Ashgabat: la ciudad que aparece y desaparece

Desde el cielo, Ashgabat es para los pájaros una enorme mancha blanca junto a un incendio que da la bienvenida al infierno. Nadie ha apagado un fuego que arde desde hace más de cuarenta años. Aunque Turkmenistán no es un país ávido de turistas, la Puerta del Infierno, en pleno desierto de Karakum, no ha dejado de atraer visitantes y animales. Los segundos no pueden evitar la tentación de acercarse demasiado y mueren abrasados.

Varios geólogos soviéticos, durante una prospección de gas, vieron cómo se abría el suelo, un acceso al averno que arrastró sus equipos. Para prevenir que la tierra expulsara gases peligrosos, le prendieron fuego. Confiaron en que las llamas se irían apagando, pero no fue así. El gobierno turcomano trató de tomar medidas para apagarlo, pero finalmente lo dejó ardiendo y ya hace 45 años que la Puerta del Infierno ilumina el desierto de Karakum.

Lo que rodea la mancha blanca, salvando el cráter en llamas, antiguas aldeas que salpican la arena y viejas ciudades de bloques soviéticos, es el desierto más grande de Asia Central, que ocupa el 70% de la superficie de Turkmenistán, muy parecida a la extensión de España.

La historia de la que hoy es la capital de Turkmenistán parece pasar por ciclos casi idénticos que hacen aparecer y desaparecer las casas. La naturaleza y el hombre la han convertido en la ciudad que nunca se rinde.

Ashgabat es un lugar construido para desafiar a la naturaleza. Konjikala era una aldea productora de vino hace 2.000 años. Un terremoto la destruyó en el siglo I y fue reconstruida sobre el mismo terreno. En el siglo XIII volvió a convertirse en escombros a manos de los mongoles. En el siglo XIX llegaron los rusos y la convirtieron en una floreciente ciudad: Ashgabat. La naturaleza volvió a enviar el mismo mensaje y un terremoto la destruyó en 1948 y acabó con tres cuartas partes de la población. La tierra se tragó la ciudad al completo en 15 segundos. Volvió a levantarse sobre aquel lugar que guarda el recuerdo de la ruta de la seda. Esta vez lo hizo de manera colosal, tomando esa grandiosidad tan rusa, pero con ciertas peculiaridades.

Foto: John Pavelka from Austin, TX, USA (Bajo licencia CC)

Ashgabat tuvo que rehacerse y sólo el tiempo permite a las personas dejar su huella en las ciudades. Cada vez que un conjunto de casas desaparece y aparece de repente, el resultado parece falso, frío, un atrezzo bizarro con aire de tanatorio por estrenar. No son ciudades sin recuerdos ni historia: simplemente no los muestran porque duelen demasiado.

Por su peculiar aspecto, Ashgabat se convirtió en la protagonista del proyecto fotográfico Mirage, del madrileño Palíndromo Mészàros. «En lo que se refiere a arquitectura, posee un montón de edificaciones que se levantan de la nada en un estilo ecléctico muy particular que toma elementos de varios estilos, desde el clasicismo a la arquitectura árabe más tradicional con elementos de la iconografía local. Además, posee una concepción ostentosa muy particular y un poco de andar por casa, con mármoles, pan de oro y detalles coloridos», detalla.

Pero Ashgabat no se convirtió en un lugar tan extraño de la noche a la mañana. Tras el terremoto, se reconstruyó al estilo soviético. Fue el presidente Saparmurat Niyázov quien la fue dotando de un estilo genuino tras la independencia de Turkmenistán, en 1991. Creó un nuevo distrito en el que, al margen de los edificios soviéticos, comenzaron a crecer moles blancas con remates dorados. No había lugar para construir otro tipo de edificaciones: el entonces presidente quería una ciudad a su imagen, semejanza y antojo. Un culto a la persona a través de la piedra que llevaba a Saparmurat más allá de las estatuas y que estaba en todas partes.

¿Por qué el mármol? Cuando viajó a Turkmenistán, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski encontró una respuesta que se revela muy válida. La piedra se convierte en una especie de asidero religioso para la gente del desierto. La cualidad sagrada, en Ashgabat, la adquirió el mármol blanco.

La ciudad del mármol y del amor

Ni Venecia ni París. Si hay una ciudad cuyo nombre significa literalmente ‘la ciudad del amor’, esa es Ashgabat. De ella se ha dicho que es la más rara del mundo. Demasiado blanca para ser real, ostenta un peculiar récord Guinness: posee la mayor concentración de edificios de mármol blanco del mundo. Más de 500. En sus calles, renombradas con números y nombres a gusto del anterior presidente, hoy está prohibido fumar.

La capital turcomana cuenta con algunos récords peculiares, puesto que además de tener la mayor concentración de mármol blanco, tiene el mástil de bandera más alto, la mayor concentración de fuentes y la noria empotrada en una estructura metálica más grande del mundo. Esa ansia por lo colosal es lo que insinúa un mensaje a la historia y al suelo. Es en el distrito de Berzengi donde se concentran los más de 500 edificios de mármol blanco. El gobierno actual ha iniciado un plan de desplazamiento masivo de habitantes que llevaría a los que viven en barrios en los que aún quedan edificios soviéticos a realojarse forzosamente en edificios de la mancha blanca.

