El cine de Ana García Rico tiene una cualidad peligrosa: te hace reír justo en el punto donde normalmente mirarías hacia otro lado. Ella lo llama humor negro, otros lo llamarían directamente una invitación a abrazar la parte oscura que todos escondemos. «Hay algo perturbadoramente atractivo en empatizar con un asesino o un psicópata —dice—; no solemos vernos reflejados en personajes así, pero todos tenemos un rincón oscuro». Ese es su territorio, la comedia que se asoma al abismo.

Su nuevo corto, I Replied With My Heart, es una radiografía muy afilada del ecosistema emocional de la generación Z. Fomo, grupos de WhatsApp donde no estás, dejar y ser dejada en visto o la competencia silenciosa por ser la amiga número uno. Pero bajo todo eso hay una capa más universal, el overthinking, la obsesión por leer significados ocultos donde quizá no hay nada. «Quería hablar de esa amistad femenina intensa, a veces tóxica, que muchas vivimos desde la adolescencia», explica Ana.

Su estilo visual es directo. No le interesa la cámara virtuosa ni el plano que busca exhibirse. Le interesa la cámara que respira con el personaje. Nada de florituras, nada de esconder la crudeza. «Si mean en la bañera, mean en la bañera. Y si hay culo, hay culo. La cámara es un testigo más, no un artificio». A ella le interesa lo que pasa entre líneas: miradas, silencios, esa química que no se escribe en el guion.
La estética es cuidada hasta el último detalle, pero no para embellecer, sino para contrastar. Glamour por fuera, ansiedad por dentro. «Me encantan esos momentos en los que, después de una noche larguísima, amanece y aparece también la realidad, sin filtros», dice Ana.
Cortos
Su relación con el formato corto es casi afectiva. Lo defiende con pasión. «La gente debería ver más cortos», insiste. Aún recuerda Eat Your Principles, aquel proyecto disparatado en el que un pato se convirtió en protagonista. Lo llevaron a festivales y fue su primera experiencia real en ese circuito. Más tarde rodó On Your Behalf al salir del encierro de la pandemia y un documental en Uganda que la enfrentó de lleno a la dureza de producir cine con recursos mínimos. «Dirigir, producir, correr, maquillar, solucionar problemas… todo al mismo tiempo. Hacer un corto es una heroicidad», dice. Y lo dice con conocimiento de causa.

También ha rodado publicidad, un terreno que evitó durante años hasta que entendió que no tenía por qué renunciar a su esencia. Ahora la ve como un gimnasio técnico y narrativo. «Es un ejercicio buenísimo —admite—, te obliga a negociar, elegir tus batallas y pelear por ellas, a trabajar dentro de un sistema donde hay más manos. Me ha enseñado mucho».

Aunque su vínculo con el corto es fuerte, también está escribiendo un largo. “Una road movie sobre las relaciones masculinas y líos emocionales entre hombres, contada desde la mirada de una mujer que no piensa suavizar nada. Es curioso que lo escriba yo, pero cuanto más lo pienso, más sentido tiene. Obviamente será una comedia negra. ¿Qué si no?». Esa es su brújula. Esa y el deseo de mirar donde otros apartan la vista.

Tiene claro que los festivales son útiles si se sabe a qué jugar. «Aplicar a todos es un error. Hay mucho negocio, mucha estafa, mucho cobrar por cobrar. Hay que investigar y tener fe». Para I Replied With My Heart sueña con un buen recorrido en Reino Unido, ya que esta pieza es, según ella, «más British» que sus anteriores trabajos.
Vocación
Su vocación nació antes de saber cómo se llamaba. Era la mayor de once primos y dirigía montajes caseros como si fueran estrenos del West End. Quiso ser actriz hasta el día en que le tocó rodar un plano donde solo tenía que correr… y se le olvidó correr. «Fue horrible. Ahí entendí que mi sitio estaba detrás de la cámara». De esa vergüenza nació una directora, y desde entonces ha trabajado para darle forma a su propio lenguaje visual, uno que bebe de directores tan distintos como Lynne Ramsay, Joachim Trier, David Fincher, Sean Baker o Andrea Arnold. Influencias que mutan según el proyecto, pero que acaban filtrándose en un estilo que ya empieza a ser reconocible.


Ana hace un cine que provoca una reacción muy concreta. La risa que llega medio segundo después de la incomodidad. La que te hace preguntarte si está bien reírte de eso. La que revela una verdad que no sabías que estabas escondiendo. Ese instante, exacto, preciso y afilado, es donde Ana García Rico trabaja. Y donde quiere que tú, espectador, te quedes un momento antes de mirar hacia otro lado.






