Estás siendo tragado por un sumidero galáctico supermasivo, y lo sabes

Influenciado por la ingente cantidad de divulgadores científicos que consumo compulsivamente en las redes sociales y por cierto asteroide patatoide que me arrancó una sonrisa recientemente, me animo a hacer mi propia interpretación de los conceptos más locos que he ido leyendo por ahí. Aviso a navegantes: no te puedes fiar de todo lo que ves en internet. Este artículo está inspirado en fuentes pseudocientíficas ya de por sí dudosas que, al pasar por mi sesgo e interpretación, han podido perder calidad por el camino. No me lo tengas en cuenta. El experimento de la doble rendija Para qué andarse con medias tintas, empecemos por uno de los experimentos más locos de la ciencia que realmente ha hecho explotar las cabezas de muchos, ayudando a definir los principios de nuestra actual mecánica cuántica. Se trata de lo siguiente: una persona, llamémosle Bob, se dedica a extraer pequeñas bolitas de su nariz, amasarlas en forma esférica e impulsarlas a altas velocidades hacia un cartón con dos pequeñas ranuras verticales recortadas en el centro. Al otro lado del cartón, ha colocado una pantalla blanca para evidenciar el contraste. En los primeros 257.12325 lanzamientos los mocos se estrellan contra el cartón, quedándose pegados en su superficie. Puto asco de experimento. Pero fruto de la insistencia, el siguiente lanzamiento logra atravesar una de las dos ranuras — pongamos que la de la izquierda — y llega a pegarse en la pantalla de detrás. Ahora vemos un punto verde oscuro manchando la antes impoluta superficie blanca. Convirtamos a Bob en inmortal y hagamos que siga lanzando sus inmundicias como un monete hasta el ocaso de los tiempos. ¿Qué escatológico dibujo cabría encontrar en la pantalla? Pues más o menos dos líneas verticales que coinciden con la posición de las dos rendijas. Alguna partícula puede que se haya desviado y pegado en otras colocaciones, pero la mayor concentración la encontraremos en esas posiciones. Si alguien muy cerdo y con mucho tiempo libre lo hiciera, llegaría a este patrón. Pero, con algo más de decoro, a algún científico se le ocurrió hacer esto mismo con haces de luz. Es decir, bombardear con fotones nuestro cartón y comprobar lo que se había pintado detrás. Y con gran asombro descubrió que, en lugar de dos líneas verticales, se habían dibujado cinco. Las tres del centro más nítidas que las dos de los extremos, que quedaban más lavadas. La única explicación para este resultado es que la luz no estaba hecha de bolitas, sino que se comportaba como una onda. Si haces el intento, verás como unas ondas anulan a otras, y las que consiguen atravesar el cartón impactan de esa curiosa manera, creando lo que se conoce como patrón de interferencia. Todo bien hasta aquí. Cuando lanzamos un fotón a través de las dos rendijas, en lugar de atravesar la de la izquierda o la de la derecha y pintar un punto en esa posición de la pantalla, atraviesa las dos rendijas a la vez, y fruto de rebotes y cancelaciones de onda, el patrón resultante son nuestras cinco rayas verticales. Pues bien, ahora coloquemos un detector justo detrás de nuestro cartón. Este detector nos da un dato muy sencillo: algo ha atravesado una rendija y esa rendija es la de la izquierda o la de la derecha. Obligamos a la luz a definirse políticamente y la sonsacamos su sentido del voto a punta de navaja en cada lanzamiento. ¿Qué resultado obtendremos ahora? ¿El mismo? Eso cabría esperar, ¿verdad? Pues no, esta vez el patrón resultante es de dos líneas verticales, como el que esperaríamos con el experimento de los mocos. ¡BUUUM! Explota tu cabeza. Esto quiere decir que cuando obligamos al haz de luz a definirse, se comporta como bolitas (partículas); y cuando lo dejamos a su bola, como una onda (dualidad partícula-onda de la luz). Y significa también que el propio hecho de intentar medirla altera su forma de interaccionar con el mundo. Si no estás familiarizado con este experimento, te recomiendo que sigas ahondando en los millares de artículos, vídeos y pódcast que encontrarás por ahí. Puedes pensar que esto es simplemente una rareza de la luz, pero cuando pruebas con otras partículas, como electrones, pasa exactamente lo mismo. La teoría de cuerdas Todo este comportamiento cuántico de las cosas muy muy pequeñas continúa siendo antintuitivo para nosotros, por mucho que se nos explique. Los propios científicos se resistían a aceptar algo que no sabían interpretar naturalmente. En los albores de esta teoría se popularizó la frase «Cállate y calcula», porque comprendieron que este conjunto de reglas probabilísticas funcionaba mejor que ninguna otra cosa para describir comportamientos subatómicos, pero no había forma humana de entender qué demonios estaba pasando con nuestra realidad. Pero lo peor de todo es que se acababa también de formular la teoría de la relatividad, que describía especialmente bien los comportamientos