¿Deberíamos recuperar la concentración?

Esto no es un artículo. Es un reto. Elige un cuadro, una escultura o una obra de arte. Sitúate ante ella y permanece ahí durante tres horas. No rompas el momento. Olvida el resto del mundo y haz como si jamás se hubiese inventando un móvil o no conocieses la palabra internet.
En este momento puede que te halles en un punto crítico. La ansiedad de pensar en esas tres horas puede provocarte incluso la necesidad de escapar de este texto. Pero no huyas. No temas. No serías el primero en hacer este ejercicio de concentración que, a día de hoy, puede parecer un suplicio o una escena de terror.
Una profesora de Historia del Arte y la Arquitectura de la Universidad de Harvard lo practica a menudo. Y sus alumnos también. Jennifer Roberts, como muchos otros docentes, piensa que las generaciones más jóvenes y, en general, todas las personas que utilizan continuamente internet son incapaces de ocuparse mentalmente de un solo tema durante más de varios minutos.
La especialista en arte americano decidió hacer el experimento y probó a encerrarse a sí misma en la concentración que supone mirar un cuadro, durante tres horas, sin hacer absolutamente nada más. Eligió la obra El niño con la ardilla, pintado por Henry Pelham en 1765, y permaneció ante él el tiempo marcado.
La docente relató a Boston.com que, después de la primera hora frente al cuadro, descubrió patrones similares entre la forma de la oreja del niño y la ardilla. Y después de dos horas su percepción y las sensaciones que tenía de la pintura cambiaron totalmente.
La puerta a la concentración profunda asusta. Pero, una vez sumido en ella, los pensamientos que pueden surgir son, definitivamente, más elevados e incluso placenteros que los que brotan de pasar sobre las cosas en un plumazo.
Roberts ha introducido esta actividad en sus clases. La profesora dijo que los alumnos, al principio, se muestran sorprendidos ante la propuesta. Después son escépticos. Y, al final, descubren sus beneficios. La quietud permite a estos estudiantes acceder a estados de concentración absolutamente inéditos en su día a día. Hacen observaciones en las que no reparan jamás y acaban admitiendo que sin ese recogimiento mental nunca hubiesen llegado a esas conclusiones.
La experiencia destruye también el mito de que la concentración es aburrida. No lo es. Aunque le hayamos tomado miedo. Ha sido un clásico en la historia de la humanidad hasta que llegaron las tecnologías que abruman con tal cantidad de información que, en cierto modo, hace que nos acabemos despegando de ella.
Mientras tanto siguen publicándose estudios sobre la incapacidad de mantener la atención en un asunto más de 15, 20 o 30 minutos, investigaciones sobre la plasticidad del cerebro y su adicción a saltar de una actividad a otra sin profundizar jamás en nada.
La voz de alarma no deja de sonar. Después de la fascinación del multitasking, quizá haya llegado la hora de caer en la cuenta de una regla básica universal: la introducción de nuevos usos y costumbres no ha de arramplar con técnicas milenarias sobradamente útiles. El individuo de hoy, y del futuro, no tiene que optar por la concentración o la dispersión. No le queda otra que saber moverse en ambos escenarios.

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Patrick Thomas

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