Perico Delgado sí me representa

3 de septiembre de 2018
3 de septiembre de 2018
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A mediados de los años 80, dos equipos conseguían convertir un deporte de seguimiento reducido en un fenómeno comercial pujante y con un tremendo potencial. La NBA comenzaba a irrumpir en España y la situación deportiva en aquellas ligas provocó una polarización casi instantánea. O eras de los Lakers o eras de los Celtics.

Magic Johnson y Larry Bird eran los brillantes estandarte de un deporte que, como casi todo lo que ocurría en España durante el franquismo, se encontraba en una situación casi autárquica en este país. Llegó el glamour, llegaron los flashes y una nueva manera de entender el deporte y la moda.

Esos equipos forman parte de la leyenda y la memoria de los ahora cuarentones. Sin embargo, los menos apegados al lujo marketiniano del otro lado del charco, reservan un hueco especial para una escuadra con menos campanillas y anuncios de McDonald’s que también relanzó un deporte no mayoritario: el equipo ciclista Reynolds.

A la cabeza de ese pelotón, el gran Perico Delgado, el ciclista que consiguió aunar épica, desgracia, humanidad, gloria y derrota. El ciclista que montó en bici a toda una generación.

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Hace 30 años comenzamos a creer

Así lo recuerda Movistar + en el documental Pedro Delgado, 30 años de amarillo, con el que conmemora la única victoria del ciclista segoviano en el Tour de Francia.

La película es un recorrido por los orígenes tremendamente humildes de Delgado y por su irrupción mediante patada en la puerta en la élite del ciclismo. En 1983, aquel Reynolds debutó en el Tour con la consideración de equipo de relleno de pelotón. Hasta que llegaron a los Pirineos y Ángel Arroyo, el líder del equipo, y un jovencísimo Delgado comenzaron a brillar saliendo de la nada.

La etapa de Luchon dejó la presentación en sociedad de Perico tras un descenso casi suicida. ¿Recuerdas esto?

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El universo comenzaba a saber del ciclismo español post-Luis Ocaña hasta el punto de que Delgado, en aquel año de debut en Francia y con 23 años, estaba segundo en la general. Comenzó la leyenda… y comenzó la leyenda negra de Perico, que se cayó y se rompió la clavícula obligándose a la retirada.

Daba igual. Mucha gente supo que el escuálido español subiría de amarillo alguna vez al podio de los Campos Elíseos. Se sabía. O, al menos, nosotros lo sabíamos.

Aquel jarpazo contra el asfalto era también la redefinición de la esencia loser española. Lo teníamos, lo merecíamos, lo perdimos. Y así fue cómo Pedro Delgado se convirtió en el deportista con el que toda España se identificó cuando lo de ganar habitualmente en deportes estaba muy lejos de la situación actual. Tan lejos como yo de un trofeo Pichichi.

Los niños corrían en bici por las calles, las chapas de cerveza y refrescos se usaban para crear competiciones ciclistas y, en las casas, el papel Albal era de Reynolds y no de Albal –y mucho menos de Bosque Verde–.

Después vino la casi matemática secuencia de gloria y desgracia de Perico. Siempre de arriba abajo y de abajo arriba. Victoria en la Vuelta a España, su primera gran carrera por etapas, y retirada en el Tour tras la muerte de su madre mientras él se encontraba compitiendo. Victoria del Tour en 1988 –con intento de atraco mediante control antidoping manipulado– y ridícula derrota al año siguiente tras presentarse con más de dos minutos de retraso a la salida de una contrarreloj.

Cada titular que protagonizaba Delgado en prensa le servía para convertirle aún más en leyenda y humano a partes iguales. Por eso no habrá otro como Delgado, porque ganaba en la mayor de las épicas y porque perdía. Perdía mucho. Y todos nos dábamos cuenta de lo jodido que era ganar a esos europeos perfectamente alimentados, tan altos, tan rápidos, tan fuertes y tan rubios.

Pedro Delgado es un catálogo emocional de la generación que le vio correr. Es el alivio de verle calzarse el maillot amarillo del Tour por primera vez tras la etapa de Alpe d’Huez del 14 de julio de 1988; es la mirada que todos lanzábamos a nuestros padres al ver su Pinarello roja contonearse de curva en curva; es el respingo que dieron los abuelos de toda España mientras echaban la siesta en el sofá con el demarraje del 88 en Luz Ardiden, justo cuando parecía que se quedaba relegado en carrera.

Es también la nostalgia por el ciclismo de descensos de puertos con periódicos en la pechera del maillot, los leones de peluche de Credit Lyonnais y las gorritas de visera corta de Kelme, Banesto, Renault o Kas.

Y es cuando nos sentábamos a vibrar tres horas al día, delante de la tele, para ver milagros nunca antes vistos. Así éramos y así nos emocionábamos. Por eso, Pedro Delgado es la memoria de aquello que fuimos.

https://www.youtube.com/watch?v=zoJNrugqRRc

Y mientras, en Yorokobu…

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