Icono del sitio Yorokobu

Raül Refree: «Echo de menos la sencillez en el mundo de la música»

Raul Refree

Hablar de creatividad con Raül Refree no es tarea sencilla. Y menos ahora, tras la publicación de Cuando todo encaja. Apuntes sobre creatividad, un libro en el que anima al lector a soltar el miedo y a darle espacio a la intuición.

En sus páginas, el compositor, músico y productor comparte lo aprendido a lo largo de una trayectoria tan diversa como influyente. Y cuando esa experiencia incluye colaboraciones con artistas como Rosalía, Kiko Veneno, Christina Rosenvinge, Sílvia Pérez Cruz, Mala Rodríguez y, más recientemente, Niño de Elche -con la obra cru+es- y Aida Tarrío -en el dúo Gala i Ovidio-… sentarse una hora a conversar con él se convierte casi en un intento ambicioso, pero irresistible, de asomarse al lugar donde nace su duende.

Desde tus propias vivencias de conservatorio, ¿qué papel consideras que tienen la técnica y el estudio académico frente a la creatividad musical?

La técnica es necesaria porque permite a cada uno expresarse de una manera concreta y mostrar lo que llevamos dentro. Pero también es cierto que lo excesivamente académico muchas veces insufla un estudio tan exigente que puede llegar a sobrepasar al alumno y, paradójicamente, provocarle una incapacidad de expresión. Yo me siento a favor del aprendizaje siempre que sea en función de las emociones, eso es lo más importante. Cuando un alumno deja de disfrutar aprendiendo, todo deja de tener sentido. 

Dices en el libro: «La singularidad artística no nace únicamente de la repetición y el conocimiento acumulado, sino de la capacidad de integrar experiencias, emociones, intuiciones y, sobre todo, de abrirse a lo inesperado». Imagino que lo que has ido integrando en tu obra a lo largo de los años ha ido también evolucionando… ¿de qué manera lo ha hecho?

Podría identificar cierto punto de cambio cuando comencé a trabajar más el formato dúo con artistas como Silvia Pérez Cruz, Rosalía y Niño de Elche, frente a una época anterior en la que estaba más centrado en hacer canciones. Antes que músico, soy melómano. Y con esto quiero decir que con cada artista, desde Kiko Veneno a Rocío Márquez, he disfrutado escuchando, observando y aprendiendo aspectos que luego me han servido para los proyectos posteriores. Mi carrera ha sido más bien como un flujo continuo en el que he pasado de componer discos a trabajar con otros artistas para llegar, incluso, a desarrollar obras instrumentales más abstractas a nivel compositivo. 

Identificas la creación musical como un organismo vivo y que lo que te funciona un día para una canción no te funciona otro día para otra. ¿Qué elementos creativos influyen en este proceso?

Es una buena pregunta y es muy complicada de responder. Muchas veces me siento al piano a improvisar y hay días que todo suena increíble y otros peor, siendo el mismo espacio y el mismo instrumento. Creo que una misma nota nos afecta de manera diferente en función de nuestro estado anímico e incluso físico. Por esa razón yo trato de huir siempre de los automatismos y de las repeticiones en los conciertos, trabajando en la escucha de qué necesita mi cuerpo y averiguando quién soy ese día para encontrarme con el instrumento. 

¿Has podido identificar alguna relación directa entre tu intuición y la buena recepción de una obra por parte de la crítica y el público? Es más, ¿suelen estar alineados?

Creo que sería un pelín pretencioso decir que sé cuándo algo va a funcionar, pero sí estoy seguro de que un buen disco termina llegando al público, ya sea en un mes o en diez años. El impacto mainstream o más reducido depende también de otros factores que es complicado analizar, pero sí puedo decir que cuando he escuchado a mi intuición y me ha dicho que estaba haciéndolo bien, el público ha respondido.

Y también me ha pasado al contrario: en ocasiones me he visto obligado a cerrar un disco para poder seguir evolucionando, sabiendo que en ese momento no lo podía hacer mejor. Muchos artistas piensan en sus obras como si fuese la última de su carrera y siempre les digo que no deben volcar todos sus miedos e inseguridades en ese preciso momento. Prefiero fijar mi atención en trayectorias, llenas de aciertos y de errores necesarios para el aprendizaje creativo.

