En un lugar perdido en el espacio hay una civilizaciรณn donde la comunicaciรณn se produce mediante unos tubos azules. Los cientรญficos descubrieron que era el universo porque habรญa puntos luminosos sobre una inmensidad renegrida. Al observar el documento en el laboratorio, alguien divisรณ una vaca que colgaba de un platillo volante. No habรญa margen de error. Esa formaciรณn de casas amarillas e inodoros flotantes era un nuevo distrito en el cosmos desconocido.
Era una incรณgnita si estaba habitado. Las pruebas indicaban que sรญ. Para algo serรญan los edificios y esa especie de caรฑerรญas celestes por donde circulaban las epรญstolas y las conversaciones basura que acababan atascando la comunicaciรณn de esas criaturas.
Habรญa otro indicio: unos carteles blancos con letras rojas escritas en un idioma que sonaba familiar. Los tรฉcnicos introdujeron los caracteres en una probeta de traslaciรณn y los resultados indicaron que se trataba de un idioma terrรญcola: el coreano. La frase que dominaba ese mundo era: ยซYogur de cocoยป.
Alguien habรญa llevado hasta allรญ esos letreros para instalarlos en la estaciรณn orbital. Fue el mismo ser que dibujรณ la portada de la revista de octubre de Yorokobu. El rastreo digital del mรณvil que llevaba en el bolsillo en su viaje interplanetario dirigiรณ hasta รฉl. Era un tal Iรฑaki Martรญn, que vivรญa en Madrid y se dedicaba a la ilustraciรณn y el diseรฑo grรกfico.
Era el responsable de todo. Los servicios de inteligencia fueron a buscarlo a la calle Moratรญn, 15, de Madrid. Sabรญan que estarรญa ahรญ porque acababa de inaugurar una exposiciรณn sobre la felicidad titulada โMi mejor sonrisaโ. Efectivamente. Ahรญ estaba.
Y, entonces, hablรณ.
Lo del yogur era el primer nombre que utilizรณ para referirse a esta revista. Era lo mรกs parecido que podรญa recordar a la palabra โYorokobuโ. Tambiรฉn hablรณ de los canales azules. Dijo que los construyรณ para ยซmostrar cรณmo se enredan las conversacionesยป. El robot respondรญa a una obsesiรณn y a su afรกn de coleccionar estas figuras. Y lo de los vรกteres flotantes cae por su propio peso. Ahรญ dejamos en paz a los cientรญficos y que saque el lector sus propias conclusiones.
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La vaca que cuelga de un platillo volante

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