La ortografía con sonetos y humor entra

cincuenta sonetos lingúísticos

Si no se te queda en prosa, se te quedará en verso. Esa es la intención con la que la obra Cincuenta sonetos lingüísticos (Pie de Página, 2020) que ha escrito Ramón Alemán, con prólogo del escritor y periodista Juan Cruz e ilustraciones de Ventura Alemán, ve la luz: que corrijamos esos fallos a la hora de escribir (y de hablar) que cometemos los hablantes.

Alemán es corrector de textos. Desde allí, este canario no se cansa de animarnos a usar correctamente nuestra lengua de una manera amena y sin abroncamientos, que ya estamos todos muy cansados del tono abrupto de muchos sabios que en el mundo han sido y son. «Yo tengo un blog, Lavadora de textos, en el que llevo diez años publicando artículos sobre el buen uso del español», explica Alemán.

«Siempre he intentado que fueran amenos y hasta divertidos, aunque también rigurosos y basados en fuentes lingüísticas serias, pero creo que un buen día me aburrí de predicar en el desierto y me dio por escribir en verso. No fue una idea muy meditada; más bien fue un impulso, una forma de entretenerme, pero aquello me gustó y seguí adelante».

cincuenta sonetos lingüísticos

Podía haber elegido cualquier tipo de verso y estrofa. Pero eligió el soneto, tan distinguido, con sus versos de arte mayor y sus ecos a Quevedo, Góngora o Lope de Vega.

«Siempre me han gustado los sonetos. Tienen una estructura muy elegante y creo que, poniéndoles un poco de cariño, no son tan difíciles de componer. El único mérito que tiene este libro es la perseverancia, pero nada más. Por otra parte, es importante dejar claro que son “sonetos lingüísticos”, como dice el título del libro, lo cual quiere decir que no hay ninguna pretensión realmente poética en ellos: mi única intención ha sido entretenerme, entretener a los lectores y, de paso, si alguien aprende algo gracias a ellos, pues miel sobre hojuelas».

EL BOTÓN DE MUESTRA

El primer soneto que escribió se lo dedicó a la coma del vocativo, esa que brilla por su ausencia cuando se invoca a alguien porque para qué gastar saliva y tinta si sabemos que se nos va a entender y atender.

Si quieres que tu texto no despiste
y evitar de zopenco ser tachado,
un consejo te doy, y es regalado,
sobre un signo que a ti se te resiste.

Si escribes «sí señor», tengo motivo
–como si es «hola Quique» o «come niño»–
para intuir tu falta de cariño
a la coma que ronda al vocativo.

«No hay pausa –desde el fondo algunos braman–
que al hablar esa coma justifique».
Errado el argumento, aunque se afanan.

El niño y el señor y el propio Quique
son eso, vocativos, y reclaman
la coma obligatoria que lo indique.

Componerlos no es tan sencillo como pudiera parecer. Alemán descubrió pronto que la rima no era solo el principal escollo a la hora de escribir un soneto. Agazapado en la maraña de encontrar la rima adecuada, se esconde el acento rítmico. Ese fue, confiesa, su auténtico talón de Aquiles.

«Yo llevo desde los veinte años haciendo sonetos, pero no me he basado nunca en más reglas que las que casi todo el mundo conoce. Y a la hora de estructurar el acento rítmico, que es la cadencia prosódica que debe tener cada verso, me dejaba guiar por la intuición y también por el sonido al recitar, cosa que casi siempre funcionaba, pero a veces no. Afortunadamente, tuve la suerte de toparme en Twitter con un poeta peruano llamado Pietro Igarza, que me explicó detalladamente qué ritmos son buenos, cuáles son aceptables y cuáles son totalmente intolerables».

Superado el escollo, Alemán continuó con su labor de hormiguita verso a verso. Pero para asegurarse de que el mensaje se entiende, cala y penetra hasta lo más hondo de nuestro ser, poético o no, acompaña cada soneto de una explicación en prosa sobre el error lingüístico que denuncia. Para que no vengan después con reclamaciones.