Raul Refree - NicoM
Foto: NIcoM

Ere un artista multiformato: discos, producción, bandas sonoras… ¿dónde te encuentras más cómodo y en qué caso funciona mejor la intuición creativa? 

Me encuentro cómodo alternando todos ellos porque son campos complementarios. Recientemente me he tomado un tiempo de descanso en mi labor de producción. Me cuesta mucho decir no a proyectos interesantes que me propone la gente, pero he trabajado en discos que me han exigido tanto tiempo y esfuerzo que me he visto obligado a descansar un poco en ese papel. Y todo en una época en la que han coincidido, además, mis aportaciones en forma de bandas sonoras, un mundo que me interesa muchísimo y en el que estoy disfrutando un montón. Obviamente, no tenía tiempo para todo. Es cuestión de equilibrio, algo que también me pasa con los instrumentos, donde alterno uno u otro en función de lo que me gusta y apetece en un preciso momento. 

Apuestas por un proceso creativo con un aparente «menos es más». Pero esa capacidad de síntesis y creatividad desbordante parece más un oxímoron que una realidad. ¿Cómo lo consigues y cuál es tu disciplina?

En las páginas del libro trato de insistir en que no tengo un método como tal. Y más en un arte en el que lo que te funciona para un proyecto no te funciona siempre para otros. Cuando trabajo con otra persona me centro en las emociones al cien por cien, es un proceso más basado en reacciones epidérmicas que en un decálogo. Cuando llega alguien con muchísimo talento que te ofrece una materia prima tan buena, tienes que buscar lo esencial, los silencios y los vacíos en el espacio para percibir los elementos que conforman la obra de una manera más plena.

En tu papel de productor la creatividad es un arma de doble filo: ¿cuál es el punto de equilibrio entre el riesgo asumido (que incluso te provoca náuseas) y la conformidad frente a la obra ajena? ¿Entre el miedo a empeorar una composición o el desafío de mejorarla y enriquecerla?

Es cierto que siento mucha presión porque cada proyecto es diferente, pero tienen algo en común: los artistas que recurren a ti necesitan que lleves su obra hacia otro lado. Y algo que añade aún más presión es la trayectoria que tienes con discos anteriores, lo que va incrementando el nivel de exigencia. Muchas veces siento que no sé muy bien dónde vamos a terminar con un disco, pero siempre trabajo ofreciendo confianza y seguridad al artista. Hoy, con las herramientas que existen en el negocio de la música y en su mercantilización, se exigen resultados muy rápidos en absolutamente todo el proceso. Pero mi experiencia me ha llevado a trabajar de una manera más artesanal en discos largos porque necesito tiempo para entender a los artistas y la esencia de sus canciones.

Raül Refree 3 - Àlex Rademakers
Foto: Àlex Rademakers

Hablando de mercantilización: en el libro dices que una sociedad que consume cultura de una manera reglada y controlada pierde la capacidad de sorpresa y reduce la función cohesionadora y crítica que debe tener la expresión artística, lo que limita su singularidad. ¿En qué punto estamos ahora? ¿Qué futuro nos espera?

Diría que todo viene de haber empezado muy joven en el mundo del hardcore y del underground más puro, donde había un orgullo real de pertenecer a lo alternativo. En ese entorno, la autoedición, tocar en salas pequeñas y mantenerte lejos de las multinacionales formaba parte de la identidad. Las marcas no estaban bien vistas y la relación con el público era directa, casi artesanal.

Con el tiempo, las reglas han cambiado. No digo que el underground haya desaparecido, pero sí que hoy parece que cualquier músico tenga que perseguir un éxito inmediato, medirlo todo en dinero y llenos, asumiendo que si no haces grandes aforos tu trabajo es un fracaso. La presencia constante de marcas y patrocinios se ha normalizado hasta el punto de que casi se considera el objetivo. Creo que en ese camino se ha perdido algo esencial: hacer arte por el propio hecho artístico, por compromiso personal. Incluso la supuesta democratización del mundo digital ha demostrado tener las mismas lógicas: quien tiene dinero llega más lejos.

