Cuando alguien viene a darnos una noticia, lo primero que miramos es su rostro porque nuestra ansiedad intenta anteponerse a lo que se nos viene encima. El efecto es tan poderoso que no podemos evitar el establecer una correlación emocional entre el mensaje y el mensajero.
Eso es así porque entre ambos se produce un efecto de ósmosis que los unifica. Para bien o para mal.
Traer malas noticias ante un superior siempre fue un oficio de riesgo. En la antigüedad, los mensajeros podían llegar a ser ejecutados por el mero hecho de ser portadores de las mismas. Por eso era costumbre, en esos casos, el vestir de oscuro para que el receptor pudiera anticipar la mala noticia antes de escucharla de boca del infortunado portavoz.
En cambio, cuando las noticias eran buenas, el mensajero vestía de blanco para conseguir el efecto contrario: prolongar la alegría de su señor a la espera de que este le recompensara generosamente por la información recibida.
De hecho, la palabra albricias, ahora bastante en desuso, se utilizaba para señalar el regalo que recibía el primero en llegar con una buena noticia.
Esa es la razón por la que Filípides se pegó aquella carrera que ha sobrevivido hasta nuestros días gracias a los maratones que hoy se corren por medio mundo. Aunque a él no le fue tan bien porque, como todos sabemos, la palmó por el esfuerzo.
Manejar las buenas y malas noticias es todo un arte ejercitado por quienes se ven obligados a informar a un superior de forma permanente. En las empresas de hoy en día ya no te cortan la cabeza, pero si eres portador de malas noticias, demasiado a menudo puede que acabes en la calle, aunque tú no seas el responsable de estas.
He aquí algunas normas básicas para sobrevivir a tan peligrosa práctica:
- Cuando des una mala noticia evita justificarla. Eso te convierte inmediatamente en cómplice de la mala nueva.
- Mantén las distancias entre la noticia y tú. Ni demasiado cerca ni demasiado lejos, porque ambas posturas son sospechosas.
- Si informas de un problema procura incluir la solución. Los americanos tienen un dicho: «Si me cuentas un problema y no me traes la solución, empiezas a formar parte del problema».
- Si tienes una mala noticia que te atañe, suéltala enseguida. Nada es peor que tu jefe se entere antes por otro.
- En cambio, si tienes una buena noticia guárdatela por un tiempo. Puedes necesitarla para disminuir el mal efecto que produzca una mala que llegue más tarde.
- No nombres culpables. Eso, aparte de ser feo, a la larga siempre disminuye tu credibilidad.
- Procura que tu jefe forme parte de la buena noticia y evita su implicación en la mala. Si tu jefe no es tonto lo acabará valorando.
- Evita manifestar demasiadas emociones al informar de cualquier noticia. Eso siempre es una muestra de debilidad.
Estas son tan solo unas pocas sugerencias. Por supuesto, en el mundo de los emails, las videollamadas y demás sistemas de comunicación en tiempo real podríamos añadir algunas más. Pero la cuestión de fondo es la misma que hace siglos: cuando le des una mala noticia a tu superior, manéjalo con inteligencia. Mas que nada, para que no te corten la cabeza.