Bud Spencer, el rey de la torta a mano abierta

Hay actores, hay estrellas y actores que son considerados un género cinematográfico. Bud Spencer, el rey de la torta a mano abierta, no se consideraba actor. Así lo dijo en sus memorias y en más de una entrevista. Era estrella y género cinematográfico.

Todo comenzó, como tantas historias del cine, por casualidad. Bud Spencer entró en el cine como extra de Quo Vadis. Entonces no era Bud Spencer sino Carlo Pedersoli. Para su primer papel protagonista (Dios perdona… yo no, con Terence Hill, 1967) tomó el nombre de su cerveza preferida (Budweiser) y el apellido, del nombre de su actor favorito: Spencer Tracy. Resulta curioso que ambos actores compartan una mirada honesta que transfieren a los personajes. De alguna manera intuimos al hombre tras el personaje. Fue tras varias películas de mamporros (en solitario o con Hill) cuando Spencer se hizo estrella y, más tarde, género cinematográfico.

«Una de Bud Spencer» es «una de Bud Spencer», no importa quiénes sean los guionistas o el director. (En ningún caso fue «una de Bud Spencer y Terence Hill»). Un género que es una garantía para el público: ofrece lo que promete. Ni más ni menos.

Con la muerte de Bud Spencer, acaba el género de Bud Spencer. Un género cercano al slapstick: un subgénero de cine mudo con un humor basado en mamporros, caídas y tartazos. En esta recuperación de lo primitivo, donde los buenos son los buenos y los malos, los malos, está el éxito del género Bud Spencer.

Un género que durante más de cuatro décadas ha vivido de la memoria más que de las reposiciones en las televisiones. Bud Spencer es cine de verano en el pueblo de los abuelos; el vídeo comunitario que, como una araña, extendía cables por el barrio y más tarde, sobremesa de domingo de canal de televisión autonómico. Después quedó el mito y como tal ha resistido. Por esto, a diferencia de algunas estrellas de Hollywood caídas en decadencia, el público y la prensa recuerda a Bud Spencer el día de su muerte. Fueron muchas las tardes o las noches en las que estas películas tontas nos sacaron de días tristes o aburridos. Esa era su intención.

Bud Spencer y Terence Hill en 'Le llamaban Trinidad'.
Bud Spencer y Terence Hill en ‘Le llamaban Trinidad’.

El género nació a contracorriente en medio de un cine cada vez más sórdido y violento. El Oeste de Bud Spencer está en las antípodas de un Peckimpah o un Leone: tiene tortas, muchas tortas, pero no hay sangre, no hay muertos. Un género que surge con Le llamaban Trinidad (1970) del guionista y director Enzo Barboni. Cine para entretener a las masas cuando Hollywood entraba en barrena con sus películas acartonadas y el público había perdido millones de espectadores. (Steven Spielberg y George Lucas aún no tenían la fórmula del blockbuster —la película rompetaquillas—). Al cine de Bud Spencer puede aplicarse la cita de Truffaut:

«Una película tonta pero intensa puede ser mejor que una película inteligente y débil».

Películas tontas que el cinéfilo no desdeña porque, como se ha dicho, Spencer (y Tracy) reencarnan a los cómicos del slapstick. (Al padre de mi mujer, hombre de gustos cinematográficos exquisitos, le gustaba hablar lo mismo de Scorsese, que de Wong Kar-Wai, que de Bud Spencer).

Esta reinvención del cine mudo también viene con la reinvención de los protagonistas. Bud Spencer era Carlo Pedersoli, como se ha dicho, y Terence Hill, Mario Girotti. Mientras en Hollywood los Coppola y Scorsese escapan de los grandes estudios, en la Italia de los 70 se recrea el star system con la adopción de nombres artísticos en inglés.

Un reinvención que tuvo su momento de gloria y que desapareció cuando la realidad se incrustó por completo en el cine y el absurdo desapareció.

Años más tarde, ya adultos, muchos descubrimos que tras el hombre detrás de Bud Spencer había más que un personaje que repartía hostias. Pedersoli fue también guionista, productor, cantante y compositor italiano, manejaba siete idiomas y había sido un trotamundos. De alguna manera, un hombre del Renacimiento aunque nunca tuvo constancia de que fuera un genio, a su manera.

La Academia Italiana del Cine así lo reconoció cuando concedió a Spencer (y a Hill) en 2010 el premio David de Donatello por su trayectoria artística. De cualquier manera, el mejor homenaje a Bud Spencer es recordar una de sus raciones de tortas, en este caso, en Pegafuerte:

NOTA: El vídeo ya pareció en el recopilatorio de cine de acción El arte de repartir hostias a diestro y siniestro.

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Patrick Thomas

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