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Expresiones caducadas por el cambio de moral: «débito conyugal», el «derecho de esposo»…

El lenguaje es el espejo de la moral de una sociedad. Las palabras cuentan tanto de una época como un libro de historia. Pasar de la España del débito conyugal a la del poliamor no ha sido cosa de lingüistas.

Lo han hecho los hablantes a la vez que arrancaban a la Iglesia su omnipoder, que las mujeres se hicieron independientes y que todos estudiaban y viajaban para aprender de otros países.

En estas expresiones van algunas historias de hace tan solo un siglo, cuando la moralidad de agua bendita dictaba con fiereza qué era el bien y qué era el mal. Y así quedó esculpido en el lenguaje de entonces.

Es un «si no tienes ganas, te aguantas. A darle porque el otro quiere». Era frecuente que las mujeres hablaran del débito conyugal para decir que se debían a sus esposos cada vez que a ellos les apetecía bajarse los pantalones. Y como entonces, a menudo, el sexo se reducía al desahogo del marido sin un mínimo interés por el placer de la mujer, para muchas resultaba un suplicio, un deber, la obligación del matrimonio.

Carmen de Burgos lo contó en su novela La malcasada (1923). Dolores, la protagonista, se resistía al débito conyugal cuando su marido llegaba a casa, casi al amanecer, apestando a alcohol. Las vecinas y las parientas lo sabían.

«El escándalo de la tertulia de beatas de la tía Pepita era enorme. (…) todas las señoras comenzaban a ocuparse del mismo tema.

—Parece mentira que una mujer se mantenga así con su marido.

—Si fuera a confesar, no le darían la absolución.

—Estos son los efectos de no ser buena cristiana y de no cuidarse de las cosas del Señor.

—No hay que olvidar que está criada en Madrid y la cabra siempre tira al monte.

—Pues ella es la culpable de todo cuanto su marido haga si se niega a pagarle el débito conyugal. Él es el hombre.

—¡Claro, y a la mujer le toca sufrir y aguantar!».

Igual de claro lo contó Colombine en otra de sus novelas, El Artículo 438:

«Era monstruoso que una mujer se negara a pagar el débito conyugal. ¿Para qué se había casado? Las mujeres que no cumplen su obligación son las responsables de cuanto puede hacer el marido. Seguro que si se confesara no le echarían la absolución».

La expresión no surgió de la calle. Estaba escrita en un código. «Es un tecnicismo jurídico del Derecho canónico», apunta la académica que ocupa el sillón ‘s’ en la RAE, Paz Battaner. Pero la locución pasó al diccionario y ahí lo definen así:

«1. m. En el matrimonio canónico, obligación que tienen los cónyuges de unirse sexualmente en virtud del amor mutuo para engendrar los hijos que han de educar».

Battaner explica que el débito «es aquí una obligación de tener hijos; es decir, obligación de los cónyuges de unirse sexualmente», aunque «en la definición se suaviza con las palabras “en virtud del amor mutuo”, que casa mal con la palabra obligación. La noción de ligar el matrimonio a la obligación de engendrar hijos es propia de la concepción religiosa de la familia. Los conceptos de amor y obligación no se sienten compatibles hoy, quizá sí serían mejor aceptados amor y responsabilidad ante el otro cónyuge».

Y es curioso que, después de muerta y enterrada esta expresión en la calle, hace tan solo un año, de pronto, apareció como un mal fantasma en un artículo de prensa. Pero los nuevos tiempos le han dado un giro. Esta vez se usa como penitencia del hombre: es «el calvario de los maridos» perseguidos por el calendario de ovulación de sus mujeres.

Al «te aguantas y te dejas» le decían también derechos de esposo. Él traía las perras a casa, él mandaba, él mojaba cuando le daba la gana. ¡Y ay de la que se resistiera! Así lo cuenta la novela El Artículo 438, de Carmen de Burgos:

«Mientras duraba el dinero, él la dejaba en paz. Al acabarse, volvía, se fingía apasionado, reciamaba sus derechos de esposo y, exasperado por sus negativas, la maltrataba, la insultaba, le hacía sufrir sus borracheras, de alcohol unas veces y otras de éter y de morfina».


Al individuo que el diccionario describe hoy como «hombre disipado, juerguista e irresponsable» lo presentó Mariano de Larra en una serie de artículos publicados en 1835.

Entonces era un término «de uso moderno». A la palabra que designaba el cráneo de un muerto le apareció una acepción picaresca. Y daba tanto de sí el nuevo personaje que Larra enumeró varios tipos de calaveras. Uno de ellos, bien representativo, era este:

«El calavera silvestre es hombre de la plebe, sin educación ninguna y sin modales; es el capataz del barrio, tiene honores de jaque, habla andaluz; su conversación va salpicada de chistes; enciende un cigarro en otro, escupe por el colmillo; convida siempre y nadie paga donde está él; es chulo nato; dos cosas son indispensables a su existencia: la querida, que es manola, condición sine qua non, y la navaja, que es grande; por un quítame allá esas pajas le da honrosa sepultura en un cuerpo humano. Sus manos siempre están ocupadas: o empaqueta el cigarro, o saca la navaja, o tercia la capa, o se cala el chapeo, o se aprieta la faja, o vibra el garrote: siempre está haciendo algo».

