‘Big Little Lies’: la dicha y la angustia de ser madre

10 de octubre de 2017
10 de octubre de 2017
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Madeline y Celeste salen de casa del alcalde de Monterrey.

—¡Estuviste jodidamente brillante! —dice Madeline.

Celeste ha conseguido que el alcalde no censure la obra de marionetas para adultos que Madeline gestiona. Suben al coche. Madeline no arranca. Se recrea en la victoria. Celeste se estremece.

—Me da vergüenza decirte esto… —dice Celeste—. Ser madre no es suficiente para mí. No lo es. Ni de cerca. Soy mala, ¿verdad? Soy mala.
—No voy a dejar que digas eso —dice Madeline.
—¿También lo piensas? ¿Alguna vez?
—Sí.

Esta escena del episodio 1×04 contiene la esencia de Big Little Lies. Una serie necesaria que, como pocas, expone las dichas y las tragedias (grandes y pequeñas) de la maternidad. (Y de las servidumbres del matrimonio).

Las protagonistas, madres amantísimas de sus retoños, no aceptan una idea impuesta por la sociedad, y apenas rebatida: que la maternidad colma la dicha de la mujer. Recordemos cómo algunas famosas (actrices, presentadoras de televisión) recibieron fuertes críticas en las redes sociales por expresarse como Celeste.

En privado, entre amigos íntimos, hay mujeres que se atreven a confesar que quieren a sus hijos, que morirían por ellos, pero que ser madre es agotador y no las colma. (No hay escándalo cuando el famoso es un padre de familia que habla de aquello que le produce felicidad y en ningún momento menciona a los hijos ni a la esposa).

La maternidad como dicha y sufrimiento queda magnificada al tomar como protagonistas a mujeres con vidas en apariencia felices. Tienen maridos ricos y casas de madera a pie de playa. Solo Jane (Shailene Woodley), la contable, es ajena al lujo. Esto es un acierto. Una de las normas no escritas del guion dice que un personaje no debe cargar demasiado peso sobre sus hombros. El veterano guionista David E. Kelley lo sabe al adaptar la novela Pequeñas mentiras de Liane Moriarty.

Si las protagonistas de Big Little Lies estuvieran absorbidas por facturas y empleos extenuantes y nada agradecidos como limpiadoras, oficinistas, dependientas, cajeras… la idea de una maternidad querida y asfixiante estaría oscurecida por lo puramente doméstico. El público podría considerar:

«No es raro que esté harta de ser madre. Con el trabajo que tiene…».

Pero los sentimientos duales de la maternidad son ajenos a cuestiones como el trabajo, el dinero, los horarios…

Jane y los fantasmas de la violación

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Que las protagonistas de Big Littles Lies sean mujeres sin problemas de tiempo y dinero hace posible que el drama íntimo de cada una destaca. Dramas propios de mujeres reales, como una contable, como una madre soltera, como Jane.

Por la regla de no cargar las espaldas del personaje, Jane, que necesita trabajo y adaptarse al lugar, no tarda en encontrar clientes y amigas. Lo importante para la historia no es cómo Jane sale económicamente adelante, sino cómo toma las riendas de su vida. Batalla con las secuelas de una violación y lidia con la hostilidad de otras madres hacia su hijo.

«A veces, la magia viene de lo asqueroso, Ziggy», dice Jane (1×06).

Así responde a su hijo cuando este comenta que una de las marionetas de Madeline mete el pene en la boca a otra. Es una obra para adultos; lo sabe por Chloe, la pequeña y espabilada hija de Madeline.

«A veces, la magia viene de lo asqueroso», resume la filosofía que Jane se ha autoimpuesto para seguir adelante. Ha sido violada y embarazada por un ligue de una noche, pero tiene al hijo. Teme ser dañada por Ziggy porque quizá tenga «el gen psicópata de su padre», como repite a menudo. Sin embargo, protege a su hijo y pone en duda que sea el abusón de primaria. Las pesadillas y las alucinaciones diurnas la acompañan: se ve matando al violador o arrojándose al acantilado para dejar de sufrir. Va de un punto a otro huyendo de sus demonios y, por si acaso, un revólver debajo de la almohada.

Renata, la supermamá

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En la memoria de Jane, el violador es su enemigo. En Monterrey, Renata (Laura Dern), una de las mujeres más poderosa de California, es su enemiga desde que Amabella señalara a Ziggy como el niño que le dejó marcas en el cuello el primer día de clase.

