Si paseas por el Raval, en Barcelona, toparás con un local cuyo nombre te hará pararte a mirar a través de su escaparate: «Señor Archer. Fotografía química».
Dentro, un espacio diáfano, con apenas muebles, y útiles para fotografía. Sí, sin duda es un estudio fotográfico. Pero, ¿quién era ese tal Archer y qué es eso de fotografía química?
«Frederick Scott Archer fue un escultor, grabador y fotógrafo inglés de la época victoriana», nos responde Alberto Gamazo, el dueño del estudio, «que, además de todas estas cosas, tuvo que ser también químico e inventor». A él se le atribuye la introducción del colodión húmedo en fotografía, que hizo mucho más accesible esta técnica para el gran público, respecto a otras más caras como el daguerrotipo o el calotipo.
Y es esa técnica del colodión húmedo, que suena a enfermedad chunga, la que emplea Gamazo para sus retratos. ¿Cómo explicar en qué consiste sin demasiados tecnicismos?, retamos a Alberto. «El colodión es una suerte de barniz de nitrocelulosa que, mezclado con diferentes compuestos que varían según la fórmula y el efecto que pretendamos conseguir, se vierte sobre una superficie rígida (vidrio y chapa de aluminio son las más comunes, pero las posibilidades son prácticamente ilimitadas) y posteriormente se sumerge en un baño de nitrato de plata para hacerlo fotosensible, transformándose de facto en una película fotográfica con el soporte de la placa del material que hayamos elegido».
¿Y qué pasa después? «Esta placa se carga, ya en condiciones de oscuridad, en un chasis que posteriormente se introduce en la cámara y se expone como haríamos con cualquier otro medio fotográfico. Posteriormente se revela con un proceso de tres baños similar al de otros procedimientos analógicos a los que estamos, quizá, más acostumbrados, y el resultado es un positivo directo si hablamos de materiales opacos, y que también se puede usar como negativo en el caso de usar el vidrio como soporte (ambrotipo)».
«La particularidad de esta técnica, y a la que debe el calificativo de húmedo», sigue explicando Gamazo, «es que la totalidad del proceso debe realizarse antes de que el colodión que hemos vertido sobre la placa se seque por completo, lo que según las condiciones atmosféricas suele suceder entre los 10 y los 20 minutos del primer contacto con el aire. Eso obligaba a los colodionistas a llevarse el laboratorio a cuestas para trabajar en exteriores, y explica la enorme aceptación que tuvieron la placa seca y la película fotográfica tradicional cuando sustituyeron al colodión, relegándolo rápidamente a los museos».
El resultado son unas imágenes con pátina del siglo XIX y rostros del siglo XXI que te atrapan.
Pero cómo se vuelve a esta técnica fotográfica cuando las facilidades que la tecnología brinda hoy en día a los fotógrafos son tantas. ¿Por qué complicarse tanto la vida? Pues por pura sobredosis de trabajo.
Cuando Alberto Gamazo llegó a Barcelona desde Asturias en 2011 con la idea de continuar allí como fotógrafo digital para prensa, agencias y grupos musicales, su ritmo de trabajo se volvió frenético. «Me llegaba a sobrepasar por momentos, en el sentido del volumen de imágenes que tenía que capturar, procesar…y su rápido consumo y regurgitación».
Así que optó por parar, empezando a profundizar en esas técnicas tradicionales. «El cambio de paradigma me pareció tan brutal que poco a poco me fui alejando del ritmo frenético que me imponía el digital y sumergiéndome más en este mundo en el que tardas diez minutos en hacer una foto, en vez de hacer diez fotos por segundo, y todo el proceso depende de ti, y casi de la suerte». El concepto slow aplicado a la fotografía.
Se lió los bártulos a la cabeza, consultó con cuantos colegas metidos en el universo del colodión húmedo pudo contactar -fotógrafos de San Francisco, Boston, Berlín, Ámsterdam, Praga o Dublín- y todos le recomendaron elegir Barcelona como la ciudad ideal para emprender este tipo de aventura.
Y así encontró este local en el Raval, que antes había sido una imprenta y taller litográfico, y que contaba con el espacio perfecto para montar un laboratorio y estudio fotográfico.
La técnica del colodión húmedo «tiene varios componentes que la hacen única respecto a otras», confiesa Alberto. «Por una parte, la estética» y «cómo traduce los diferentes colores al rango tonal monocromático final».
«Por otra parte», continúa, «el cambio total de filosofía respecto a los medios fotográficos modernos, tanto para la persona que está detrás de la cámara como para la que está delante». La sensibilidad de esta técnica obliga a exposiciones mucho más largas que en la fotografía tradicional, así que «el resultado final depende de una serie de minúsculas reacciones que inciden decisivamente en el proceso y que no todas podemos controlar, lo que hace que sea virtualmente imposible obtener dos placas iguales». Cada placa, por tanto, es única, irrepetible. «Por eso me gusta pensar que el colodión capta un rato en la vida de una persona, y que eso se refleja en la placa», confiesa.
Por el momento, y aunque lleva poco tiempo funcionando en el Raval, ya han pasado por su estudio personas de todo tipo y de todas las edades. «La verdad es que es un proceso muy visual, con una fuerza estética y una posibilidad de participación de la persona retratada que lo hacen atractivo a gente que no tiene por qué saber, ni querer saber, de química ni de fotografía».
¿Se podría montar este tipo de negocio en otra ciudad que no fuera Barcelona? Es una pregunta que Alberto Gamazo continúa haciéndose y para la que todavía no tiene respuesta.. Además de ser ahora su ciudad, esa capacidad que tiene la capital catalana de aceptar lo nuevo y lo viejo y hacerlo convivir la hacen ideal para emprender aventuras de este tipo. Sus amigos fotógrafos así se lo aconsejaron. «Yo también lo creo», asegura, «y espero que tengan, que tengamos, razón».
Retratos químicos desde El Raval
