Así de entrada ya da cosa. No podemos resistirlo pero miramos hacia los orientales de un modo raro y si son japoneses aún más. Lo más normal es que digamos que «son de otro planeta» como resumen de lo poco que conocemos del sexo en Japón y de cómo ha llegado esa información hasta nosotros.
Para empezar, Japón es uno de los países con la tasa de natalidad más baja, ocho nacimientos cada mil habitantes en 2014 solo superada por Mónaco, país en el que nace uno menos, pero que a cambio tiene casi 126 millones menos de habitantes. Son muchos, tienen poco espacio, pero todo apunta a que se juntan poco. Que no se crean muy fructíferos los españoles, ni siquiera alcanzamos los 10 nacimientos por mil habitantes y somos también muchos menos.
En su propia conducta establecen los límites. Los japoneses no son de besarse, tocarse y mucho menos abrazarse en público. Todos recordamos esas escenas de reencuentros en televisión en los que unos padres japoneses se reencontraban con su hijo años después y ninguno de los tres movía un solo músculo más allá que para dar las gracias inclinando la cabeza. A uno de cualquier localidad española querría ver yo en semejante caso.
Ante la baja natalidad que el país apuntó el año pasado, las autoridades quisieron profundizar en el asunto porque temen (y muy acertadamente) que esto sea el principio del final. De seguir así, para 2060 su población se reducirá un tercio. Debieron de quedarse de una piedra cuando profundizaron en el tema y se encontraron con estadísticas que no apuntan a que la cosa mejore.
[pullquote]En su propia conducta establecen los límites. Los japoneses no son de besarse, tocarse y mucho menos abrazarse en público[/pullquote]
El 49% de las mujeres japonesas entre 18 y 34 años no tenían ninguna relación estable; cifra que en el caso de los hombres ascendía al 61%. Pero la cosa se retuerce un poco más: el 45% de las mujeres entre 16 y 24 años «no estaban interesadas o despreciaban» el acto sexual. En hombres ese desprecio y malestar lo compartían casi el 25%. Esto tampoco ayuda a que el sexo fluya mucho.
¿Cómo es la sexualidad japonesa entonces? Compleja como poco.
Los japoneses prefieren el sexo casual, las citas rápidas y efectivas. Son consumidores de nivel bajo de porno (decimoquintos en el ranking internacional que lidera Estados Unidos) pero devotos de la versión virtual o animada como el Hentai. Todo apunta a que el japonés toma distancia a la hora de tener relaciones sexuales, como si quisiera que no le salpicara demasiado, aunque precisamente los chorretones y las escenas en las que el semen se esparce en la pantalla les fascinan. No hay vídeo de porno animado que se precie en la que no haya unas cuantas.
Los japoneses además consumen este cine protagonizado por compatriotas suyos, en el que lo más normal es que la mujer aparezca con gesto de sufrimiento durante el acto sexual (nada de miradas lascivas a cámara o a sus acompañantes) y la mayoría de las veces termina en llanto cuando se supone que alcanza el orgasmo. Hasta hace bien poco los órganos genitales se censuraban con un círculo negro primero y un pixelado después. Ni siquiera se veían las ingles. Y todo por el artículo 175 de su código penal (de 1907, todo hay que decirlo) que hasta 1993 no fue derogado. Aun así, todavía es fácil encontrarse vídeos de consumo para entretenimiento de adultos en los que no aparece ni el vello púbico de ninguno de los participantes.
Por si fuera poco, en la sexualidad japonesa encontramos matices que hacen que cualquiera que no sea del Imperio del Sol Naciente, cuando menos, se extrañe. Y sobre todo dificulta que se mezclen mucho con otros con costumbres y gustos sexuales infinitamente más prosaicos:
No, no es una leyenda negra. Hay jovencitas japonesas que venden su ropa interior usada. La Burusera es el establecimiento donde pueden venderse y adquirirse. La ropa es uno de los fetiches nipones por excelencia y en estas tiendas se vende todo tipo de prendas usadas (cuanto más mejor), incluyendo lencería fina, uniformes y trajes escolares y con un precio más elevado (hasta un 10%) si la prenda incluye la foto de la propietario portándola.
Es evidente por qué: los consumidores se masturban pensando directamente en ella, imaginándola oliendo sus efluvios. El máximo exponente de estos fetiches está en las máquinas expendedoras de ropa interior. Ahora, la transacción se hace también vía teléfono móvil. Una braga usada cuesta entre 40 y 80 euros. Por cierto, la moda se ha extendido a otros países, incluido España, aunque aquí es algo más económico, a menos que quieras las de la una actriz porno reconocida, cuyo precio no bajará de los 100 euros en la mayoría de los casos. Para solicitarlas, entra en su página web directamente, casi todas ya ofrecen esa posibilidad.
Internet ha revolucionado el mundo de los fetiches japoneses hasta unos niveles insospechados. Para rizar aún más el rizo del fetiche de las bragas usadas, ahora se han puesto de moda foros en los que las mujeres esconden su ropa interior en diferentes puntos y dan pistas para que sus pretendientes busquen hasta encontrarlas. Ni se rozan.
Hasta 700 euros pagan algunos clientes del burdel June Bride Soapland por los servicios de prostitutas que, ataviadas con traje nupcial, los agasajan, masajean y hasta asean antes de tener relaciones sexuales.
En Japón son más que habituales las relaciones sexuales entre hombres mayores y jovencitas, cuando no menores. A pesar de lo que intenta el gobierno, estas relaciones se dan con mucha más frecuencia de la que se denuncia y en numerosas ocasiones se ha acusado a las autoridades niponas de permisivad absoluta con este tema que normaliza lo que es un delito.
[pullquote]Los japoneses prefieren el sexo casual, las citas rápidas y efectivas, son consumidores de nivel bajo de porno pero devotos de la versión virtual o animada como el Hentai[/pullquote]
Esto es solo una ínfima parte del sexo en Japón. Por cierto, no es cierto que la moda por las bragas y su posesión haya llevado a los japoneses a volverse locos incluso por las fotografías de jóvenes con bragas en la cabeza que llegó a llamarse Kaopan (‘kao’, rostro; ‘pan’, panties/bragas). Todo se debe a la noticia en un blog de la venta de un libro que bajo el nombre de Kaopan mostraba situaciones hipotéticas en las que las mujeres hacían cosas cotidianas con sus bragas en la cabeza. De ahí a que más de uno tergiversara la información y automáticamente atribuyera a los japoneses una nueva perversión, un paso más en la larga lista de rarezas solo había un paso. No sufran, no tendrán que ponerse su ropa interior en la cabeza para ligar en Japón; les aseguro que a pie de calle todo es mucho más facilito.
Por cierto, Japón está en el puesto número 10 de países respecto al número de violaciones denunciadas al año (España está en el decimotercero), pero este respaldo en las cifras se oscurece con otro: el 70% de las japonesas reconoce que no denunciaría una agresión sexual si la padeciera.
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