Renata no solo es poderosa, alardea de ello. Las fiestas de cumpleaños para su hija rivalizan con los espectáculos de Disney on ice (sobre hielo). Su casa es la mayor de todas. Lleva el mando en la empresa en la que su marido parece un complemento. A diferencia de Celeste y Madeline, Renata tiene una exitosa vida profesional; sin embargo, es infeliz.

A priori, Renata es un personaje ajeno al público. Sus puntos débiles la hacen mundana: su amor por su hija, cómo se desmorona cuando pierde el control y cómo no se siente deseada por Gordon, su marido.

Renata se ajusta a un canon: el de la supermamá. Sin embargo, lo que los medios ensalzan, la comunidad de Monterrey critica.

«Ahora soy una de esas personas que juré que no me convertiría… Empresaria controladora, ansiosa…», dice a su marido (1×03).

Recuerda que en la tercera cita saltaron en paracaídas y esa fue la última vez que fue espontánea. «Follemos ahora», dice Gordon. Lo hacen en la oficina. Renata se deja llevar, pero más adelante se lo echa en cara. Ante cualquier problema, Gordon propone follar como solución.

Celeste, una vida de cara a la galería

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Que Big Littles Lies no sea un drama social consigue destacar el drama de Celeste: es golpeada, violada y vejada por Perry, su marido. Ante un drama social, el público considera que una mujer maltratada no deja al marido «porque ella no tiene medios económicos ni manera de ganarse la vida». Es una reflexión pobre, que se corresponde con lo que la sociedad piensa de la violencia de género en las clases bajas.

El guion muestra a Celeste (Nicole Kidman) como una mujer con un desequilibrio emocional que se niega a aceptar la verdad: que Perry la está matando, cada día un poco más.

«Estoy triste porque mi marido duda de mi amor por él», dice Celeste a su marido, «pero feliz porque veo esperanza».

Autoengaño cuando aún tiene las marcas de la úiltima paliza. La frase llega tras la primera visita conjunta a una terapetua de parejas (1×03) para hablar de lo que Perry considera un problema de ambos y no propio.

«Mezclamos la ira con sexo», dice Perry.

«Me siento avergonzada por el sexo que hacemos de forma tan agresiva», dice Celeste.

Más adelante, Celeste irá sola al psicólogo, a escondidas, por temor a su marido y acabará poco a poco por darse cuenta del autoengaño. Pero antes justifica cada acto de violencia del marido:

es violento porque tiene miedo a perderme / es un gran padre / viaja mucho; está sometido a una gran tensión /  se avergüenza de los moratones que me hace.

Con la última frase, Celeste demuestra que es hija de una nociva idea en la que el cine y la televisión son cómplices, y que considera la dominación masculina y el dolor y el sexo conseguido con violencia como sinónimos de la pasión amorosa.

Resulta espontáneo establecer un paralelismo entre Perry Wright y el protagonista de Cincuenta sombras de Grey. Ambos son ricos, jóvenes y atractivos y cosifican —y por tanto, rompen, si quieren— aquello que dicen amar.

El guion tiene la virtud de no hacer una caricatura de Perry. El personaje no es un malvado de telefilme del sábado. Tiene el encanto del psicópata y, como tal, es imprevisible. Lo mismo regala un carísimo collar a Celeste —compro tu perdón— que la asfixia con sus manos. Lo mismo empuja a su esposa contra las paredes del baño que, acto seguido, se coloca la careta de padre protector.

Realmente, las palizas son un método por el que Perry controla a Celeste; la condiciona, más bien, como otros usan el collar eléctrico para los perros.

«Si te vuelves a venir abajo, ¿quién te ayudará a recuperarte?», dice Perry. (1×04), Él la hunde; él la «rescata».

Por suerte para Celeste, no se para a intentar descifrar «el alma torturada» de su esposo como en las novelas baratas.  Se percata de que el silencio sobre el maltrato se debe a la vergüenza; la idea de que los trapos sucios se lavan en casa; de que las palizas ocurren en otros sitios y a otra gente, no en Monterrey (o el sitio que el lector considere inapropiado). Celeste pasa de querer entender a su marido (lo que muchos esperan de una mujer casada) a preparar un plan para proteger su vida y la de sus hijos. Sin embargo, tarda en reaccionar: tras descubrir su marido el plan, no duda en asistir con él a la fiesta de recaudación de fondos para los más necesitados. El qué dirán pesa. (¡Ah, cuánto daño el qué dirán! Pesa lo mismo en una lujosa comunidad como en una localidad rural. El qué dirán, como la muerte, no hace distinciones).