de lo muy muy grande (planetas, estrellas y cosas de esas), y no había forma de unificar ambas teorías. La naturaleza no puede estar descrita por leyes distintas solo por el tamaño de estas. Y así surgió la, hoy por hoy, no resuelta necesidad de obtener una gran ley universal o teoría del todo. Hay varias candidatas a convertirse en ella, pero, con permiso de la teoría cuántica de campos, la más original y extravagante es la teoría de cuerdas. Se basa en que absolutamente todo está formado por pequeñas cuerdas bidimensionales que pueden estar abiertas o cerradas en círculo y que vibran con una determinada frecuencia. Esta vibración y su forma y disposición determinan la naturaleza en sí de la materia o si conforman un quark, que a su vez conforma un neutrón, que a su vez es parte del núcleo de un átomo, etc., etc. Me imagino la escena: —Ok, tía, mola la premisa. Ponte a calcular a ver qué sale. Al cabo de unos cuantos meses o años, Meredith vuelve con unos papeles: —Todo parece cuadrar. Es una teoría muy elegante que podría ser lo que estamos buscando. Una teoría para dominarlas a todas —Sí, Meredith leía a Tolkien—. Solo hay una cosa un tanto peculiar. Necesitamos seis dimensiones más para que salgan las cuentas. —¿Seis dimensiones más? ¿Se te ha ido la flapa, Meredith? Es decir, que aparte de nuestras tres dimensiones que observamos y el tiempo que no vemos, ¿hay que añadir seis más? ¿Y dónde carajos están? Por no seguir con esta conversación entre estas dos científicas barriobajeras inventadas, diré que la respuesta que ofrece la teoría es que estas seis dimensiones son muy muy pequeñas y están acurrucadas sobre sí mismas (la palabra que usan es ‘arrulladas’), básicamente formando una especie de truño subatómico. Y los físicos o matemáticos han llegado a describir la geometría que deben tener exactamente para que todo funcione. Se llaman variedades de Calabi-Yau (que deben ser los nombres de los tipos que las pintaron por primera vez). Muchas personas en todo el mundo dándole vueltas a algo que, sobre el papel, tiene sentido y daría explicación a cosas como la gravedad, pero que aún no se ha podido confrontar experimentalmente. Agujeros negros Y llegamos al titular de este artículo, que no era (tan solo) clickbait sin sentido. Otra cosa que siempre me ha volado la cabeza es el hecho de que sepamos que existen y hayamos llegado a fotografiar agujeros negros. Einstein los predijo con su teoría: puntos tan densos y masivos donde el espacio se dobla tanto que tragan absolutamente todo a su paso. Ni la luz, se comporte como se comporte, es capaz de escapar de ellos. Más adelante descubrimos que los puede haber pequeños y apañaditos o terriblemente grandes. Más grandes que miles o millones de soles. Lo cual llega a ser humillante para el pequeño moco azul flotando en el espacio que alberga nuestra especie. El caso es que, mirando al centro de nuestra galaxia y de otras galaxias, descubrimos que uno de estos bichos supermasivos nos sonríe de forma siniestra. El núcleo de las galaxias suele estar petado de estrellas colisionando, gases y demás corpúsculos que lo hacen superbrillante. Y más adentro, en el centro de todo eso, están nuestros amigos. El nuestro se llama Sagitario-A. Mola llamarle por su nombre. Los agujeros negros se pueden juntar unos con otros y formar agujeros más grandes. Las estrellas colapsan eventualmente y muchas de ellas forman nuevos agujeros negros. Así, todo en el universo se acaba yendo al carajo. Observando la forma de las galaxias, tienen algo que me resulta familiar. Son espirales girando en torno a este punto central. ¿Dónde he visto esa forma antes? ¡Ah, sí, el sumidero de la bañera! Cuando levantas el tapón, ves que el agua forma espirales hasta que termina por chuparse por completo. ¿Está pasando eso mismo con nuestra galaxia? ¿Estamos cayendo lentamente por el agujero central y por eso el espacio-tiempo describe esas formas o turbulencias tan caprichosas? https://youtu.be/55dYUKCKelA?feature=shared Esta parte catastrofista es exclusivamente de mi cosecha, es importante que comprendas hasta dónde puede llegar mi nivel de invención. En cualquier caso, ni tú ni yo estaremos allí para verlo. Antes de que esto ocurra, nuestro Sol se habrá apagado y ese o cualquier otro evento cósmico se nos habrá llevado por delante. Está bien hacerse preguntas como esta, como mera curiosidad. Si pudiéramos jugar a una simulación del universo tipo Sim City y poner el avance del tiempo en cámara rápida, podríamos comprobar si esta teoría del gran sumidero es correcta o algo más que pura especulación. Podría ocurrir que tanto nosotros como los planetas, el sistema solar y los meteoroides patatoides inclusive, no seamos más que un manojo de pelos atascando el espacio-tiempo, como si del sumidero de la Pantoja se tratara. Tal vez tengamos suerte y seamos de las pocas cosas que no se pueda llegar a tragar. Los caminos de la ciencia son inescrutables.