El 1 de mayo de 1950 un comando de comunistas detuvo al alcalde de Mosinee, una pequeña ciudad en el estado de Wisconsin, al norte de EE UU, bloqueó las carreteras y proclamó la instauración de un Estado socialista. La fábrica de papel fue confiscada y el periódico local se convirtió en instrumento de propaganda de los comunistas. Los habitantes de Moskva (“Moscú” en ruso, como fue rebautizada) fueron alimentados con pan negro y sopa de patatas en un comedor colectivo. El enemigo está dentro, disparad sobre nosotros.
No, no era un episodio de Amerika ni una escena de Amanecer Rojo. Aquella mini-invasión ni siquiera estaba orquestada por Stalin y los suyos, sino que fue un simulacro ideado por la Legión Americana, una organización ferozmente antisoviética que trataba de dar a Dundee, a Wisconsin, al país y al mundo una lección: estos son los tormentos que tendréis que soportar si los comunistas (de verdad) se hacen con el poder en nuestra querida América.
Pero volvamos a Mosinee, porque en aquel remoto punto del mapa los acontecimientos se precipitaron, saliéndose del guión trazado por los organizadores, Joseph Kornfeder y Ben Gitlow, a la sazón antiguos comunistas reeducados para la causa. Según relata David Priestland en su crónica sobre la historia del comunismo ‘Bandera Roja’:
“El jefe de los invasores, un tipo con bombín que se hacía llamar Comisario Kornfeder, declaró a Mosinee parte de los USSA (Estados Unidos Socialistas de América) y promulgó un decreto nacionalizando la industria, aboliendo todos los partidos políticos excepto el comunista y prohibiendo todas las organizaciones cívicas y religiosas”.
El periódico local, el Milwaukee Journal se convirtió por un día en The Red Star (La Estrella Roja) y mostró en su única portada la imagen de un niño desolado ante un letrero que decía “Caramelos solo para los miembros de la juventud comunista”. Moscú no regala golosinas a los tibios.
Inmediatamente después de la proclamación de los USSA comenzó la campaña de represión. Los más recalcitrantes –incluidas tres monjas- fueron enviados a campos de concentración, se expurgaron las bibliotecas y se prohibió la película que se estaba proyectando en el cine local. Además, los commies lanzaron un torpedo a la línea de flotación del American way of life: se confiscaron los campos de deportes y los precios de la ropa y el café se quintuplicaron.
A mediodía se organizó un desfile popular en la Plaza Roja en la que los líderes portaban pancartas en las que se leía “Stalin es nuestro líder” o “La religión es el opio del pueblo”. En la arenga de Kornfeder a los vecinos, el líder comunista confesó que la exitosa toma de Mosinee solo era el primer paso: “Canadá y México serán los próximos en caer”.
Lo que no calculó el Comisario Kornfeder es que algunos de los 1.400 ciudadanos de Mosinee se tomarían demasiado en serio la representación y actuarían como buenos patriotas: “un vecino fortificó su vivienda y amenazó con disparar a cualquier comunista que osara traspasar su propiedad y tocar la bandera americana que ondeaba en ella”. Otros tomaron los rifles e improvisaron una milicia ciudadana con intención de desalojar a los soviets del pueblo.
La tensión llegó hasta tal punto que el alcalde la ciudad, Ralph Kronenwetter, sufrió un infarto y murió cinco días después. Afortunadamente, el médico que certificó su muerte no culpó a la URSS, lo que tal vez hubiera desencadenado la III Guerra Mundial, sino que atribuyó el deceso del alcalde a una “terrible coincidencia”.
La sangre (salvo la del desdichado Kronenwetter) no llegó al río: a medianoche los ciudadanos se unieron en la Plaza Roja, quemaron en una gran hoguera las pancartas y entonaron juntos, como un solo hombre y entre lágrimas, el God bless America, recuperando la libertad robada por un día por los taimados comunistas. Mosinee volvía a ser libre.
El ‘amanecer rojo’ de Mosinee/Moksva fue todo un éxito de crítica y público. La revista Life registró la acción propagandística y hasta el NoDo franquista y la agencia rusa Tass se hicieron eco de la fugaz invasión comunista. La experiencia intentó repetirse en Iowa y en Indiana pero no fue lo mismo: un chiste contado varias veces pierde la gracia.
No acaba aquí la historia. Como señala el historiador Priestland, apenas un mes después se proyectó en los cines de Unión Soviética la película Conspiración de condenados, un docudrama que mostraba exactamente la historia inversa: una ciudad de Europa del Este sufría un golpe de estado orquestado por el cínico embajador de EE UU. En aquel lado del Telón de Acero los yanquis trataban de sobornar a la población con cigarrillos Lucky Strike, jazz y demás “baratijas de la cultura estadounidense”, pero los comunistas logran movilizar a las masas contra el “insidioso dólar y en defensa de la virtud moral”.
El campo de batalla de la guerra fría fueron, por suerte, los cines y las revistas.
Esta historia me la contó el editor Guillermo Herranz durante un aquelarre. Elaborado con información del libro ‘Bandera Roja’, el periódico local Milwakee Journal, el blog Dr. Zito y la Wikipedia. Puedes ver sendos vídeos con las imágenes de la “invasión” (desdichadamente mudos) en YouTube y en el NoDo (a partir de 6:40) y en el documental ‘Atomic Café’.