Guardar las ausencias a un marido implicaba no mantener relaciones sexuales con otra persona mientras él estaba ausente. Evitar serle «infiel»; no «ponerle los cuernos», como se diría después. Y eran las mujeres, por supuesto, las que, sobre todo, tenían que guardar las ausencias, porque los hombres, ya se sabe…

—Los hombres son hombres; hay que hacer un poco la vista gorda y dejarlos que corran, con tal de que no falte lo necesario en casa. No van a venir encinta —le decía una parienta a Dolores, la protagonista de La malcasada.

Dos personas estaban pelando la pava cuando estaban ligando, tonteando, moneando o pasteleando, como decían en los años 80. Pero ese coqueteo no era para un rato. La intención habitual era conquistar a una persona para casarse con ella: el matrimonio, ¡oh, la gran finalidad de la vida!

Ese pelar la pava, al principio, era literal. Todas las versiones sobre el origen de la expresión evocan la misma escena: una moza quitando las plumas a un pavo mientras aprovecha para hablar con el muchacho que ha ido a verla. Dicen que se tardaba mucho en desplumar un pavo o un pollo y eso convirtió esta actividad en una excusa para permanecer un buen rato con el amado. Si una madre llamaba a su hija o una señora requería a su criada, ellas usaban de excusa:

—¡Estoy pelando la pava!

La expresión surgió en Andalucía, a finales del XIX o principios del XX, según el divulgador lingüístico Alfred López. «La mayoría de fuentes coinciden en indicar que la expresión se originó cuando la señora de la casa ordenó a su criada que fuese a desplumar una pava que debía ser cocinada. La muchacha se sentó junto a la ventana enrejada (algunas fuentes indican un balcón) y allí se puso a desplumar al ave, cuando apareció el joven que la pretendía y ambos comenzaron a hablar. Ante la tardanza de la chica, la señora dio un grito preguntándole por qué tardaba tanto y la muchacha contestó: Ya voy, señora, que estoy pelando la pava», relata en su libro Vuelve el listo que todo lo sabe.

La moral envolvía a las jóvenes en papel celofán. En el recato, la pureza y la virginidad estaba la honra. Y la honra era todo. Todo para poder casarse. Escrito está en la novela ¡…La piscina, la piscina!, publicada por Carmen de Burgos en 1932:

«De ninguna manera consentía don Antonio que sus hijas fuesen a un baile. Solo al teatro cuando eran obras morales, acompañadas siempre de la madre o de personas de respeto, y nada de noviazgos. Criticaba tanto el pelar la pava por la reja como el consentir que el novio entrase en casa, se sentase al lado y se hablasen bajito. ¿Qué tenían que decirse que no se pudiera oír? Condenaba hasta el largo tubo que empleaban los puritanos para hablar sin acercarse, porque permitía el secreto.

—Las mujeres no saben bien lo que es ser novio —decía—. Yo, como he sido novio, no quiero que otro esté cerca de mis hijas como yo he estado con otras».

Por Mar Abad

Periodista. ✎ Cofundadora de la revista Yorokobu y de la empresa de contenidos Brands and Roses (ahí hasta julio de 2020).

Libros.  Autora de Antiguas pero modernas (Libros del K.O., 2019). «No es una serie de biografías de mujeres; es una visión más vívida, más locuaz y más bastarda de la historia de España». Lo comentamos en El Milenarismo.

Autora de El folletín ilustrado junto a Buba Viedma. Lo presentan en Mundo Babel (Radio3) y en Las piernas no son del cuerpo, con Juan Luis Cano (Onda Melodía).

Autora de De estraperlo a #postureo (editorial Larousse, 2017). Un libro sobre palabras que definen a cada generación y una mirada a la historia reciente desde el lenguaje. Hablamos de él en Hoy empieza todo (Radio3), XTRA!, La aventura del Saber (La2).

Autora junto a Mario Tascón del libro Twittergrafíael arte de la nueva escritura (Catarata, 2011).

Laureles. ♧ Premio Don Quijote de Periodismo 2020. Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes 2019, Premio Internacional de Periodismo Colombine 2018, Premio de Periodismo Accenture 2017, en la categoría de innovación.

Una respuesta a «Expresiones caducadas por el cambio de moral: «débito conyugal», el «derecho de esposo»…»

¡Que expresión andaluza mas castiza y entrañable! Ser pelado por la pava y/o pelarla a ella.

Con todo el tiempo universal pero sin moral ni noviazgos para contratos emboscada. Algun incauto inexperto podría ignorar lo complicado que puede llegar a ser rescindirlo. El amor y el pelaje de pavas no entienden de contratos vitalicios sin clausula de rescisión, éticamente repulsivos.

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