«Y esto que vamos a ver no es otra cosa que el contacto con la realidad, y nada hay más estimulante, más corrosivo, más revolucionario que la realidad».
Maria Aurèlia Capmany
A finales de los 70, Isabel Steva Hernández, fotógrafa que ha pasado a la historia como Colita, y la escritora Maria Aurèlia Capmany se convirtieron en pioneras de lo que podría llamarse el feminismo sin pretensiones. Cierto es que, como las describe Francesc Polop, amigo de Colita y responsable de su archivo, ambas eran feministas «de pro y de facto». Incluso se las podía considerar «empoderadas» antes de que el concepto existiera. Pero lo que una y otra consiguieron con Antifémina, considerado como el primer libro gráfico feminista de la Transición, va mucho más allá de un compendio de fotos y textos reivindicativos.
Lo que ambas compusieron pegando textos y recortando imágenes, que van de 1962 a 1975, fue el reflejo de la realidad de un colectivo, el de la mujer, durante una dictadura que no hizo nada por sacarlo de la marginalidad en la que llevaba transitando desde tiempos inmemoriales. Más bien lo contrario; se afanó en que aspectos como la sumisión o su papel de florero en la sociedad patriarcal siguieran siendo sus señas de identidad.
Fue precisamente el propósito de subvertir aquella realidad la que acabó con la retirada del libro poco después de su publicación. En 1977, la dictadura ya había terminado, pero no así muchos de los resquicios del tardofranquismo, que, al percatarse de la naturaleza de la obra, decidieron sacarla de escena.
En 2021, cuarenta y cuatro años después el libro volvió a tener una segunda oportunidad con una nueva edición. Maria Aurèlia Capmany había fallecido veinte años antes, pero sus palabras volvieron a acompañar de nuevo a las fotografías de Colita. Al poco tiempo, esta, junto a Palop, decidieron dar un paso más en el proyecto con una exposición sobre Antifémina. «Se trataba de poner en valor la fuerza de sus imágenes a través de un tiraje cuidado y moderno que, al dejarlas desprovistas de cualquier artificio, permite que se muestren frontalmente para interpelarnos sin ningún ánimo didáctico. Que cada quien recoja la experiencia vivida frente a ellas», explica Palop.
En la muestra, obviamente, no falta «la voz» de Maria Aurèlia Capmany, que resuena con frases «de una profunda verdad y un acertado sentido del humor marca de la casa».
La puesta en marcha de la exposición, que pudo disfrutarse en el Círculo de Bellas Artes de Madrid durante la pasada primavera, contó con un revés tan inesperado como cruel justo poco antes de su inauguración: la muerte de Colita el último día de 2023. «La fotógrafa sintió con emoción y entusiasmo este nuevo proyecto, en el que trabajó hasta su último momento. No ha podido ser…». Así que ahora solo queda ceñirse a las palabras que, según Palop, la propia Colita hubiera utilizado para anunciar su apertura: «¡Pasen y vean!».
Historia de una soledad
«¿Cómo envejecer sin quedarse detrás de una ventana enjaulada?»
«La vejez llega para ella de pronto. Nunca pensó en que se convertiría en eso, en una vieja. Y no sabe qué puede hacer una vieja en este mundo»
«Pero un hombre viejo es todavía un hombre aunque sea viejo; una mujer vieja no es nada. Ha de ser un cuerpo apetecible, un cuerpo fecundable, ha dejado de ser lo genérico que ha sido aceptado como la esencia de la feminidad»
«La fémina se ha convertido en antifémina. No es ni mujer ni hombre; es otra cosa»
La mujer marginada en la sociedad
«¿Cómo va a realizarse la vida de una mujer, un ser marginado, dentro de una sociedad marginada?»
«El impulso primero que determina el deseo de emancipación de la mujer nace del deseo de convertirse en persona. Y ser persona es deshacerse de lo genérico para realizarse como individuo. La realidad gitana se manifiesta en forma colectiva, la comunidad gitana es el yo. El yo separado, personal, con destino propio, voluntariamente elaborado, no existe».
Descuartizar un cuerpo
«Así que hemos salido a la calle y nos hemos asombrado al ver tanto muslo suelto, tanto pecho agrandado, tanta pantorrilla pegada a las paredes y a los faroles. No hemos visto mujeres, fíjense ustedes, sino trozos de mujeres»
«He aquí el ideal: una mujer absolutamente disponible, que no dice nada, que se abandona completamente, que lo admite todo, caricias o vesania… muerta o viva, lo mismo da»
El arte de llegar a ser cosa
«Como en la magia, la modelo sabe qué elementos de su rostro son sagrados; qué elementos de su rostro expresan lo que ella es: una imagen de perfección inexistente»
«¿Alguien ha visto transformarse a una modelo? Es un proceso impresionante. No hay máscara más completa que la máscara que logra, con pintura y gesto, una modelo. Una máscara que no se limita al rostro, sino a todo el conjunto. Un conjunto que deja de ser articulado, como si brazos, piernas, manos, caderas y pechos adquirieran una autonomía y estuvieran solo por casualidad asidos a una misma gesticulación»
«Los ojos ven, sin duda alguna tenemos que creerlo, pero no miran. Están ahí como un objeto, para ser vistos, no para mirar».
Carrera femenina con seguro de vejez
«¡Cásate y verás! Cásate y tendrás la vida resuelta: dinero, cama y prestigio social»
— ¡Qué mona!
— Qué ramo… ¡Qué mono!
— Monísima, oye…
— Qué vestido más mono…
— ¿Y el velo?
— Muy mono.
«Ahí estás tú de protagonista. Para un solo día, pero completo. El vestido de la novia. El velo de la novia. El pastel de la novia. El novio de la novia. La boda de la novia».
Una profesión arriesgada
«Los hombres miran, observan, escogen. No sin riesgo. El riesgo enaltece el corazón viril voluntariamente envilecido»
«La calle es suya. Llenan la calle. Unas calles concretas en un gueto establecido con precisión. Las callejeras tienen poco prestigio, pero son la perfección del género. La prostitución tiene que ser callejera, porque es el antihogar»
«No todas las prostitutas se pasean por las calles malfamadas, no todas cimbrean sus amplios culos risueños por las calles estrechas. El oficio tiene sus estratos, sus gradaciones, su proletariado y sus capitanes de industria».
Trabajo o faena
«Siempre que se representa el símbolo del trabajo se suele representar a un hombre. Esto quiere decir que, en teoría, la mujer no trabaja».
«¿El mismo salario que el hombre? ¡Cierto que no!»