Y quizá lo que más me preocupa es cómo esto está afectando a la manera de escuchar y de presentar la música. Ahora parece que un concierto sin grandes producciones, sin un espectáculo a lo que antes era Madonna o Michael Jackson, ya no es suficiente. Y yo, cada vez más, echo de menos la sencillez: un escenario sin artificios, un instrumento y una idea honesta detrás.

El equilibrio personal y el autoconocimiento nos ayudan a enfrentarnos a los bloqueos creativos que se presentan a lo largo de nuestra vida artística. ¿Qué más mecanismos mentales crees que nos ayudan a un desarrollo creativo pleno dentro de las limitaciones de cada caso? 

Antes, cuando me bloqueaba creativamente, mi reacción era insistir, encerrarme más horas en el estudio y empeñarme en forzar una salida. Con el tiempo entendí que ese enfoque no solo no ayudaba, sino que me obsesionaba hasta un punto casi enfermizo. Supongo que es parte de hacerse mayor y conocerse mejor: descubrir qué te funciona realmente.

En mi caso, cuando entro en un bloqueo necesito parar y salir: dar un paseo, quedar con un amigo o perderme en la montaña. El contacto con la naturaleza se ha vuelto fundamental; ni siquiera llevo música, prefiero escuchar lo que ocurre alrededor. Siento como si hubiera una especie de río” creativo fluyendo por debajo, algo que está ahí aunque no lo oiga. Y muchas veces, en mitad de una caminata, surge la intuición: no siempre una solución concreta, a veces simplemente un estado de ánimo distinto que me devuelve la claridad. A veces es tan simple como que, al volver, ese acorde que no funcionaba de repente suena bien.

Y aquí una pregunta que no he terminado de resolver en el libro, o quizás no tenga una respuesta uniforme: ¿qué distribución porcentual definirías como equilibrada en cuanto a creatividad en composición / creatividad formal en instrumentación? ¿Qué pesa más? ¿Qué facilita más el pequeño milagro?

Para mí es difícil hablar de porcentajes porque composición e instrumentación no están separadas: una depende profundamente de la otra.

Un acorde o una nota nunca son solo eso. Dices «aquí va un Sol», pero el Sol depende de cómo distribuyes sus notas, cómo lo tocas, con qué instrumento, dónde colocas los micrófonos, qué previo usas, si comprimes, si añades efectos, qué espacio acústico tiene alrededor… La emoción no está únicamente en la composición, sino en toda la cadena larga que convierte ese acorde en un sonido con sentido. Lo mismo ocurre con la voz: alguien puede cantar de maravilla, pero cantar más cerca o más lejos del micro cambia completamente la emoción. Cada decisión técnica es también una decisión expresiva.

Por eso, cuando puedo, me gusta estar en la composición desde el principio, incluso si soy el productor y no el autor del tema. No es por ego: es porque en la composición ya se define gran parte de lo que vendrá después. Si llega demasiado cerrada, las posibilidades para construir ese paisaje global que necesita la canción pueden quedar limitadas.

En resumen, no se trata de qué pesa más, sino de entender que el milagro” surge cuando composición y producción se conciben como un mismo gesto creativo, no como dos fases separadas.

Foto: NicoM

¿Todo el mundo puede tener duende? ¿Cómo lo podemos encontrar?

Creo que todos nacemos con una capacidad natural de expresión artística. Basta ver a un niño pequeño frente a un piano: cada uno toca de forma diferente, pero todos se expresan libremente, sin miedo ni expectativas. Esa libertad inicial demuestra que, de partida, todos tenemos duende”, o al menos un impulso expresivo propio.

Con el tiempo, esa capacidad se va coartando. Socialmente toleramos que un niño aporree un piano, pero si un adolescente hace lo mismo lo corregimos enseguida. Ese cambio de mirada es un buen ejemplo de cómo vamos perdiendo permiso para expresarnos de manera espontánea.

Es evidente que algunas personas desarrollan más esa sensibilidad —por genética, educación o entorno—, pero la base la tenemos todos. La diferencia está en quién crece en un ambiente que permite, incentiva y despierta esa expresión.

Así que sí, cualquiera puede tener duende. Lo difícil no es encontrarlo, sino conservar ese espacio de libertad interior que de niños damos por hecho y de adultos tendemos a reprimir.

Salir de la versión móvil