La rumba acaba medio pronto en Medellín. El parque del periodista, epicentro de la gamberrada nocturna, se vacía poco a poco igual que los garitos de alrededor. En la acera, un par de artesanos de la pulsera beben ron de una bolsa. En Colombia se venden cantidad de productos en bolsa: leche, mayonesa, kétchup, agua, pulpa de maracuyá… Ahora resulta que el ron también, una bolsa de licor dentro de otra de plástico que se acaba de convertir en tema de conversación. En eso llega una chica menuda, flaquita, pecosa, desvergonzada y pregunta si “vamos a Frenos Pala”. ¿A dónde? “¿¡Nunca habéis ido a Frenos Pala?!”.
El taxista sí ha ido porque solo con el nombre sabe llegar. Frenos Pala aparece una cuadra antes del edificio de Ruta N, ejemplo del lavado de cara que Medellín emprendió a finales de los años 90. La alcaldía plantó bibliotecas en las barriadas, iluminó zonas oscuras y dejó que los arquitectos metieran mano a las costuras de la ciudad. Tanto cambió la mentalidad, que la secretaria de Cultura dispuso el año pasado de un presupuesto mayor que el del mismo ministerio.
La cosa es que uno de esos edificios cayó al lado de Frenos Pala y ahora queda precioso de noche visto desde el taller, un pequeño lujo. A pocos pasos de allí yace además la Universidad de Antioquia y de camino una pared larga llena de murales pintados por artistas locales. Al fondo, los cerros iluminados como árboles de navidad tumbados cierran la escena.
Frenos Pala está en medio de todo eso. Se trata de un taller 24 horas frecuentado mayormente por taxistas y enfiestados. A eso de las 3.00 am de un sábado, un par de mecánicos murmuran en torno al motor de un Hyundai amarillo mientras que unas 25 personas ocupan el bar del taller, surtido de cervezas, aguardiente y una parrilla para asar carne. Hay bastantes universitarios, un ingeniero de sistemas que dice que ahora no se va a España por nada del mundo y dos aficionados al fútbol preguntando si Barça o Madrid o “cómo es la vaina”. Ninguno, “¿ninguno?”. No, el Valencia. “¡Ah, el Valencia!… ¿Y cómo anda Falcao?”… Un par de parejas empiezan a bailar –quizá vallenato- y el chef pone carne en la parrilla. Los martes tiene sopa de mondongo, una delicia local, pero la carne nunca falla: un bistec inacabable, una arepa y queso sale por dos euros y medio…
El taller vive ese momento previo a que la moda lo alcance. Aun hay sillas para todos y la cerveza no se acaba –la carne tampoco. Toda conversación acaba contagiada con la de al lado y entonces nadie habla con nadie sino con todo el mundo. Allá, en la puerta, los mecánicos esperan algún taxi que atender porque si no se van al bar con todos y el equilibrio se pierde. Así todos los días, 24 horas. Frenos Pala nunca cierra.