En algo ha avanzado el panorama laboral. La historia más antigua de un tipo que creaba universos le otorgaba solo el domingo como día de descanso. Menudo atraso. Lo de que alguien se dedique a crear mundos sigue ocurriendo, pero ahora, por suerte, los sábados también son días de ocio y de reflexión.
Beauty and the Bit es un estudio creativo especializado en imágenes y visualizaciones que, mediante técnicas de modelado en 3D y procesos de posproducción, crean mundos donde antes no había nada. Virtuales, sí, pero lugares que se materializan a partir de la conciencia creadora de un diseñador inteligente.
En este caso, el hacedor se llama Víctor Bonafonte y, que se sepa, no es seguido por ninguna Iglesia fundada para rendirle culto. Los que sí se rifan sus omnipotentes habilidades son algunos de los mejores estudios de arquitectura de todo el mundo.
Bonafonte es también arquitecto, como la mayoría de sus clientes. Llegó un día en el que tuvo que renunciar a la arquitectura al uso, la que pone el foco en la construcción tocho sobre tocho. Las causas, ya saben, las habituales desde aproximadamente 2007.
Bonafonte explica que, tras diez años ejerciendo como arquitecto de los de toda la vida, la realidad laboral tal y como la conocía hasta ese momento se fue a pique. «Pasé de tener mucho trabajo a no tener nada y que me echaran del estudio en el que estaba por cuenta ajena», explica.
Era hora de buscar una salida, y el arquitecto comenzó a dar pasos por el sendero que más atractivo le parecía. «La parte de la arquitectura que más me gustaba era la más plástica, la de la imagen. Siempre había estado involucrado en esto del 3D y me fui metiendo cada vez más en el tema. Quedarme sin trabajo fue el espaldarazo definitivo», cuenta.
Su plan de reciclaje y reinserción duraría un año, el tiempo que necesitaba para organizar todo lo necesario para constituir la armadura de una pequeña empresa y montar un sitio web en el que comenzar a mostrar trabajos para llegar a potenciales clientes. «Comencé Beauty and the Bit desde mi habitación. Yo solo con una máquina», narra desde su oficina en el madrileño barrio de la Estrella. «Algunos blogs internacionales empezaron a darnos mucha cancha y eso nos condujo a nuestro primer gran cliente internacional, FRES Architectes», un estudio francés que les sirvió de trampolín.
Tras eso, ganaron un concurso con otro estudio potente, 3xn Architects. A partir de ahí, y mediante el boca a boca, fueron encadenando un proyecto tras otro. «Una cosa llevó a la otra, saltamos a esta oficina y seguimos creciendo hasta el punto de tener que decir que no a algunos trabajos para poder mantener la calidad y el control creativo», declara el arquitecto.
A Beauty and the Bit se les puede considerar como makers aunque no se pueda palpar lo que crean. Su trabajo viene a ser algo así como la artesanía virtual de la luz y el espacio. Y lo hacen tan bien que se rifan su trabajo desde muchos rincones del planeta. «Tenemos algo de pintores. Nuestro sello es el de una posproducción muy cuidada. No hacemos solo matte painting [N. del. A.: representaciones ilustradas de paisajes]. Queremos evitar que las imágenes sean frías. Estás abanderando la imagen del arquitecto y lo puedes hacer de una manera original», explica Bonafonte.
El creador sostiene que quiere despojar su trabajo de todo lo inerte, de lo que aleja a sus diseños de convertirse en espacios vivos. De hecho, a causa de eso odia la denominación que la mayoría de arquitectos emplean para las visualizaciones que concibe: render. «No hago renders. Odio la palabra. Tiene un componente tan mecánico y robótico que da la impresión de que el ordenador hace el trabajo por ti. Aquí nos peleamos con las imágenes una y otra vez», aclara.
Por mucho que diga que pelea, Bonafonte y su equipo viven felices en Beauty and the Bit. El arquitecto asegura que no volvería a su antigua manera de ejercer la arquitectura. Admite que no toleraría los largos procesos que soportaba antes. «Ahora trabajo en un proyecto diferente cada semana. Hoy, un hospital; la semana que viene, un centro comercial; y, a la otra, un estadio. Disfruto más con lo que hago ahora que con lo que hacía hace cuatro o cinco años», manifiesta. Y lo dice mientras cuenta también las cosas menos bonitas de su día a día. «Construir una compañía, hacer que la gente se involucre en ella, que puedan ganarse la vida con ello y que, además, disfrutemos es un quebradero diario de cabeza. Pero es muy satisfactorio», admite.
A la vez explica sus vicisitudes con los clientes que piden mil y un cambios convirtiendo los primeros diseños, «los menos contaminados», en piezas menos frescas. También lamenta que ahora dedica el 70% del tiempo a labores totalmente ajenas a la creación de mundos, como labores burocráticas, administrativas, comerciales o de relación con los clientes.
Aun así, sigue teniendo un objetivo entre ceja y ceja. Beauty and the Bit debe seguir creciendo de manera sostenible. «Quiero hacer que la gente que ya está aquí siga viviendo de esto y que sean felices con ello. Así alcanzaremos otras metas como empresa, trabajaremos con los estudios más grandes del mundo. Ya nos tienen en cuenta a nivel internacional. Pero creceremos con los pies en la tierra». Una tierra, esta sí, sólida, estable y real, no generada a través de un ordenador.
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Las fotos son de Brian Walker y las visualizaciones de Beauty and the Bit.