A Rosángela Acosta la inspiración le pilló comiendo. Era abril de 2016. «Fue un periodo especial de mi vida. Una etapa muy creativa», cuenta. Ocurrió durante la hora del almuerzo. La ilustradora dice que en ese momento sintió la necesidad de crear una serie de personajes, de dejarlos salir de su interior.
«Sabía lo que quería hacer sin saberlo al mismo tiempo. Surgieron sin esfuerzo. ¿Tiene sentido? Tal vez no demasiado, pero son sin duda muy significativos para mí». Lo son hasta el punto de considerar a cada uno de los retratos de su serie Nameless Portraits como una parte de sí misma, «una continuación de mis estados consciente/inconsciente/
Cada retrato, continúa, refleja las distintas personalidades que componen su esencia. «Cuando los creé traté de dibujar a alguien que nunca había visto, conocido o imaginado, como si aún me quedase por descubrir buena parte de mí misma. Existen muchos aspectos de mi personalidad que desconozco».
Retratos que esconden a su vez una paradoja porque aunque Acosta buscaba en ellos a un ser desconocido, la artista reconoce que esos rostros son «una recolección de otras imágenes, caras y lugares», que, de alguna manera, han contribuido a construir su propia personalidad.