Tradicionalmente se ha adjudicado el título de primera programadora de la historia a la poeta y aficionada a la ciencia Ada Lovelace, hija de Lord Byron, que en su día hizo buenas migas (y quizá algo más) con Charles Babbage, el diseñador de una máquina analítica, una suerte de cerebro mecánico, en pleno siglo XIX.
Sin embargo, Lovelace solo imaginó a nivel teórico cómo debería programarse un ordenador o un cerebro mecánico. La verdadera pionera en la programación es otra mujer que nació años más tarde. Un mujer que se destacó a principios del siglo XX por sus aficiones excéntricas y su autonomía en un contexto donde a las mujeres se les tenía reservado el rol de hacendosa ama de casa. Imaginaos a Amy Schumer pero en plan geek. Su nombre era Grace Hopper, y la llamaban, sin exagerar ni un ápice, Amazing Grace.
LA ALFANUMÉRICA HOPPER
Grace Brewster Murray nació en 1906, en el seno de una familia acomodada del Upper West Side de Manhattan. Los mimbres de Murray eran ciertamente propicios para que de allí brotara una personalidad singular: su madre era matemática, su padre era ejecutivo en una aseguradora y su abuelo era un ingeniero civil que solía llevarla a hacer excursiones topográficas por Nueva York. Además, acabó contrayendo matrimonio con Vincent Hopper, profesor de literatura comparada, lo que le permitió moverse grácilmente entre las letras y las ciencias, muy alfanumérica ella, como también lo fue Ada Lovelace (de hecho, cuando se convirtió en profesora de matemáticas, Grace Hopper exigía a sus alumnos que también supieran escribir bien).
Su educación no fue extraordinaria, pero sí bastante destacable: obtuvo el doctorado en matemáticas en Yale, en 1934, y se convirtió así en la undécima mujer en conseguirlo (la primera lo había hecho en 1895, lo que indica lo infrecuente que era este hecho). Sin embargo, en la década de los años 30 pasó algo extraño en Estados Unidos: 113 mujeres se doctoraron en matemáticas, el 15% del total, y el logro de Hopper quedó un poco diluido por las circunstancias. Pero no nos equivoquemos: aquel pico de licenciadas no fue el comienzo de algo, sino una irregularidad, y no volvería a producirse un crecimiento semejante hasta décadas más tarde: en los primeros diez años del siglo XXI, por ejemplo, se doctoraron 1.600 mujeres, el 30% del total.
Grace Hopper, con todo, estaba llamada a hacer cosas aún más extraordinarias, más amazing. Se aburrió enseguida de su vida monótona como esposa de Vincent Hopper y profesora de matemáticas en Vassar College y, con la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, decidió liarse la manta a la cabeza: se divorció, abandonó su puesto como profesora y, con nada menos que 36 años, se alistó en la marina estadounidense para vivir aventuras.
Su destino fue la Escuela de Guardiamarinas de la Reserva Naval, en el Smith College de Massachusetts. En 1944 se licenciaría con la nota más alta de su clase y se convertiría en la teniente Grace Hopper. En una entrevista con David Letterman, cuando ya tenía 80 años, la estadounidense bromearía de esta guisa sobre aquella experiencia: «La primera vez que vas a un campo de entrenamiento, si te colocan en un sitio y no te dan más órdenes, ponte a dormir».
LA MILITAR HOPPER
Como teniente, fue destinada a la Universidad de Harvard para trabajar en el Mark I, una computadora digital de tamaño gigantesco que usaba relés electromecánicos y un eje giratorio motorizado diseñada por Howard Aiken en 1937.
Hopper se plantó frente a la computadora como si fuera el monolito de 2001 Una Odisea en el Espacio. Le pareció un objeto feo pero fascinante, ruidoso pero maravilloso. No era la primera vez que experimentaba la necesidad de saber cómo funcionaba un cacharro, pues con solo siete años recuerda que había desarmado todos los relojes de su casa para averiguar su funcionamiento. Walter Isaacson lo explica así en su libro Los innovadores a propósito de su encuentro con el Mark I:
Tras darse cuenta de que necesitaría comprenderlo en profundidad para conseguir que funcionase debidamente, pasó noches enteras estudiando los planos del proyecto. Su fortaleza radicaba en su capacidad para saber cómo traducir (como había hecho en Vassar) problemas del mundo real en ecuaciones matemáticas, para después comunicarlas en forma de comandos que la máquina pudiese entender.
Sus habilidades para trasladar el vocabulario y los conceptos del mundo real a los programadores propiciaron que Aiken le encargada a Hopper lo que acabaría siendo el primer manual de programación de la historia. Ella no se amilanó y en poco tiempo tuvo escrito un manual de 500 páginas que explicaba la historia de Mark I y cómo había que programarlo.
LENGUAJE INFORMÁTICO
La neoyorquina no solo había conseguido comunicarse con una computadora, sino que había fraguado un lenguaje de programación universal, único en la época, capaz de ser usado por cualquier ordenador o persona. Algo así como el esperanto de la computación. Esto permitió que se desarrollara el lenguaje COBOL (Common Business-Oriented Language). A pesar de que todo el mundo le había dicho que era imposible, que los ordenadores solo se comunicaban a través de 0 y 1, ella había demostrado que era posible un lenguaje para comunicar a seres humanos y ordenadores. «Si tienes una idea hazla, es más fácil pedir perdón que pedir permiso», solía sentenciar.
Irónicamente, hasta el año 2014 no aparecía ninguna mujer (ni siquiera Murray) en la exposición sobre Mark I en el centro de ciencias de Harvard. Sin embargo, el papel de la estadounidense y otras programadoras fue crucial para el desarrollo de la informática. Por ejemplo, las programadoras originales del primer computador ENIAC: Jean Jennings Bartik, Betty Snyder Holberton, Frances Bilas Spence, Kathleen McNulty Mauchly Antonelli, Marlyn Wescoff Meltzer y Ruth Lichterman Teitelbaum.
La experta en computación también concebiría el primer compilador de la historia en 1952, el A-0, y el primer compilador para procesamiento de daditos que usaba órdenes en inglés en 1957, el B-0 FLOW-MATIZ.
Pero Hopper era mucho más que una programadora pionera y un símbolo para el empoderamiento de las mujeres de la época. También era un personaje que merecería una serie en la HBO: irreverente, conflictiva, de gran carácter, parecía liderar un barco pirata, como si fuera más una hacker que una programadora. Sabía perorar como nadie y no se arredraba frente a los mandos masculinos.
Hopper también popularizó el término bug (insecto): una noche se coló una polilla en el Mark, y quedó aplastada en uno de los relés electromecánicos. Extrajeron la polilla y la incorporaron con cinta adhesiva al registro de operaciones. A partir de entonces, se refirieron al proceso de localizar los errores como localizar bugs (bichos) en su interior. Hoy en día se exhiben los restos de la polilla en el libro de registro en el Museo Nacional de Historia Americana del Instituto Smithsonian, en Washington D.C.
En 1986, Hopper se retiró siendo la más longeva de la Marina, y después de recibir más de cuarenta honoris causa y otros reconocimientos. Quizá el más llamativo fuera el título de «hombre del año» en 1969. La estadounidense falleció con 85 años, el 1 de enero de 1992, mientras dormía plácidamente en su domicilio de Arglinton, Virginia. Desde 1994, cada año se celebra también el congreso Grace Hopper Celebration of Women in Computing para motivar a las mujeres para que se acerquen al mundo de la tecnología. Libres y desprejuicidas, como siempre había sido ella.
Imágenes: Wikipedia