MEDICINA CONTRA LA SOBERBIA

La ortografía, la gramática… la norma lingüística, en definitiva, sacan a la luz la soberbia de quienes se creen poseedores de su dominio. La duda no va con ellos. Se dice así y la RAE, aseguran sin rubor, les bendice. Hay quien se atreve incluso a enmendar la plana a alguien como Alemán, cuya sabiduría lingüística le viene de oficio.

Ante gente como el joven periodista protagonista de uno de los sonetos, que no dudó en reprender enérgicamente a su corrector por no poner la tilde en *jóven, («Si pongo tilde a jóvenes, se hilvana /que haré lo mismo en joven, que es su hermana», explica la conversación Alemán con esos dos versos) caben dos posibilidades: mandarle a cagar a la vía, desde el respeto, eso sí, o soltarle un zasca épico pero cariñoso que le deje con la boca cerrada y en su sitio.

Alemán encontró una tercera que evitaba la violencia de la primera, pero proporcionaba la satisfacción de la segunda y dejaba un regusto de sonrisa, que siempre es más terapéutica.

Si este pimpollo optara a cirujano,
no lo sería nunca, aunque él insista,
si no conoce a fondo el cuerpo humano.

¿Y se proclama, en cambio, periodista,
si el necio no logró ser de antemano
de nuestro idioma un buen anatomista?

«Lo que tienen de bueno los sonetos –al menos si son desenfadados, como ocurre con los de este libro– es que puedes tirar de las orejas a alguien sin que eso suene a que estás sentando cátedra. Lo haces de una manera diferente, con un lenguaje que la prosa no te permite, y te puedes dar el gusto de explicar un asunto ortográfico sin que tu lector se quede dormido en el segundo párrafo».

Pero que nadie se lleve a engaño con Alemán. Su determinación de corregirnos a todos, nos pongamos como nos pongamos y nos dediquemos a lo que nos dediquemos, es tal que hasta con Arturo Pérez-Reverte se atreve.

Ignora don Arturo, en consecuencia,
de la ley diacrítica el motivo
y muestra su acentual incompetencia.

«A ver, a mí Pérez-Reverte me merece todos los respetos como escritor; no creo que su fama sea gratuita. El soneto va dedicado a Pérez-Reverte como miembro de la Real Academia Española», matiza el corrector canario. «Para quienes no lo sepan, es bueno recordar que él abandera una lucha sin cuartel contra la eliminación de la tilde en el adverbio solo, y lo hace con tuits en los que dice cosas como “en eso no le haga caso a la RAE, se lo dice uno de la RAE”. Desde mi punto de vista, esa actitud muestra su ignorancia sobre el asunto –pues la tilde está de más y eso no solo lo dice la RAE, sino que lo vienen advirtiendo los ortógrafos desde hace décadas–, pero también es una postura autosuficiente e irrespetuosa con la institución a la que pertenece».

PIEDRAS EN LAS QUE TODOS TROPEZAMOS

Ramón Alemán es corrector de textos, ya lo hemos dicho. Por eso existe su blog y por eso existen estos sonetos. Pero no se considera un grammar nazi. No ahora. «Lo fui un poco durante los diez años en los que ejercí como corrector de prensa, pero me bastó conocer a fondo la obra de lingüistas tolerantes, como Manuel Seco, José Martínez de Sousa y Alberto Gómez Font, para darme cuenta de que, en asuntos de la lengua, como en la vida, todo es muy relativo».

Entre los errores más frecuentes que cometemos los hablantes y que Alemán quiere ayudar a enmendar, los principales, en su opinión, son los de puntuación. Olvidar la coma del vocativo, la coma criminal que separa la santa unión de sujeto y verbo, «no tener ni idea de que existe un hermoso signo llamado punto y coma, no saber qué hacer después de unos puntos suspensivos…».

Los de pronunciación también se prodigan, como esa manía tan masiva de decir *líbido por libido. Y ya que hablamos de manías, tampoco es conveniente usar la forma el mismo para referirse a algo dicho anteriormente («aunque este no es un error, sino una manía muy fea», matiza Alemán).

