canción del verano de vino Monólogo, un tema colaborativo creado con la ayuda de decenas de tuiteros.
Hacerlo ha sido muy diferente a cualquier otro rodaje porque el proceso ha sido el inverso: «La campaña se desarrolló a la vez que íbamos creando el videoclip. Yo no he tenido la letra hasta el final». Debido a esa circunstancia, Ivanova planteó un videoclip no demasiado narrativo, compuesto por «escenas sueltas que pudieran adaptarse bien a la letra posterior». Los hilos conductores son dos: por un lado, la estética tropical. Por otro, la idea de los monólogos y la interpretación, en honor al nombre del vino y también a la actriz Leticia Dolera, que protagoniza la cinta.
Sobre Dolera, con quien ya había trabajado antes, solo tiene buenas palabras. «Es superprofesional y buena actriz, muy divertida. Rodamos todo en un día, con seis cambios de vestuario, y ella aguantó ahí con una sonrisa en la cara. Además, es muy creativa y aporta muchas ideas, como la escena en la que sale comiendo pizza».
La admiración es mutua, ya que para la actriz, el hecho de que Lyona dirigiera el videoclip fue clave para involucrarse en el proyecto. «Es una de las directoras e ilustradoras más increíbles que hay ahora mismo en España. ¡Tiene una visión tan peculiar! Ha conseguido un resultado alucinante en muy poco tiempo».
Leticia Dolera habló durante la presentación del videoclip de la letra colaborativa escrita por tuiteros. Se trata de frases de distintas temáticas, algunas de las cuales muestran reflexiones muy diferentes de las que suelen encontrarse en las canciones del verano: «quiero decir que no solo en el reaggeton hay machismo. En otras que parecen más inofensivas también lo hay». Puntualizado esto, la actriz comentó que esa letra compuesta por tuits heterogéneos supuso «una dificultad para los músicos, que tuvieron que cuadrar frases que no estaban pensadas para la melodía», pero que eso da «una personalidad extra a la canción».
A pesar de este proceso infrecuente, el resultado final tiene un sentido que sorprendió a la propia directora: «al principio pensaba que iba a ser un ‘megamix’. Pero al final ha resultado que las cosas que ha escrito la gente, juntas, tienen un sentido y un mensaje. ¡Y la canción tiene momentos que se te pegan a la cabeza!»
Que el lector juzgue por sí mismo el resultado de este experimento musical colaborativo: