Parecía imposible, pero hasta lo imposible, a veces, es posible. Pudimos publicar la revista impresa de mayo de Yorokobu, a pesar de que la vida parecía haberse parado fuera de los hospitales y los supermercados.
Aquí tienes el PDF del Gran Reseteo por si no la has podido conseguir en papel.
Vivimos un Gran Reseteo y así lo muestra la imponente portada diseñada por TAVO STUDIO. Poco volverá a ser como antes de que cerrásemos con llave las casas desde dentro. Ni desde que, pandemias mediante, Yorokobu a la revista impresa le robaran el mes de abril. Pero hemos vuelto como el que espabila después de una siesta en una etapa llana del Tour de Francia: aturdidos pero listos para lanzarnos al mar.
Este nuevo número impreso de Yorokobu pretende reflejar lo que hemos dejado de ser y, sobre todo, lo que podríamos ser ahora que nos vemos más frágiles, más sensibles y menos importantes.
Hemos tenido que sortear problemas que las distintas generaciones de los que hacemos la revista no habíamos encontrado nunca. Hemos tenido que salvar obstáculos que estaban fuera de nuestro control. Hemos tenido que hacer malabares para llegar a tu casa. Por eso, la cervecita de después de terminar este ejemplar sabe mejor. Y nos hemos tomado dos, no una, para qué nos vamos a engañar.
Hemos contado con la enorme ayuda de algunas marcas audaces que han querido sumarse al esfuerzo de la distribución en tiempos apocalípticos: Wetaca, LasMuns, Platanomelón, Wineissocial, Kaotiko, Enrique Tomás, We are Knitters y Brava Fabrics. Gracias por ponernos el corazón a hervir.
El 113 de Yorokobu se ha realizado desde el confinamiento más absoluto. Si ves alguna niña merendando, alguna alfombrilla de yoga o la primera temporada de Tiger King, avísanos para pasar a recogerlas. Son nuestras y con el lío se nos ha olvidado ordenarlo todo.
En el Gran Reseteo te hablamos de la influencia de la pandemia en toda una generación que, dicho sea de paso, es experta en comerse crisis: los milenials.
También del replanteamiento del concepto de comunidad una vez que nos hemos dado cuenta de que nos necesitamos los unos a los otros y que, además, reconforta vivir experiencias colectivas.
Hablamos de educación, de cómo nos van a indicar las calles dónde tenemos que situarnos para no transmitir bichitos, de cómo nos hemos hecho expertos en lo que hay de muros para adentro, del papel de internet en tiempos de confinamiento o de las enseñanzas que sacamos ante las amenazas a nuestra salud.
Ni tú ni nosotros somos los mismos de antes de hacer este número de Yorokobu. Esperamos que te ayude a entender el nuevo mundo que vamos a habitar y que te dé una medida del lugar que ocupamos en un mundo en el que estamos de paso.
Como decía Pearl Jam –aquí llega la cuota viejuna y decadente–, we’re still alive.