El ilustrador con secuelas pos Hanna-Barbera

19 de noviembre de 2015
19 de noviembre de 2015
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Aquel «¡yabadabaduuuuu!» que Pedro Picapiedra entonaba al acabar su jornada laboral o la quejumbrosa voz de BuBu advirtiendo a Yogi sobre las terribles consecuencias que podría acarrear su idea de robar los emparedados a los domingueros de Jellystone Park. El imaginario de los que fueron niños en los 80 está repleto de voces y sonidos de las series Hanna-Barbera. Y, por supuesto, de sus imágenes. Esos fondos que, por falta de presupuesto (dicen), se repetían una y otra vez mientras los protagonistas andaban o corrían, sus colores planos o los trazos sencillos de sus personajes marcaron una era en las series de dibujos animados. Y probablemente, sin pretenderlo, dejaron un poso latente en muchos de esos pequeños espectadores que, años después, rescatarían de su memoria para aplicarlo en su ámbito profesional.
Es lo que le ocurre cada día a Ale Giorgini. Cuando comienza a dibujar no puede obviar que durante años y años sus imágenes de referencias fueron los escenarios donde transcurrían las peripecias de Los Supersónicos o las carreras de Los Autos Locos. Tampoco que sus libros de cabecera estaban ilustrados por un tal Miroslav Sasek.
«En mi mente se mezclan unas y otras imágenes. Y también las que llegaron después cuando comencé con mis estudios de arquitectura, o cuando descubrí las ilustraciones de gente como Ed Benedikt, Shag, Derek Yaniger o Genndy Tartakovsky».
pedalar
Fue un bloguero el que un día se refirió a su estilo como Geometric retro style, y a Ale, pese a rehuir de las definiciones, no le disgustó.«Siempre me ha puesto nervioso eso de dar un nombre a lo que hago porque me centro en construirlo, no en bautizarlo». Aquel concepto, pensó, encajaba con las aristadas formas de sus personajes y el aire de los 50 que se respira en sus escenas, así que lo tomó como referencia para crear su propia versión reducida: Geometrò.
Y siguió trabajando. «Cuando trato de crear algo nuevo, no hago otra cosa más que trabajar. Es cierto que tener ciertos referentes ayuda, pero la única fuente de inspiración en la que creo es el trabajo duro».
Las caras, dice, le fascinan. Las lleva dibujando desde que tiene uso de razón. «Podría tirarme horas mirando los rostros de la gente». Y lo seguirá haciendo porque es de lejos lo que más le gusta. Solo hay que echar un ojo a su portfolio para comprobarlo. Y probablemente lo haría aún si su profesión fuese otra, porque está seguro de que, si no fuese ilustrador, «seguramente sería alguien que está tratando de ser ilustrador. No puedo imaginar una vida sin el dibujo».
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