Me quiero comer esa ilustración

Anna Keville-Joyce prepara comida, pero no como lo haría tu abuela un domingo cuando vas a verla -porque irás a verla, ¿no, descastado?-, sino que la pone a punto para que su aspecto sea apetecible para ser retratada o filmada. Anna es estilista de comida. «La comida es lo que más conozco. Entiendo cómo se mueve, cómo responde, cómo cuidarla, cómo hacerla durar, sus matices de colores y cuándo se va a secar y morir.  Es el medio que más me gusta».
Un día decidió que podría intentar cambiar ligeramente la naturaleza artística de su trabajo. Pensó que podía ir un poco más allá y convertir a los alimentos en una paleta de colores para dibujar. «Empecé con la Food Illustration como un chiste dentro de mi trabajo de Food Stylist. Fue tomando forma hasta llegar a ser otra parte de mi trabajo como freelancer», explica la propia estilista. Keville utiliza distintos materiales para componer sorprendentes ilustraciones directamente sobre los platos.

Tras los primeros experimentos, comenzaron a llegarle encargos. Dice que aprende y mejora a base de prueba y error, en un recorrido minucioso y lleno de mimo a los detalles. «No es dibujo, donde puedes borrar; ni es óleo, que te espera para que vuelvas y corrijas.  Solo tengo, por ejemplo, cinco minutos con la pulpa de pepino crudo para comunicar nubecitas tenues antes de que se ponga marrón», cuenta.
Más allá de su conocimiento profundo de los distintos alimentos, dice que encuentra inspiración en casi todo lo que ocurre a su alrededor. «Por ejemplo, bailo bastante tango, que me enseña a exponerme, enfocarme, escuchar y buscar  la creatividad, el chist, y lo bueno en todas circunstancias. Esas lecciones las llevo a todos mis proyectos.  Últimamente me vengo fijando e investigando sobre el fileteado (arte decorativo porteño), y su expresión de lineas orgánicas y trabajo de luz, sombra y profundidad. Además, consumo mucha música, mucho arte, mucha comida y estoy rodeada de gente creativa», declara la norteamericana.
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Keville-Joyce sigue el recorrido lógico y su próximo reto es que esas ilustraciones a base de comida, que tienen un marcado sentido estético, tengan también un sentido culinario. Es decir, que sean platos comestibles y sabrosos. «Este año espero realizar instalaciones de arte comestibles y también participar en eventos gastronómicos donde la ilustración será parte de la presentación de los platos», explica.
Cada uno de sus trabajos tiene fecha de caducidad. Ella lo asume como normal aunque eso le deje un regusto amargo. «Forma parte del proceso», dice. Al menos, en poco tiempo, sus trabajos serán devorados por alguien. Esa, que sepamos, es la mejor manera que tiene un plato de comida de esfumarse de la faz de la tierra.
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Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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