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Y tú más: ¡Pelmazo, plasta!

Individuos e individuas de esta categoría los hay a montones. Muchos de ellos lo son por profesión. Y sí, me estoy refiriendo a esos teleoperadores mal dirigidos por algún genio del marketing que se dedican a llamarte sin piedad ni mesura a la hora de la siesta o cuando estás cenando. Que me perdonen si les ofendo, pero lo más ligero que se me ocurre llamarles es pelmas.


Curiosamente, pelma no es la palabra original, sino un derivado de pelmazo, que viene del latín pegmatum y este, a su vez, del griego pegma, que significa compacto, congelado, coagulado, solidificado. Su significado original, según Celdrán, fue el de emplasto y Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana, lo define como «cosa pesada y aplastada».

El DRAE, sin embargo, dice que su etimología es incierta, dejándonos con las ganas de saber su origen. Eso sí, nos ofrece a cambio unas cuantas definiciones para que escojamos la que más nos plazca: coloquialmente, puede ser una «persona tarda en sus acciones» (o sea, el o la que te tiene esperando tres horas hasta que termina lo que está haciendo) o «persona molesta, fastidiosa e inoportuna» (volvemos al teleoperador impertinente). Pero también, aunque en desuso, «cosa apretada o aplastada más de lo conveniente» o «comida que se asienta en el estómago».

Lo cierto es que, aparte de ese aparente uso medicinal que menciona Celdrán (emplasto), y que nos evoca las cataplasmas, pelmazo tenía ciertas connotaciones negativas que se fueron recrudeciendo con el tiempo. Porque en El Libro de Buen Amor, de Juan Ruiz (Arcipreste de Hita) allá por el siglo XIV, ya encontramos un pelmazos pero haciendo alusión a líos, a problemas, aunque también se aceptaría, en sentido figurado, que se está refiriendo a personas.

Y no es hasta finales del siglo XVII cuando encontramos el uso de pelmazo como persona cargante, pesada… coñazo (por ser más ilustrativa).

Un inciso, antes de continuar. Si releéis un poco más arriba llegaréis a cataplasma. Y si tenéis la suerte de conservar a vuestras abuelas, o de haberlas conocido al menos, seguro que alguna vez las habréis escuchado llamar así a la tía pesada de su pueblo que no hacía otra cosa que dar la lata a diestro y siniestro. Si aceptáis un consejo: mejor que vosotros, adalides de la modernidad, no la uséis por mucho que queráis rendir homenaje a vuestros abuelos.

Pero ¿de dónde viene plasta? Me voy a tirar a la piscina y no sé si habrá agua en ella. Así que no vayáis jurando por ahí que lo que os voy a contar es así, porque no podría asegurarlo. Pero, si no por etimología pura y dura, en mi opinión sí puede ser por significado. Creo que viene de plasma, que en griego significaba materia modelable y que nos ha dado derivados como plástico, por ejemplo.

De hecho, Covarrubias la define como «cualquier cosa que está blanda, como masa, cual es el barro del alfarero amasado y extendido antes que forme la vasija…». Y nos recuerda, «de allí emplasto y emplastar».

Este mismo significado, el de «cosa blanda, espesa y pegajosa; p. ej., la masa, el barro, etc.», lo da como primera definición de plasta el DRAE. Y nos recuerda que coloquialmente lo decimos de alguien excesivamente pesado.

Volviendo a las definiciones de la RAE sobre pelmazo, me voy a quedar un momento con esa última acepción: «comida que se asienta en el estómago». Porque si no por etimología, sí por cercanía enlazamos con otro de los significados de plasta«excremento, defecación», que no es otra cosa que el siguiente paso en la evolución de esa comida ingerida. Sí, lo sé, me estoy poniendo escatológica, pero, al fin y al cabo, es algo natural de lo que no hay que avergonzarse.

Y al hilo de mierda, una plasta puede ser algo mal hecho, «sin regla ni método».

Así que, señores teleoperadores que interrumpen mi siesta sin piedad, qué prefieren ustedes que les llame: ¿pelmazos o plastas en su sentido más literal?

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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