«Y, por último, están los errores geniales, o sea, que forman parte del genio de nuestro idioma y que nunca será posible corregir: usar le en vez de les en la oración ¿qué le pides a los Reyes Magos?, decir habían muchos coches en la calle… Sobre este último, hay que decir que en la región andina ese uso del verbo haber como personal es lo normal, y no hablamos de diez personas, sino de millones. Al final, los hablantes son los que mandan. Eso sí, yo nunca diré habían muchos coches».

Y precisamente por eso, porque los hablantes mandamos en lo que a nuestro idioma se refiere, también hace su apuesta por la despenalización de usos hoy considerados incorrectos como la discordancia de les, sobre la que el gramático Manuel Seco dice que hay que ser muy tolerantes.

«Después te encuentras con luchas inútiles, como esa de corregir a quien dice de motu propio porque se supone que lo correcto es motu proprio. Tenemos que ser conscientes de que el idioma nunca dejará de avanzar y de que si hoy hablamos español es, entre otras cosas, porque muchas personas hablaron mal el latín hace siglos: si la locución de motu propio ya se considera semiculta, como afirma el propio Manuel Seco, démosle nuestra bendición, o al menos seamos tolerantes con quienes la emplean. Lo mismo ocurrió con el uso del verbo cesar como transitivo: yo era el primero que se tiraba de los pelos cuando leía que Pepito cesó a Juanito, pero ese uso está tan extendido que hasta la RAE ha pasado por el aro. Y yo, por supuesto».

CORRECTOR DE TEXTOS, EL OFICIO INVISIBLE

No solo a los vicios lingüísticos van dedicados los sonetos. Alemán se reserva alguno para hablar de su oficio de corrector de textos. La parte positiva del oficio, afirma, es para él trabajar en algo que le apasiona. La parte negativa es económica y tiene que ver con el vil metal: «Tener que esperar meses por el cobro de una factura».

Para este corrector canario, más que poco considerado, el suyo es un oficio invisible, «y así debe ser, pues, en realidad, cuando una novela pasa por un corrector, se está haciendo una pequeña trampa con la que se pule (pero no se modela) la escultura que ideó el escritor. Es normal que no sea una profesión conocida, porque está en la trastienda, pero no es menos cierto que algunas editoriales y la inmensa mayoría de los periódicos se han olvidado de nosotros».

Pero una cosa es reconocer la invisibilidad y otra, los lloriqueos. «Lo que no comparto en absoluto es el lamento permanente, sobre todo en redes sociales, de algunos correctores: sal a la calle, sal a internet, hazte ver, promociónate, pero no llores».

‘GUARDIANES DE LA LENGUA’: SON TODOS LOS QUE ESTÁN, PERO NO ESTÁN TODOS LOS QUE SON

Alemán reserva el último capítulo de su libro para los reconocimientos. Lo titula «Guardianes de la lengua». «Yo llamo guardianes de la lengua a aquellas personas que dedican o han dedicado su actividad profesional a investigar sobre el buen uso del idioma español y a difundir sus conocimientos para que otras personas podamos hacer uso de ellos. Y siempre aclaro que son guardianes que no reprenden, sino que cuidan».

José Martínez de Sousa es el primero, «un gigante de la ortografía, de la ortotipografía y de la lexicografía que se merece un reconocimiento monumental por parte de todo el mundo hispánico». Pero no se olvida de otras grandes figuras, muchas de ellas americanas como Rufino José Cuervo, Ángel Rosenblat (aunque a estos dos aún no les ha dedicado ningún soneto) tan importantes para nuestra lengua como María Moliner, Andrés Bello, Alberto Gómez Font, Humberto Hernández, Lola Pons… Incluso su editor y compañero de profesión, Álex Herrero, cuenta con su propio soneto.

«A la hora de escribir los doce sonetos que dedico a los guardianes de la lengua, lo hice un poco al azar, sin ningún orden ni estrategia. Y, como paré al llegar a cincuenta sonetos, por supuesto que faltan: Gonzalo Korreas (¡que escribía su apellido con ka en el siglo XVII, para que luego vayamos de modernos!), la Fundéu, la RAE, Álex Grijelmo…».

Habrá que esperar, pues, a la siguiente edición. Mientras llega, dejémonos aleccionar en verso, que la letra entra mejor cuando rima.

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