En enero de 1920, la revista La Esfera saludó la nueva década con un relato titulado La señorita andrógina en el que un hombre recién llegado a la capital se quedaba pasmado al ver a las chicas modernas. «Todas parecen la misma: flacas, pintadas, oliendo a demonios, fumando, parecen chicos afeminados», se indignaba al verlas renegar de lo que hasta entonces se había considerado el ideal de belleza. ¿Qué estaba pasando para que se atrevieran con semejantes modas?
Para asomarnos a esa sociedad, que estaba dando una voltereta difícil de asimilar para una mentalidad todavía decimonónica, vamos a pegar el ojo a una mirilla que nos permite ver el mundo de los años veinte en todo su esplendor: la hemeroteca. Durante esos años, el periodismo gráfico se convirtió en un catálogo de obras de arte, fichó a los mejores ilustradores y escritores, y se adaptó a las modernas técnicas de impresión.
En la revista La Esfera «colaboraron los mejores ilustradores del primer tercio del siglo XX, y al mismo tiempo fue un álbum de piezas literarias firmadas por periodistas y escritores de prestigio», según Sánchez Vigil, autor de una tesis doctoral sobre la documentación fotográfica en España. Junto a La Esfera y las veteranas Nuevo Mundo o Blanco y Negro, en los años veinte vieron la luz publicaciones como Estampa y Crónica, y todas ellas se ocuparon de los temas nuevos que reflejaban los avances del momento: los viajes, el cine, los deportes que empezaban a ser de masas, la moda que llegó con unas tijeras cortando faldas y melenas para adaptarse a los nuevos hábitos de vida de las mujeres, más libres y dinámicas.
LAS MUJERES ¿ANDRÓGINAS?
Los tradicionales, como el caballero recién llegado a la capital de Las señoritas andróginas, se indignaban al ver que las mujeres dejaban de conformarse con su papel de ángeles del hogar y ocupaban los espacios públicos adoptando costumbres como hacer deporte o ir a la universidad.
La periodista Carmen de Burgos explicaba el motivo de ese estilo a lo garçon en el artículo Signos de libertad en la revista Elegancias: «La moda de los cabellos cortados en melena puede tomarse como símbolo de la libertad de la mujer. La cabellera corta, que se puede lavar en pocos minutos, es la que corresponde (…) a una mujer emancipada, ya que por emancipación se entiende el conquistar su derecho al trabajo». En eso estaba muy de acuerdo la pedagoga María de Maeztu, que se había empeñado en que las chicas dejaran de considerarse ejemplares exóticos en las aulas universitarias y les había proporcionado un cuarto propio para que pudieran dedicarse a los estudios superiores en la Residencia de Señoritas (el grupo femenino de la Residencia de Estudiantes del que tan poco se habló en las décadas siguientes).
Por supuesto, las revistas dedicaron espacio a contar lo que ocurría en esa Residencia y los periodistas que la visitaron, como Juan del Sarto, de Crónica, quisieron desmentir «de manera categórica, aquella escéptica y descortés afirmación que la mujer tiene, como características, las del cabello largo y las ideas cortas». La Esfera, por su parte, tuvo una sección De las mujeres que estudian.
LOS ‘SPORTS’
A principios de la década, los deportes eran algo tan novedoso, tan llegado de fuera, que la prensa todavía los llamaba sports. La práctica del deporte, reservada a las élites a principios de siglo, se fue extendiendo por las clases medias tras la reciente instauración de la jornada laboral de ocho horas, que ofreció tiempo libre a los trabajadores para su esparcimiento.
1920 fue el año en el que el fútbol español participó por primera vez en los Juegos Olímpicos y dio a la nación el primer héroe deportivo, Ricardo Zamora. La prensa hablaba de esos triunfos como victorias nacionales y así llegó a nuestro país la pasión por el deporte. Además del fútbol, las publicaciones prestaron atención al baloncesto –«último juego exótico y feminista», decía Nuevo Mundo–, el esquí, al que llamaban alpinismo, las carreras, para las que también utilizaban una palabra inglesa, cross, o el tennis. Una tenista española, Lili Álvarez, logró en esos años proeza tras proeza: participó en los Juegos Olímpicos de 1924, llegó a la final de Wimbledon tres años seguidos y ganó Roland Garros en 1929.
LOS AVIONES, LOS VIAJES
La década de los veinte también fue la de las aventuras aéreas y puso al público mirando al cielo. Estaban de moda los grandes raids, como el protagonizado por el Plus Ultra, un hidroavión que en 1926 hizo la ruta entre Palos de la Frontera (Huelva) y Buenos Aires. Según La Esfera «el vuelo Europa-América, en avión, sigue siendo prácticamente una empresa de aventura tan difícil como arriesgada».
El hombre había logrado la fantasía de poder volar y las publicaciones se volcaron en la cobertura a estos viajes. «La prensa debe aprovechar cuantas facilidades informativas le proporcionan los adelantos modernos», decía el Heraldo de Madrid para anunciar que su redactor jefe, Chaves Nogales, iba a hacer un viaje de 16.000 kilómetros en avión para contar a su público cómo era «la Europa de posguerra, con sus afanes, sus luchas, sus costumbres, obteniendo un panorama único de esta gran época».
Por su parte, el automóvil empezó a considerarse como referente de modernidad y dejó de ser un aristocrático objeto dedicado al paseo. Para que nos hagamos una idea, en 1920 avanzaban a trompicones por los caminos de España unos 28.000 vehículos, mientras que al final de la década eran 250.000 los que corrían veloces por las recién estrenadas carreteras que partían de las grandes ciudades. Estaba naciendo el turismo como industria y la prensa dedicó espacio a los viajes y las excursiones.


EL CINEMATÓGRAFO
A principios de siglo, el cine no era más que un entretenimiento de feria, pero durante la década de los veinte ya se estaba convirtiendo en una industria que cambió hasta la fisonomía de las ciudades, con la construcción de edificios monumentales y vanguardistas destinados a las proyecciones. «Yo nací –¡respetadme!– con el cine», dijo Rafael Alberti y, junto a otros jóvenes modernos, reivindicó el nuevo arte. Lorca, Cernuda, Gómez de la Serna, Maruja Mallo o Concha Méndez, al utilizarlo como tema en sus obras, alentaron el interés popular por el cine y sus estrellas. El star system brilló en las secciones cinematográficas de la prensa y las actrices marcaron tendencias en la moda.
AQUELLOS ANUNCIOS
En los «felices años veinte» todos los ingredientes estaban en la olla para cocinar el salto de la publicidad hacia la modernidad. Los hábitos de consumo de la nueva burguesía urbana popularizaron durante la década la compra de bienes como los gramófonos, las máquinas de fotos, los aparatos de radio o los automóviles.
Precisamente de la mano de General Motors llegó a España en 1927 la primera agencia internacional, J. Walter Thomson, y un año después se creó la primera agencia de publicidad realmente moderna, Veritas. El asesor artístico de Veritas era Federico Ribas, autor de los sofisticados anuncios de Perfumerías Gal. Ribas, junto a otros grandes ilustradores como Salvador Bartolozzi o Rafael Penagos, contribuyeron, como decíamos al principio, a que la prensa gráfica se convirtiera en un catálogo de obras de arte durante la década de los veinte.