Plantar árboles en las ciudades nos hace más felices

14 de febrero de 2015
14 de febrero de 2015
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Bob Ross me hace sentir mejor persona. Si no conocéis a Bob Ross, ahora mismo estáis buscando vídeos suyos en YouTube. Lo reconoceréis enseguida: mata de pelo que parece una bola de algodón en el que podría anidar cualquier cría de ave, pintas de hippie y voz idónea para acunar bebés.
Pero lo que me hace sentir mejor persona no solo es la bonhomía de Bob Ross, sino el tipo de cuadros que pinta en menos de veinte minutos: paisajes bonitos, disneynianos, cuyos protagonistas principales son los árboles y lo verde en general (si tenéis ocasión, ved a qué velocidad es capaz de pintar un gigantesco árbol con sus miles de hojas en solo unos pocos segundos). En griego clásico hay una palabra para designar este color, pues en español no hay ninguna que sea suficiente para capturar su esencia: chloros. Comúnmente se traduce como verde. Pero el significado original, profundo, es el frescor o la humedad del follaje verde.
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Semejantes estampas son tan idílicas que, como si fuéramos Mary Poppins y el deshollinador de las muecas; no dudaríamos en saltar dentro de ellas. La razón de que tales imágenes nos resulten más atractivas que, por ejemplo, un paisaje árido, es difícil de discernir, pero probablemente hunde sus raíces en la psicología evolutiva.
A juicio de David Brooks, por ejemplo, esta clase de paisajes nos hacen sentir bien porque resultaban adaptativos para nuestros antepasados (es decir, los que preferían tales paisajes tenían mayor probabilidad de sobrevivir y reproducirse, y por tanto transmitir esta querencia por tales paisajes a sus vástagos vía ADN), tal y como explica en su libro El animal social:

Según los psicólogos evolutivos, en general la gente prefiere imágenes que corresponden a la sabana africana, donde surgió la humanidad. En general, a la gente no le gusta ver vegetación espesa, que intimida, o un desierto, donde no hay comida. Es preferible un espacio abierto de hierba exuberante, con grupos de árboles y arbustos, una fuente de agua, vegetación diversa incluyendo plantas con flores y frutos y una vista despejada del horizonte al menos en una dirección.

Nuestro sentido estético puede ser cincelado por la cultura, pero también disponemos de un sentido estético que viene de serie que nos inclina por lo verde, lo colorofílico. Además, los árboles dan frutos, es decir, comida, y están construidos por fractales (su estructura básica se repite a diferentes escalas, como en un juego de muñecas rusas).
Tal y como propugna Denis Dutton en El instinto del arte, todos sentimos predilección por los fractales. Por eso también nos gusta tanto la naturaleza: ella está formada de infinidad de fractales: cadenas montañosas, litorales, hojas y ramas de los árboles, ríos con sus afluentes. Podéis escuchar a Dutton en esta charla TED:

 
Árboles urbanos
Esas son algunas de las razones que explican los beneficios psicológicos que producen en los urbanitas que en las ciudades se planten árboles y se habiliten espacios verdes como jardines y parques. No es una pura cuestión estética, sino una forma de que los ciudadanos sean más felices, y hasta presenten menores índices de depresión y otros problemas de salud mental.
Para constatar hasta qué punto la naturaleza mejora la vida de las ciudades, Mark Taylor, un investigador de salud pública de la Universidad de Trnava, en Eslovaquia, recolectó millares de datos públicos disponibles en Inglaterra acerca de la densidad de árboles de las calles Londres y el número de prescripciones de antidepresivos en 33 distritos de la ciudad. Después de descartar factores como el desempleo o la riqueza, entre otros, allí donde había más árboles también había menos recetas de antidepresivos, tal y como publicó en la revista Landscape and Urban Planning.
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Esto es solo una correlación: realmente no sabemos si hay un vínculo causal entre falta de árboles y depresión, ni hasta qué punto la vegetación modula el estado de ánimo de la gente. Quizá los ciudadanos más depresivos tienden a mudarse a lugares donde la naturaleza brilla por su ausencia. Pero esta correlación adquiere más fuerza si tenemos en cuenta el poder de los entornos adaptativos en el sentido estético de las personas, así como la influencia psicológica del color verde en general.
El verde es la quintaesencia de la naturaleza.«El pulmón verde», el lugar arcádico de la gente que vive en las ciudades y contamina. A un aficionado a la jardinería, en Alemania, se le dice que tiene «el pulgar verde». Kandinsky decía del verde: «El verde absoluto es el color más saludable que existe». El verde es lo saludable, como señala la socióloga y psicóloga Eva Heller en su libro Psicología del color:

Las cosas verdes parecen frescas. Incluso un perfume coloreado de verde sugiere un aroma fresco, y se dice entonces que el aroma tiene una «nota verde».

Los árboles urbanos nos permiten estar conectados con el Edén perdido en aras de la eficiencia, oculta las fachadas feas o los cables de teléfono o electricidad, absorben el agua de las lluvias, permiten crear sombra sin originar oscuridad, proyectando dijes en el suelo en los días más soleados, como monedas de luz desparramadas. Como en un cuadro de Bob Ross en el que, en un día malo, como Mary Poppins y el deshollinador de las muecas, podemos saltar dentro.

Imágenes | Pixabay

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