En las afueras de Estocolmo, en un precioso chalet de dos pisos con vistas al Archipiélago, un financiero retirado de la bolsa de Nueva York celebra su cincuenta cumpleaños escribiendo un libro sobre la necesidad de un despertar personal. En una cafetería de una cadena milanesa en Londres una brillante amiga argentina me cuenta cómo la angustia se apodera de ella a veces, le oprime el pecho, corta la respiración y la vacía de presencia. En Bilbao un amigo declara públicamente que el proyecto de innovación social en el que lleva trabajando tres años está en coma, no hay movimiento ni actividad ni futuro, no hay plan. Desbordado.
De repente el AVE frena poco a poco y se detiene en ningún sitio. Se para la película, se apagan las luces y quedan las de emergencia. No hay pánico colectivo ni nada que se le parezca, nadie teme al vecino, sólo al retraso. Cada uno lucha por mantenerse en movimiento, inmerso en la bandeja de entrada, el timeline de twitter o las respuestas del chat. Desconcertado.
En la sala de espera del dentista el tiempo se alarga más allá de la hora concertada. Piensas en todo aquello que podrías haber hecho de haberlo sabido con antelación, en aquello que ya no harás si la situación se prolonga mucho mas. Ahogas el miedo pasando páginas de revistas ajadas llenas de personas de cuya existencia dudas, hasta llegar al horóscopo, por fin un poco de de luz y seguridad. Evadido.
Es el concierto de fin de trimestre en el colegio de las niñas. Leíste el programa a toda prisa y crees que la pequeña actúa en el primer turno y la mayor en el último. Vas preparado para pasar toda la tarde. Resulta que las dos actúan en el primero; las ves, las aplaudes, las recoges y te vas. Te han regalado hora y pico de amor y de juegos. Agradecido.
Si puedes la evitas. Si te resistes te oprime. Si te vence te expulsa. Si se detiene te estrellas. La velocidad nos supera. Todo es ahora. ¿Dónde es aquí?