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Y tú más: ¡Baboso!

¡Anda que no he conocido yo a unos cuantos especímenes de estos! Y eso que una no era especialmente agraciada, pero era quedarte sola en la barra de un bar dos minutos y ya tenías a uno acercándose peligrosamente a tu oreja para susurrarte marranadas.

Porque un baboso, preguntadle a cualquier mujer, es un tipo sobón, cargante, lujurioso, desesperado por comerse un rosco, que debe tener un alto concepto de sí mismo a juzgar por la insistencia con que te asedia para conseguir lo que ni con diez cubatas de segoviano encima podrás darle: ¡Nenaaaa, dame un besitooo! Puaj, qué asquito dan. Y además suelen ser feos y grimosos como demonios.
Baboso, parece claro, viene de baba, que Covarrubias define como «humor pituitoso que suele salir de la boca a los niños, y a los bobos, y a los descuidados o traspuestos y embebecidos en mirar o pensar alguna cosa con la boca abierta». Encontramos así la primera acepción que tuvo baboso: la de bobo, tonto. Baba nombraba el babeo y balbuceo de los niños pequeños, razón por la que se asociaba baboso con alguien de poco entendimiento, muy limitadito, vamos.
Siguiendo esta línea, también se aplicó –según la RAE todavía es así- al joven inexperto que iba por la vida pensando que lo sabía todo. Supongo que por esa cercanía en edad con los bebés. Y se dice también del adulto que hace cosas impropias de su edad.
Un baboso es también un pelota. Uno de esos que siempre va pegadito al jefe, al poder, a todo aquel o aquella de quien pueda sacar tajada. En palabras de Pancracio Celdrán, un «sujeto que ha perdido la dignidad y carece de honra y estima». Una forma muy educada de llamarles lo que todos estamos pensando: lameculos.
Más definiciones para baboso: un adulador de esos que resultan cargantes, de los que tienes todo el día pegados a ti diciéndote eso de «nena, tú vales mucho» buscando medrar a tu costa y que cuando lo ha conseguido, si te he visto, no me acuerdo. O un viejo verde, tal y como se usaba en el Madrid de mediados del siglo pasado (o sea, el XX, no os vayáis muy atrás).
Comenta Celdrán que según la provincia en la que estemos, baboso adquiere distintos matices: tonto, inmaduro, moral o físicamente repugnante. Pero en todas partes coincide lo mismo: un baboso es tu tío extremadamente desagradable.
¿Qué pasa, que no hay babosas?, estaréis quejándoos más de uno. Sí, las hay; y puede que tantas como babosos. Pero yo, femenina singular, las he sufrido menos. Y como soy mujer y además escribo este artículo, sigo mi instinto natural me quedo con lo masculino, aunque en este caso no me ponga nada, nadita.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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