Cada vez son más los que piensan que el matrimonio está sobrevalorado. Y el divorcio, también. De hecho, en países como Estados Unidos o Reino Unido, los divorcios, separaciones y nulidades matrimoniales han caído en picado en los últimos años –según ha revelado la Oficina Nacional de Estadística (ONS), en Inglaterra y Gales solo 8,4 de cada 1.000 parejas del sexo opuesto se divorciaron en 2017–.
«La edad promedio de los hombres que se casan es de 30 años; para las mujeres es de 28. Hace 30 años, era de 25 y 23 años, y es esa generación la que se divorció casi en masa. Cuanto más maduro sea uno con respecto al matrimonio, menos posibilidades habrán de decepcionarse», comenta en un artículo la periodista británica Tanya Gold.
Parece que ahora muchos se lo piensan dos veces antes de contraer matrimonio con otra persona. Y cuando deciden dar el paso, suelen haber convivido y saben de qué pie cojea su cónyuge. Todo sea por minimizar en gran medida los riesgos.
Gold es de las que piensan, y no es la única, que el matrimonio está pasado de moda y que, con bastante frecuencia, solo sirve para que las mujeres sean más pobres, porque «crea dependientes».
Cada vez son más los que consideran que, consciente o inconscientemente, muchos adultos idealizan y toman como referente a sus progenitores a la hora de buscar a la persona con la que mantendrán una relación de pareja de por vida. Por ejemplo, el hombre que busca en una mujer a esa persona dispuesta a cuidarle y a ser la esposa entregada que siempre fue su madre.
Muchos se dejan aún llevar por la idealización del otro. Y, desde bien pequeños, aprenden que el matrimonio es la forma más legitimada socialmente de vivir el amor de pareja.
La socióloga y doctoranda de la Universidad Complutense de Madrid Victoria Cubedo tiene claro que «las condiciones sociales han cambiado» y que las personas «perciben la “liberalización del mercado matrimonial” como una multiplicación exponencial de las posibilidades de elección». Y esto, asegura, «inevitablemente lleva a más cambios de pareja». En definitiva, a más rupturas.
«La individualización de los procesos de elección ha aumentado el número de parejas potenciales», comenta Cubedo. «Es más, algunos sociólogos, como el matrimonio Beck y Beck-Gernsheim, defenderán que el aumento de las rupturas paradójicamente se produce por el auge del amor romántico. Las rupturas son la consecuencia, y también la evidencia, de la puesta de los sentimientos en el centro del vínculo. El matrimonio actual se vive con más romanticismo que nunca, y las rupturas son su evidencia».
Pero, romanticismos a un lado, es obvio que el número de divorcios está descendiendo rápidamente en muchos países. ¿A qué se debe esa caída?
Por un lado, la gente ya no se casa tanto como antes. En España, por ejemplo –uno de los países europeos con mayor tasa de divorcios, por cierto–, este tipo de enlaces disminuyó un 19% entre 2006 y 2015, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Ahora, muchas parejas estables prefieren convivir (o ni tan siquiera eso) sin papeles de por medio. Y otras tantas recurren a la conocida fórmula de la pareja de hecho. No quieren ver ni en pintura eso que llaman matrimonio.
Hay quien piensa que los milenials –y el envejecimiento de la población mundial– están contribuyendo a ese cambio de tendencia. «Una de las razones del declive es que la población casada está envejeciendo y tiene una mayor educación. Cada vez se casan menos personas, y las que lo hacen son el tipo de personas con menos probabilidades de divorciarse. El matrimonio supone cada vez más un logro de estatus, en lugar de algo que las personas hacen independientemente de cómo lo estén haciendo», comenta en una entrevista Philip Cohen, profesor de sociología de la Universidad de Maryland.
Pero no hay que olvidarse del dinero. La crisis económica es una de las principales razones por las que la gente se lo piensa dos veces antes de separarse. Sobre todo, cuando alguno de los cónyuges carece de los recursos económicos necesarios para hacer frente al proceso de divorcio o a la situación que se genera después de una ruptura. Dos hogares son siempre más caros que uno.
Por otro lado, tal y como añade Cubedo, el sistema capitalista está «fundamentado» en la unidad familiar: «Las facilidades de vivienda, petición de préstamos, desgravación de impuestos en la renta, son beneficios fiscales en pro de la formación de unidades familiares».
«Las personas casadas pueden beneficiarse porque dos personas pueden vivir de forma más barata que si lo hacen por separado. Además, como dos cónyuges pueden compartir las responsabilidades domésticas, cada uno de ellos puede producir más que si estuviera soltero», asegura en una entrevista digital Jay Zagorsky, investigador en la Universidad de Ohio y autor en 2005 de un estudio que analizaba la economía del matrimonio titulado Marriage and divorce’s impact on wealth.
Él lo tiene claro: «Si realmente quieres aumentar tu riqueza, cásate y sigue casado. Por otro lado, el divorcio puede devastar tu riqueza».