No es fácil entrar en Turkmenistán. Para retratar el país, el fotógrafo Palíndromo Mészàros tuvo que interpretar el papel de turista despistado. «No sé hasta qué punto será difícil conseguir un visado reconociendo abiertamente que eres periodista y que tienes intención informativa. Nosotros nos mostramos como turistas en todo momento y yo hice las fotos de esa manera: sin preguntar mucho y con cara de despistado», explica a Yorokobu.

Para conseguir el visado, el fotógrafo recurrió a una agencia especializada en resolver la mayor traba a la hora de viajar a países casi inaccesibles: conseguir una invitación desde dentro. «Esto implica un control casi total de nuestros movimientos. Estábamos obligados a ir con guía y teníamos la ruta ya definida de antemano», recuerda.

Palíndromo Mészàros plasmó en sus fotos el contraste entre una ciudad que parece sacada de una película de ciencia ficción y el más absoluto vacío de un desierto en el que apenas irrumpen algunas aldeas con casas de adobe, un cráter en llamas y 15 millones de pinos recién plantados.

Ashgabat mira al futuro, a la pulcritud y al silencio. Los grandes viajeros que la han visitado coinciden en una limpieza, escasez de coches y de personas por las calles que roza lo fantasmal. Es como una latencia perpetua. Como si algo estuviese a punto de ocurrir cada día y de pronto se hiciera de noche.

La mayoría de los edificios de este escenario de ciencia ficción son institucionales y algunos conforman un objeto relacionado con su función. Por ejemplo, el Ministerio de Energía tiene forma de mechero, mientras que el de educación es un enorme libro abierto. No es el único libro titánico que puebla la ciudad. El otro es un monumento dedicado al libro oficial de Turkmenistán, el Ruhnamá, que escribió e impuso el anterior presidente, Niyázov.

Debió de quererse mucho Niyázov, pues se inventó una ciudad basada en su persona y, aunque detestaba y prohibió los dientes de oro, remató Ashgabat con infinidad de estatuas doradas de sí mismo. Niyázov falleció de repente en diciembre de 2006, tras 21 años de gobierno vitalicio, como líder comunista hasta 1991 y máximo líder del Estado a partir de la independencia de Turkmenistán.

Dicen que su médico personal, Gurbanguly Berdimujammédov, fue la primera persona que supo de su muerte. Él mismo le sucedió. Desde 1991 ha mantenido el culto a la persona en las calles y ha añadido algunas estatuas en las que él mismo se muestra sonriente. Aun así, lo hace con algunas sutilezas que, en comparación con Niyázov, casi le dejan en un lugar humilde. Ha ido eliminando algunas de las prohibiciones más grotescas. Aunque también gusta de pedir a sus ministros que adelgacen en público, no les ha obligado a correr 36 kilómetros, como hacía su predecesor.

Hizo de su aversión a los fumadores una prohibición y convirtió Turkmenistán en el primer país sin tabaco. Sin las excentricidades de su sucesor, que soñaba con un zoo para pingüinos y pistas de hielo en el desierto de Karakum, sería imposible tratar de entender un lugar que para varios viajeros se reveló como «la ciudad más extraña del mundo». Para Thierry Maliniak, es un cóctel entre Las Vegas, Dubái y Pyongyang con «el kitsch pomposo» del primero, «el derroche desafiante» del segundo y «la rigidez oficialista del tercero».

Para Palíndromo Mészàros, que se ha especializado en fotografía documental en países postsoviéticos y, empujado por su formación de arquitecto, en fotografía urbana, Ashgabat es lo que «simboliza de forma más visual la paradoja de un país joven y con abundantes recursos naturales».

Con una producción anual de 60.000 millones de metros cúbicos de gas natural, Turkmenistán se ha aislado del mundo refugiándose en su autosuficiencia y riqueza y ha trasladado ese aislamiento a la arquitectura, con un tipo de edificación muy genuino y ajeno a otros países exsoviéticos. «No transmite la idea de un país en transformación tras la caída del comunismo, parece más bien un decorado de cartón piedra un tanto naif de aquel que no sabe muy bien qué hacer con su dinero».

Un oasis de mármol: «Es —como si fuese una traslación literal de su posición geográfica— el espejismo de un oasis en mitad del desierto de un país que tiene muchísimo gas natural, pero no un interés real en modernizar las estructuras del estado», relata el fotógrafo.

Turkmenistán, al igual que su vecino Azerbaiyán, parece haber encontrado la clave para contentar a sus súbditos en la estética. Así lo ve Mészàros, para quien ambos países «han entendido el poder de la arquitectura como creadora de opinión y han decidido invertir en imagen, pero sin que esto revierta en la población local de la forma que debería». Aun así, Turkmenistán, políticamente aislado, evoca la imagen de un lugar de ensueño en el que el gas nunca se va a acabar y no importa que arda en el desierto por el resto de los tiempos. Total, siempre les quedará el desierto, ese lugar al que Kapuscinski creía que todos estábamos destinados a regresar.

3 Comments ¿Qué opinas?

  1. Muy interesante. Niyázov bien mecere otro artículo. Yo he viajado (por motivos laborales) por todas las exrepúblicas y ciertamente este lugar es muy «especial», muchísimo mas extraño que Bakú, Yerevan o Almaty. Más artículos sobre estos paises, por favor !!

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