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Y tú más: ¡Macarra!

Por mucho que Sabina y otros trovadores del bajo mundo urbano nos los hayan querido presentar como simpáticos, con ese aire chulesco que camina entre lo impertinente y lo admirable, un macarra es un tipo muy, pero que muy desagradable. Y no tiene nada de bondadoso ni de héroe.

Proviene del francés maquereau, que significa “caballa” y que probablemente se tomara del argot con el sentido de “trata de mercancía”, así que las “caballas” en cuestión no serían otras más que las prostitutas con las que se traficaba. Porque ese es el primer significado de macarra, el de proxeneta, el del tipo (normalmente eran hombres, aunque también podría usarse para mujeres alcahuetas) que vivía de la explotación sexual de otros y otras. Y así, como chulo de putas o de sí mismo lo describe básicamente Pancracio Celdrán si consultamos su obra El gran libro de los insultos.

El catalán, por proximidad geográfica, la adaptó como macarró y de ahí pasó al castellano en la forma que todos conocemos: macarra.

La RAE lo define como persona agresiva, achulada, vulgar y de mal gusto. Y como sinónimo de rufián y proxeneta. Pero todas las imágenes que lo describen lo retratan como pendenciero, sin escrúpulos, más bien bocazas, altanero y avasallador: un auténtico energúmeno.

Vista con chaqueta de cuero o con camiseta ceñida y escotada. Lleve el pelo largo o medio rapado. Use traje de chaqueta y corbata o pantalón ceñido y paquetero, el macarra es un tipo –o tipa- peligroso, prepotente y estridente del que conviene alejarse. Tópicamente le situamos en malos ambientes y perteneciente a clases sociales muy bajas. Aunque visto lo visto en algún debate político, para ser macarra no es necesario que tu cuenta corriente esté en números rojos o vivas en un edificio okupa. Los hay con estudios universitarios y todo. No son proxenetas, pero su nivel de simpatía es cero, su altanería es enorme y su peligrosidad va en aumento.

Advertidos quedáis.

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