Madeline o el desencanto de una joven-adulta

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No extraña que Madeline (Reese Witherspoon), atenta a enarbolar la bandera de la justicia, no se percate del drama de su amiga Celeste. Perry Wright es un experto de venderse al público.

Y Madeline tiene sus propios conflictos —demasiados—: con su hija adolescente, a la que presiona para ir la universidad; con su exmarido (al que guarda rencor por haberla abandonado); con Bonnie, la esposa de su ex (porque él, aparentemente, hace todo lo que ella dice); contra el alcalde, por la obra de teatro; contra el director de la obra, que la reclama constantemente, y con quien mantuvo una relación extramarital; y contra Renata, a la que envidia. Parece que Madeline reúne más carga que ningún otro personaje femenino, pero es la misma:

El verdadero conflicto es consigo misma. Al igual que Celeste, la maternidad no la colma y se ve obligada a meterse en los problemas ajenos, como dicen los cotilleos del pueblo.

Madeline es un personaje un tanto incómodo. A su afán de justicia se opone su beligerancia, su rencor, su perfeccionismo, su incesante parloteo… La obra de marionetas Avenue Q cuya representación gestiona es un espejo de su vida:

«Representa la lucha de jóvenes adultos que están desilusionados con la vida, sintiéndose desmoralizados y defraudados por las falsas promesas del mañana», dice Madeline.

A esto, replica Abigail, su hija:

«Todo eso lo tengo aquí».

Abigail acierta. Madeline representa a la mujer joven que siente que la maternidad le ha arrebatado, de golpe, la juventud y la han obligado a convertirse en lo que odiaba: una madre asfixiante. Que la protagonista sea Reese Witherspoon refuerza la idea. La actriz es una gran dramática, pero el público la recuerda por las comedias ligeras en las que interpreta a adolescentes-tardíos.

Cuando Abigail (hija suya y de Ethan, el ex) anuncia en internet que vende su virginidad como protesta por la esclavitud sexual, Madeline no encuentra otra manera de pararla que confesar su infidelidad al segundo marido. Aquí Madeline se quita la careta.

Abigail entiende que el supuesto perfeccionismo de su madre es una manera de perdonarse a sí misma.

Los hombres

En esta historia protagonizada por mujeres, los hombres apenas aparecen; no conocemos sus vidas privadas y sus caracteres están apenas esbozados. Esto es un acierto.

En las historias protagonizadas por hombres, las mujeres apenas están dibujadas. Si los hombres ganaran protagonismo en Big Littles Lies, sería un drama familiar o de parejas, y no sobre la maternidad y el abuso contra la mujer.

Estos hombres no son buenos ni malos —exceptuando a Perry, el maltratador—, son egoístas. Rara vez el egoísmo masculino es mostrado sin excusas. (Skyler White es para muchos la gran incomprendida de Breaking Bad porque el centro de atención es Walter/Heisenberg).

Tan solo hay una escena en la que aparecen dos hombres hablando de sus mujeres: Ethan y Ed, exmarido y marido de Madeline, respectivamente. Ayuda a incrementar el malestar entre Madeline e Ethan. La escena revela que los adultos, los hombres, en este caso, buscando limar asperezas, acabamos de manera extraña, enrareciendo las relaciones.

La comunidad

Las personas interrogadas por la policía forman en su conjunto otro personaje: la comunidad chismosa. Los testimonios se contraponen en todo momento a lo que el público de la serie conoce. Este grupo representa a la sociedad que juzga severamente a las mujeres: por ser supermamá, por ser adalid de las causas perdidas, por supuestamente perfecta, por supuestamente imperfecta…

El crimen que abre Big Little Lies no es más que una excusa para pintar los dramas íntimos de cuatro madres que deben salir adelante por sí mismas.

En Big Little Lies no está el macho castigador que a puñetazos castiga al maltratador. No aparece un príncipe en limusina para rescatar a la princesa de la mediocridad. No hay mentores con barba blanca. Hay mujeres que se sacan las castañas del fuego, ellas solas.

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